NO DON MIGUEL, NO
Fecha: 20-II-2024. Lugar: Auditorio Euskalduna, Bilbao. Programa: Rigoletto, melodrama en tres actos de Giuseppe Verdi con libreto Francesco Maria Piave. Cantantes: Amartuvshin Enkhbat, Sabina Puértolas, Ismael Jordi, Carmen Topciu, Emanuele Cordaro, Fernando Latorre. Coro: Ópera Bilbao. Orquesta: Sinfónica de Bilbao. Dirección de escena: Miguel del Arco. Director musical: Daniel Oren. Producción: ABAO Bilbao Opera, Teatro Real de Madrid, Real Teatro de la Maestranza de Sevilla, New Opera de Tel Aviv
Bien podría decirse que fue una velada orwelliana en la que, merced a la concepción escénica de Miguel del Arco, se abolió la verdad que Verdi precisó para la acción sobre las tablas, y que figura en sus anotaciones manuales en la partitura original. Se suprimió la historia que se narra en el libreto y se negó la naturaleza de los personajes. Cuando la trama de esta ópera pivota sobre el trípode del amor paternofilial, el nepotismo del poder y el enamoramiento virginal de una doncella, resulta que don Miguel abandona ese sustento verdiano para hacer su peculiar versión escénica, centrándola en una amalgama de situaciones sexistas (ademanes de felaciones, posturas propias del Kama-sutra y hasta obsesiones en la pureza de Gilda) donde prima el mal gusto, la zafiedad y la falsedad del discurso narrativo.
Una vez más se está cayendo en la petulancia del presente para enmendar la plana al libreto y a los deseos del compositor. El falso postmodernismo en la ópera. Se puede hacer una traslación limpia en la temporalidad desde el siglo XVI hasta el actual XXI, pero no un esperpento de mal gusto para con cuanto pudiera haber de bufo en el primer acto.
El impresionante aparataje escénico impresiona, sirviera para una comedia musical, en adaptación libre del melodrama verdiano (a este paso todo se andará en populismo escénico), o para representar Il trovatore, Don Carlo, Ernani, Tannhäuser o Œdipus Rex, con el mismo juego de bambalinas y parecidas luces. Don Miguel, ha errado en su debutante experimento operístico. Su trabajo se apoya en la calidad de los cantantes, con otros de menor nivel canoro el tinglado se cae. ¿Que ahora se llevan los desnudos en escena?, pues venga, ¡que no falten! ¿Que ahora el tema del sexo es libertario?, pues dale que te dale al travestismo del personaje principal. ¿Que ya está muy visto que Gilda expire tumbada?, pues nada, fallece a pie firme que aquí no ha pasado nada.
Las cuatro entidades que han producido este tinglado escénico han tenido libertad plena para así hacerlo y de seguro que les va a rentar buenos dineros, pero con ello no se puede pretender hacer al verdadero aficionado de la ópera -si al ocasional o al que va para ser visto- comulgar, por las buenas, con semejante rueda de molino. ¿Qué pensarán de Rigoletto quienes se sienten por primera vez en un teatro para ver esta versión escénica? Sin entrar en detalles concretos sobre lo visto en el escenario del Euskalduna bilbaíno, que pudieran ser hirientes a ciertas sensibilidades, es un modo de deformar la afición y no de crearla, pese a que estemos ante un acontecimiento histórico para ABAO Bilbao Opera en cuanto a ese espasmo de telas y luces.
La otra cara de la moneda estuvo en el terreno musical. Ahí sí que hubo brillo en oro de aleación 999. La satrapía benefactora de Daniel Oren, como gobernador absoluto de tutti quanti estuvo inmerso en el pentagrama, resultó ejemplar. Su implicación para con las voces, marcando cada entrada, significándoles modulaciones y dejando que el canto fluyera en atención a las características de cada una de ellas, fue excepcional. Puso a la Sinfónica de Bilbao -en impecable trabajo- dentro de un lujoso encaje de planos sonoros al servicio del canto que surgía desde el escenario, tanto en el externo como en los internos donde buscó y logró unos afectos de lejanías siempre sugerentes.
Para compensar la ucrónica escenografía y la inadecuada producción escénica, se tuvo la dicha de escuchar, mejor que oír, al barítono mongol Amartuvshin Enkhbat. A sus 41 años, se está posicionando como la mejor voz verdiana en esta tesitura y para el bufón jorobado (en esta ocasión sin giba). Pronto ha de lograr el título en cuanto pula un poquito pequeños ajustes finales en las notas de paso y acuda con más refinamiento al canto legato. De cualquier forma, es una voz excepcional y así se lo están reconociendo importantes teatros y temporadas líricas. En la concertante Si, vendetta, tremenda vendetta rompió los goznes del Auditorio Euskalduna, con una explosión tronante de bravos, aplausos y silbidos (estos están haciendo moda, cuando antes suponían desagrado) hasta el punto de que, con la complicidad de Oren y ante la insistencia del respetable -juez supremo-, fue bisada junto con Sabina Puértolas y, de nuevo, más de lo mismo con aumento sonoro.
La soprano aragonesa Sabina Puértolas, como la amorosa Gilda, tuvo una velada de gracia plena. Su registro es sólido, bien asentado por arriba y por abajo, dominando con seguridad el centro, y dotado de una especial elegancia en la expresión límpida del texto. Hace un lustroso uso del mezzoforte y dejó patente la uniformidad sonora en los filados de las notas, buscando pianos preñados en sutilezas. En la romanza de Caro nome hubo rotura de esencias, pese a las inadecuadas exigencias actorales en las que se vio sumida, y los parabienes en voces y palmas fueron unánimes y potentes.
Cierto es que la voz del tenor jerezano Ismael Jordi se adapta mucho mejor y tiene su buen encuadre en el color belcantista, lo cual no impide valorar en alto grado su trabajo como el enamorado Duque de Mantova. A quien encarna este rol creo que ha de medírsele en la forma de cantar Parmi veder le lacrime y, en esta ocasión, el regusto que dejó fue supino. Es cantante con un buen entramado dramático lo que le permite dominar la respiración sin perder efectismo en la técnica de una estupenda vocalidad.
Actuaron con notable nota Carmen Topciu como Maddalena, el bajo-barítono Fernando Latorre en un Conte di Monterone con buena urdimbre en voz y gesto, e Itxaro Mentxaka, que sigue demostrando que para ella no hay papeles pequeños ya que los hacen importantes con su canto. Para cantar al sicario borgoñón Sparafucile siempre es deseable una tesitura de mayor peso que la que tiene el bajo Emanuele Cordaro. Cumplieron el tenor Josu Cabrero como Mateo Borsa, José Manuel Díaz cual Marullo, Gexan Etxabe como Il Conte di Ceprano y Ana Sagastizabal en su Contessa di Ceprano. En su sitio, el coro (solo varones) a pesar de los inadecuados movimientos que don Miguel le marcó. Nada que decir, por no decir mal, al impropio e inadecuado medio ballet que la dirección de escena impuso a la partitura de Verdi, que creó tiempos muertos sin música
Bueno es traer aquí a Fiódor Dostoyevski cuando escribió “los bufones voluntarios nunca despiertan la piedad de los demás”. ¿Se entiende?
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