7 de noviembre de 2024

Radio Clásica

Argentina

Crítica: Incandescencia. Teodor Currentzis y musicAeterna en la temporada 24/25 de La Filarmónica

Incandescencia

Obras de Verdi, Tchaikovsky y Shostakóvich. Miriam Prandi, violonchelo. musicAeterna. Dirección musical: Teodor Currentzis. La Filarmónica 24/25. Sala Sinfónica. 8 de octubre

IncandescenciaObras de Verdi, Tchaikovsky y Shostakóvich. Miriam Prandi, violonchelo. musicAeterna. Dirección musical: Teodor Currentzis. La Filarmónica 24/25. Sala Sinfónica. 8 de octubre  

Teodor Currentzis y musicAeterna en la temporada de La Filarmónica

Teodor Currentzis lleva ya muchos años explorando los extremos de la expresión musical. Convencido del riesgo, de la búsqueda de nuevas esencias y del sentido del espectáculo, sus últimas visitas a Madrid han levantado cierto revuelo, desde aquel hermoso Dido & Aeneas del Teatro Real en 2013 hasta el Requiem de Mozart, con luces apagadas, del año pasado.

El director griego ilumina las partituras bajo distintas gradaciones dinámicas, habitualmente polarizadas, en la idea de que cambiando el lugar del foco la sombra proyectada tendrá nuevos significados. Esa idea —que no es nueva, que se lo digan a Harnoncourt— permite a veces ver interpretaciones provocadoras, y en ocasiones presenciar cosas extraordinarias, como en la segunda parte del concierto que nos ocupa.

Comenzó la velada con la obertura de La forza del destino verdiana, una pieza tensa, incontenible, que resume la temática compleja y disímil de la ópera. MusicAeterna se mostró atenta y precisa frente a las descargas inmediatas que solicitaba Currentzis, sin necesidad de grandes preparaciones. La pieza funcionó bien en lo súbito y en lo lírico, porque el exceso de nervio de Currentzis, del que ha hecho casi una lujosa rutina, encaja magníficamente con esta obertura que mira a la superficie del sentimiento como un síntoma de la enfermedad real, que está a mucha mayor profundidad.

Menos se adecuaban a las virtudes de la orquesta y del director las Variaciones rococó para violonchelo y orquesta de Tchaikovsky, una pieza de lugares intermedios con algunos extremos de alguna forma bastante contenidos. Hubo refinamiento en la versión ofrecida —como en la variación VII “Andante sostenuto”—, pero de manera puntual, sin una clara visión de conjunto. Miriam Prandi fue elegante en el fraseo, limpia de afinación y con expresión notable. En la propina quiso rendir homenaje a su maestro, el chelista brasileño Antonio Meneses, que murió hace apenas dos meses. Sonó el Dolcissimo para violonchelo de Peteris Vasks.

La incandescencia llegó con la Quinta Sinfonía de Shostakóvich donde la escritura un punto neurótica, sabiamente desmadejada de un compositor que en aquellos días luchaba entre dos mundos, se refleja claramente en la partitura. Currentzis llevó al extremo lo ya extremo, y los contrastes se volvieron brutales y frágiles a un tiempo. Tensión en cada fortissimo de la partitura donde la sección de violines primeros hizo fácil lo difícil: un empaste sobresaliente en ataques descubiertos.

El tercer movimiento, el “Largo”, se convirtió en un susurro, bajando a los arriesgados límites de tensión en el arco en el que el sonido apenas existe. “Allegro” final de enorme volumen y erupciones constantes, arrastrando al público hasta largas ovaciones, perpetuadas por la elección de los bises: un fragmento (ya imaginan cuál) de Romeo y Julieta de Prokofiev y el “Adagietto” de la Quinta de Mahler. El público casi pasó más tiempo de pie aplaudiendo que el que pasaron sentados escuchando.

Mario Muñoz Carrasco

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