6 de noviembre de 2024

Radio Clásica

Argentina

Ocho voces para Marina

Ocho voces para Marina

Ocho voces españolas de nuestros días están sustentando las representaciones que ofrece por estos días el Teatro de la Zarzuela de Madrid de esta conocida ópera de Arrieta de acuerdo con la elegante, luminosa y discutible dirección escénica de Bárbara Lluch y la bien asentada y profesional versión musical de José Miguel Pérez-Sierra. De lo mejorcito del panorama actual. Dos cuartetos que se reparten las diez representaciones previstas de este histórico, melodioso y lírico título. Vamos a realizar aquí una breve disección o análisis de la prestación de cada una de ellas. Daremos paso primero, como es lógico, a las dos damas.

Ocho voces para MarinaOcho voces españolas de nuestros días están sustentando las representaciones que ofrece por estos días el Teatro de la Zarzuela de Madrid de esta conocida ópera de Arrieta de acuerdo con la elegante, luminosa y discutible dirección escénica de Bárbara Lluch y la bien asentada y profesional versión musical de José Miguel Pérez-Sierra. De lo mejorcito del panorama actual. Dos cuartetos que se reparten las diez representaciones previstas de este histórico, melodioso y lírico título. Vamos a realizar aquí una breve disección o análisis de la prestación de cada una de ellas. Daremos paso primero, como es lógico, a las dos damas.

Sabina Puértolas como Marina en el Teatro de la Zarzuela © Elena del Real

Sabina Puértolas es ya una veterana que se las sabe casi todas en su oficio. A los 51 años ha alcanzado un indiscutible grado de profesionalidad, conocimiento, seguridad, aplomo y naturalidad verdaderamente encomiables. Atributos que en la lejanía debió de aprender en parte de las enseñanzas que le trasladó Carlo Bergonzi.

La voz, la de una lírico-ligera en plenitud, se emite por derecho sin fisuras apreciables. Posee un timbre fúlgido, plateado y bien coloreado, de rara redondez, beneficiado de una técnica bien medida, trabajada y solvente que le permite cantar siempre con enorme desahogo, general afinación y potencia suficiente. Frasea con gusto y buena dicción sin extrañas muecas y manejando la direccionalidad del aliento con sabiduría y, cuando llega el caso, adecuada economía de medios. Estilo y gentileza. Refrescante expresividad. Empezó su actuación (9 de octubre) con alguna leve desigualdad e inapreciables problemas de afinación. En ciertos tramos de Pensar en él, por ejemplo.

También lírico-ligera, aun en crecimiento, de consistencia levemente más delgada, la valenciana Marina Monzó, 20 años más joven, ha sido aquí Marina por partida doble. Voz también muy extensa, que alcanza igualmente sin problemas el Re 5 y muestra un apoyo muy natural en la zona grave, posee una frescura tímbrica especial, de reflejos perfumados y cremosos. Muy homogénea en toda la gama, fácil y elástica, refinada y sutil.

Encontró enternecedores acentos en sus intervenciones del tercer acto y siempre lució, a partir de un canto muy natural, ajeno en lo posible a los artificios (partiendo de que cantar es, después de todo, si bien se mira, un artificio) su innata elegancia. De su garganta salieron sonoridades realmente argénteas. También podríamos decir angelicales. Figura elegante, cimbreante, estilizada; como su arte en perpetuo crecimiento; y que bebió en su día de las orientaciones dadas por cantantes de la talla de Mariella Devia, Daniela Dessi, Renata Scotto, e Isabel Rey.

Ocho voces para MarinaOcho voces españolas de nuestros días están sustentando las representaciones que ofrece por estos días el Teatro de la Zarzuela de Madrid de esta conocida ópera de Arrieta de acuerdo con la elegante, luminosa y discutible dirección escénica de Bárbara Lluch y la bien asentada y profesional versión musical de José Miguel Pérez-Sierra. De lo mejorcito del panorama actual. Dos cuartetos que se reparten las diez representaciones previstas de este histórico, melodioso y lírico título. Vamos a realizar aquí una breve disección o análisis de la prestación de cada una de ellas. Daremos paso primero, como es lógico, a las dos damas.

Ismael Jordi © Francisco Pinteño

Pasamos a los dos tenores. El mayor, algo que no se le nota demasiado, es el jerezano Ismael Jordi (1973) que fue discípulo directo de Alfredo Kraus y de Teresa Berganza. Con el tenor aprendió sin duda a economizar el aire, a orientar la emisión, a regular los sonidos, a decir con elegancia y precisión, a practicar medias voces. Es un gusto escuchar su manera de sfumare y smorzare, de filar y de mantener una singular homogeneidad en toda la gama. No hay aparentes problemas en la zona de paso y es muy seguro en la dicción y en la pronunciación.

La suya es la voz de un lírico ligero que va tendiendo paulatinamente a lo lírico. Aunque no es especialmente timbrada, a falta de un metal más refulgente, ni sus agudos, siempre bien colocados, andan algo faltos de envergadura, de sustancia, de poder, lo que se nota en una ópera como esta en la que tantas notas altas se han inventado los tenores, realmente a veces poco importa. Si su salida, Costas la de Levante, no impresionó demasiado, luego, en el repujado de tantas frases -en algunas, levemente afectado- nos fue ganando. Finura, dicción, musicalidad le adornan permanentemente.

Muy distinto es el tinerfeño Celso Albelo, de voz más poderosa, la de un lírico de adecuado tonelaje, de indudable enjundia y sustancia, de apoyo soberano y justo. Se perfeccionó con profesores como Tom Krause y Manuel Cid en la Escuela de Canto de Madrid.

Su instrumento no es del todo homogéneo, le falta la ideal redondez, pero las resonancias están en él siempre logradas, con la particularidad de que a una primera octava no especialmente brillante, con alguna desigualdad en la zona de paso, sigue una segunda imponente y casi feroz a partir del Fa 3, que crece y crece, duplicando su volumen, en cuanto desemboca en las notas más altas: La, Si, Do, Re (nota esta con la que creemos cerró el conjunto que da remate al segundo acto)…

La voz ahí es casi hercúlea, broncínea, arrolladora y sonora. Algo que, como es lógico se pudo percibir en la famosa salida y en todos aquellos pasajes, como el indicado, en los que tradicionalmente Jorge se va arriba. Albelo practica este llamémosle deporte casi con fruición; aunque en ocasiones pueda romper en cierto modo la línea de canto. Su cabeza, monda y lironda desde hace años, no vestía precisamente bien al personaje. Pero, ¿por qué no Jorge no podía tener alopecia, por ejemplo?

Tuvimos dos barítonos asimismo muy diferentes. El primero fue el onubense Juan Jesús Rodríguez (1969), un histórico del Teatro de la Zarzuela, en donde comenzó haciendo partiquinos. Alumno del Conservatorio de Madrid, pronto pasó al primer plano, tal era la consistencia de su poderosa voz, la de un barítono de carácter incluso dramático, sonora, retumbante, extensa, voluminosa.

Una rara avis hoy en día y en un país que tradicionalmente no ha sido pródigo en voces graves de campanillas, aunque desde hace algunos años la cosa va cambiando. El canto por derecho, un tanto primario, de Rodríguez, hombre de carácter fuerte e impulsivo, escaso de delicadeza y de medias voces o pianos bien trabajados, es viril, sincero, directo, lo que le otorga categoría. Por lo demás es artista inteligente que sabe arrimar el ascua a su sardina, como pudo comprobarse en esta ocasión a lo largo de los distintos números del tercer acto: Brindis, Seguidillas, Tango

Evidente contraste con el italiano Pietro Spagnoli, que aceptó el reto de cantar en castellano sin pestañear (su esposa es española). Barítono más lírico, aunque bien timbrado y homogéneo, de agudo en el fiel y técnica muy solvente. Aunque ya ha cumplido los 60 se muestra en buena forma; la que le hemos conocido en varios papeles de Mozart, Rossini y Donizetti, lo que ha amoldado en cierta manera su estilo; que es el que ahora ha impuesto en el papel de Roque, más matizado en su voz y dicción (con muy leves equivocaciones).

Lo que no le ha privado de emitir por derecho sin problemas, de regular, decir con elegancia, actuar con soltura definiendo de este modo a un Roque menos carpetovetónico de lo usual. Se recreó con habilidad y musicalidad en sus tres números del último acto. Y cuando hubo que sacar pecho y sentar sus reales, lo hizo.

España no ha sido usualmente país de bajos o bajos cantantes. Han proliferado sobre todo los tenores y las sopranos. Han surgido, sin embargo, en estos últimos años algunas voces graves de interés, que siguen la línea de aquellos escasos y aguerridos intérpretes, como el histórico José Mardones (que intervino por cierto en aquella antigua grabación de Marina protagonizada por Hipólito Lázaro). En estas representaciones hemos tenido dos bajos de verdad.

Ocho voces para MarinaOcho voces españolas de nuestros días están sustentando las representaciones que ofrece por estos días el Teatro de la Zarzuela de Madrid de esta conocida ópera de Arrieta de acuerdo con la elegante, luminosa y discutible dirección escénica de Bárbara Lluch y la bien asentada y profesional versión musical de José Miguel Pérez-Sierra. De lo mejorcito del panorama actual. Dos cuartetos que se reparten las diez representaciones previstas de este histórico, melodioso y lírico título. Vamos a realizar aquí una breve disección o análisis de la prestación de cada una de ellas. Daremos paso primero, como es lógico, a las dos damas.

Rubén Amoretti @ ABC

El primero y más antiguo, Rubén Amoretti (Burgos, 1964), antiguo tenor lírico-ligero formado con gente como Nicolai Gedda, posee una voz pétrea y rocosa, puede que no de nobleza excepcional, pero contundente, amplia, voluminosa, densa y granítica, que además no tiene ningún problema en irse, por ejemplo, al Fa agudo, aunque con un colorido bastante más claro, lo que es lógico. Ya ha cantado en la Zarzuela el papel de Pascual en la anterior producción de Ignacio García (diametralmente opuesta a la de Lluch), al que otorga densidad y amplitud, con sonidos en ocasiones algo temblorosos.

Su colega, bastante más joven, el palentino Javier Castañeda, no posee la misma espesura vocal, ya que roza el registro de bajo-barítono. Pero es una voz penumbrosa, ancha y bien emitida, con igualdad de registros, buenos graves y bien plantados agudos. Alumno en tiempos del buen profesor que es Juan Lomba. Frasea con elegancia y absoluta corrección, adecuada impostación y severa acentuación, mostrando un vibrato bastante acusado, pero musical. Como Pascual no estuvo especialmente expresivo, pero demostró absoluta corrección musical, no en vano estudió también piano (aparte de ingeniería). Claro que el personaje es de por sí un tanto apagado y acartonado. Pero, lo mismo que Amoretti, lo defendió con afán y excelentes resultados.

Arturo Reverter

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