Alondra de la Parra ¿bulo o realidad?
Los medios musicales andan alucinados en los últimos días con el rumor según el cual Alondra Parra se convertiría en la próxima titular de la Orquesta Nacional de España, sucediendo a David Afkham, quien tiene contrato hasta 2024.
“El disparate nacional”, así titulaba el crítico Justo Romero su reciente artículo en esta web. Lo cierto es que en esta revista se recibieron varios emails de fuentes próximas a la directora mexicana asegurando que se produciría el nombramiento. Al parecer contaría con el apoyo explícito de Patricia Rafael Lage, la todopoderosa jefa de Gabinete del ministro Miquel Iceta, así como de Exteriores; con influencias financieras -su padre, Manelick de la Parra Vargas, disfruta de enorme poder de influencia en México-; y sociales -ella misma pregona hasta que tiene a la vista un encuentro con el ministro Iceta y otras altas instancias del Estado-.
No puedo opinar sobre la directora en cuestión porque nunca la he visto dirigir. Si recuerdo la opinión que le mereció a Luis Suñén tras un reciente concierto con la Sinfónica de Galicia: “con una gestualidad enormemente extrovertida y en movimiento continuo, un punto demagógica”. Me constan también algunas actuaciones programadas como en los mejores tiempos de aquella rica pretendida soprano que se llamaba Florence Foster Jenkins. Búsquese una con la Filarmónica de Londres. También que las cosas no acabaron bien en la Staatsoper berlinesa entre ella y la orquesta. Y, en cambio, Arturo Reverter escribió de ella en estas páginas: «impecable sentido del ritmo, capacidad para el “rubato”, claridad de gesto, animación constante en el podio, facilidad para la clarificación de planos, vigor y sensibilidad»
Pero no es mi intención hoy discutir la valía de Alondra Parra, sino lamentar el mundo de hoy en el que las influencias pueden todo. Ya sucedió con un director italiano de dudosa valía pero con muy poderosa familia. Y, con todo, lo peor no es eso, sino lo que estos personajes llegan a influir en las redes sociales. Han llegado comentarios a la revista del citado artículo de Romero, en el que le tachan de misógino, de despreciar a las mujeres, de estar en contra de los/las sudamericanos, de ser sexista, racista y machista, de ser de Vox, cuando él es de lo más rojo que conozco…
Y, sinceramente, va siendo hora de que nos rebelemos a tanta opinión oficial o como quieran llamarla, a tanta viralidad disfrazada de mantras democráticos. Miren, a mi me pusieron hace años a parir por escribir sobre el poder rosa en la música y muy especialmente en la ópera, cuando no puedo estar más a favor de los derechos rosados, pero no con todos ellos, Como la exministra Carmen Calvo, feminista donde las haya, que no comparte toda la ley Trans. ¿Por qué en casi todos los repartos cinematográficos ha de haber una superheroína, una persona de color y un gay? ¿A cuento de qué tenemos que ver en pantalla a una inventada Anna Bolena negra y es un pecado que Otello sea un moro? ¿Por qué nos rehuimos hablar de personas negras y nos referimos a personas de color? Basta ya, por favor, de intentar censurar al sentido común. Y, los que aún lo conservamos, no debemos esconderlo.
Vuelvo a nuestra música. El otro día había una reunión en una importante orquesta para tratar de cómo se aplicaban las instrucciones/leyes de igualdad. ¿Saben cuál es la mejor forma? La de siempre, que los aspirantes a entrar en la agrupación toquen sin ser vistos. Igualdad de oportunidades sí, pero la valía ante todo. ¡Fuera cuotas de género, de partidos políticos… del tipo que sean! Y la valía espero que se aplique a la hora de sustituir a Afkham en la OCNE. Gonzalo Alonso
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