Juan Diego Flórez (Lima, 51 años) camina por las entrañas del Teatro Real de Madrid, botellín de agua en mano, como si fuera su casa. Procura hablar poco. Ya no vive la agenda desenfrenada de los tiempos que lo hacían parecer una estrella de rock, cuando Pavarotti lo nombró su sucesor y los críticos más reconocidos no dejaban de llamarlo “el cuarto tenor”. Y aunque ya no toma aviones como si fueran buses para cantar por el mundo, su vida se mantiene igual de ocupada. Combina su carrera como cantante —más centrada en Europa y con menos óperas—, a la que considera una afición, con el tiempo familiar y la dirección de su proyecto más personal: Sinfonía por el Perú, un trabajo social que rescata, a través de la música, a niños y jóvenes de zonas marginales de Perú. “La punta de diamante” del proyecto, como el propio tenor la llama, es la Orquesta Juvenil, con quienes está ahora en una gira que, después de su paso por Madrid y Barcelona, llegará a Viena, Ginebra y París. Y con quienes ha grabado el primer disco del nuevo sello que ha creado, Flórez Records (para despejar las dudas de quién es el creador), dedicado a la Zarzuela y que estrenó la semana pasada. El tenor, aunque cercano con ellos, no logra desprenderse de esa aura de estrella que lo abraza, principalmente en presencia de los jóvenes músicos de un país que lo idolatra. “Les digo que deben de tenerme menos respeto, soy un músico más, como ellos”, dice, acostumbrado a cuidar su voz, con tono sereno y bajo, al terminar su ensayo en el coliseo madrileño.
Pregunta. Empieza en España una gira europea donde comparte protagonismo con la Orquesta Juvenil Sinfonía por el Perú, un proyecto muy personal que además de musical es, sobre todo, social, ¿no?
Respuesta. Un proyecto social que usa la música como herramienta. Son niños y jóvenes que vienen de entornos difíciles en el Perú donde llega poco apoyo y se sienten abandonados. La música los rescata, los hace sentir importantes, no se rinden y tienen ganas de seguir adelante. Aquí la música les cambia la vida. Es una herramienta de cambio. Dejan de ser chicos abandonados por la sociedad y se convierten en chicos empoderados y que creen en sí mismos. Aprenden lo que significa el mérito, el trabajo en equipo, la puntualidad, la disciplina. Todo lo que conlleva tocar música. Es que una orquesta es una mini sociedad.
P. Y al final, también salen buenos músicos.
R. Claro. La Orquesta Juvenil, que es la punta de diamante, con los alumnos más destacados de Sinfonía por el Perú, es hoy un orgullo para el país. Aquí se trata de tocar bien, tocar un repertorio importante. Los coros juveniles acaban de ganar el primer premio en el Summa Cum Laude de Austria, un concurso importantísimo. Hacer música a un nivel alto también es la receta para que ellos se sientan empoderados. Son chicos con muchas ilusiones.
P. Con ellos también ha grabado un disco de Zarzuela.
R. Muchas cosas coinciden en estos días. Empezamos la gira en España y el disco de Zarzuela que grabamos sale contemporáneamente. Es un disco dedicado al género lírico español, con Sinfonía por el Perú. Va todo muy bien y estoy muy orgulloso porque los chicos han absorbido los valores del proyecto y hemos podido mejorar sus vidas.
P. Usted les dice cuando ensayan que deben de tenerle menos respeto. ¿Es difícil salir de la figura del divo?
R. El cantante, que era adorado por los públicos, tenía que serlo dentro y fuera del escenario. Hay algunos escritos del siglo XIX donde se habla de un cantante de ópera al que alguna vez vieron en la calle vestido no tan bien y haciendo gestos más normales. Y a la gente no le gustó. Querían que siguiera siendo divino, no una persona terrena. Eso hasta hace poco sucedía y sigue habiendo algún que otro divo. Pero se ha perdido mucho y el cantante de ópera se ha vuelto más cercano. Eso me gusta, porque no creo que haya que asumir un rol también fuera del escenario. Me gusta que la ópera sea cada vez más cercana. Veo que los teatros hacen políticas para acercar a los jóvenes y me gusta mucho.
P. Usted llegó a la ópera muy joven. ¿Cuánto ha cambiado desde entonces?
R. Yo pensaba que nunca cantaría una ópera como Werther (Massaenet) ¡Nunca! Ahora la canto en todos lados. Con los años la voz se oscurece y cambia. Es así. Y las cosas que te salían de una manera ya no te salen más de esa manera. Y cuando has cantado una ópera igual toda tu vida y de repente ya no te sale igual, te sientes perdido. Y tienes que encontrar nuevas formas de cantar. Tienes que sobrevivir. Lo importante es que la voz sea siempre fresca y te dé la oportunidad de seguir cantando.
P. ¿Eso abre nuevas oportunidades, nuevos repertorios?
R. Sí. Es lindo que un teatro ya no te llame solo para un bel canto, sino que te invite a cantar La bohème, por ejemplo. Y es lindo para el cantante porque te metes en universos diferentes, donde puedes expresarte de otra manera, donde la música es diferente. Hay cantantes que antes no veía, porque te juntabas con el grupito de bel canto y siempre te veías con ellos. Ahora te juntas con el grupito de Puccini o de Verdi. Es otra mancha, como decimos en Perú. Nuevos amigos que no encontrarías en un repertorio belcantista.
P. Más o menos belcantista, su voz sigue siendo inconfundible.
R. La voz es lo más importante. Que la voz esté en una salud perfecta y que quien escuche diga ‘ah, sí, es Juan Diego Flórez. Con algo aquí o allá, pero es siempre él’. Eso no debe de cambiar. Porque a mí me encanta mi carrera, cantar siempre ha sido una afición para mí. Y la voz siempre fresca es lo que te lleva a muchos años de canto. Me encantaría llegar, como Alfredo Kraus, con una voz fresca e inmaculada hasta los setenta y pico de años.
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