4 de diciembre de 2024

Radio Clásica

Argentina

Eva Perón y los ardores en su nombre

El 26 de Julio de 1952 moría, a los 33 años, “La abanderada de los humildes”. Fue uno de los momentos más conmocionantes del dolor popular y de la historia argentina.

Por Alejandro Mareco

Acaso nadie generó tanto amor de parte de quienes, de uno en uno y en multitud, son capaces de expresarse en la vida y en la historia a puro sentimiento; ni tanto odio, de parte de los que son capaces de odiar hasta el retorcimiento.

Es que Eva Perón se plantó en la escena argentina resuelta a tomar la voz de las mujeres, de los trabajadores, de los condenados a ser la parte débil de una sociedad que repartía tantas injusticias como hipocresías.

Y con el ardoroso trazo de sus palabras (no hablaba con eufemismos) y la convicción puesta en cada suspiro intenso de los que le fueron devorando la vida, disipó los grises que enturbiaban las percepciones y dejó al país social y político en una brutal desnudez en blanco y negro.

“La mujer argentina ha superado el período de las tutorías civiles. La mujer debe afirmar su acción, la mujer debe votar. La mujer, resorte moral de su hogar, debe ocupar el sitio en el complejo engranaje social del pueblo. Lo pide una necesidad nueva de organizarse en grupos más extendidos y remozados. Lo exige, en suma, la transformación del concepto de mujer, que ha ido aumentando sacrificadamente el número de sus deberes sin pedir el mínimo de sus derechos”. Tenía 27 años el 27 de febrero de 1946 cuando arrojó estas palabras sobre la mesa pública. Hacía apenas tres días que su compañero Juan Perón había ganado las elecciones y hablaba con la potencia de lo que camina hacia los hechos. Para profunda inquietud de los que en cada tiempo velan por la quietud de los estados de cosas que sostienen sus condiciones de privilegios de cualquier tipo.

El siglo al que hace un siglo se asomó Eva Perón (7 de mayo de 1919) venía amasando transformaciones. La encontró en lo profundo de la provincia de Buenos Aires, padeciendo adversidades económicas, por ser hija de la pobreza, y hasta civiles, por ser hija “natural” (fuera del matrimonio legal del padre).

Cuando se intenta explicar su acción a partir del resentimiento social, es probable que en parte fuera así: por haber sentido el dolor de esas condiciones, podía reconocerlo en otros. “He hallado en mi corazón, un sentimiento fundamental que domina desde allí (la infancia), en forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia”, decía.

Ella se inventó a sí misma, pero tuvo un compañero con la valentía de convertir a una actriz en primera dama pese al estupor de militares y de la sociedad. “Los dos habíamos deseado hacer lo mismo; él sabiendo bien lo que quería hacer, yo, por sólo presentirlo. Él, con la inteligencia; yo, con el corazón. Él seguro de sí mismo y yo solamente segura de él”, diría.

El movimiento que ya había puesto a andar a su alrededor Perón ungía al sector de los trabajadores, nuevo gran protagonista político como efecto del desarrollo industrial, y desplegaría un sistema de derechos laborales y de protección social que representa un entramado mínimo de distribución de la riqueza (por eso muchos siguen apeteciendo su abolición).

Eva portaría el estandarte de los derechos de la mujer y los pondría junto a los de las luchas de las clases populares. Como que además, sería la interlocutora con los sindicatos, que llegaron a proponerla para la vicepresidencia.
El fuego de la pasión que la devoró y de las palabras de su razón, el amor infinito de su pueblo y el odio, también infinito, que hizo que su cuerpo de mujer muerta fuera secuestrado, ultrajado y escondido durante 16 años, hicieron de ella uno de los grandes mitos mundiales del siglo 20.

Pese a su índole de símbolo argentino, aún persisten aquí ardores en su nombre, los de la justicia para mujeres y hombres, los del amor y aun los del odio. Esa es su manera de seguir presente.

Cuando Eva Perón llegó a la historia acababan de estallar dos bombas nucleares. Pero ella estaba lejos de temerle al porvenir. En 1947, le dijo a las mujeres españolas: “Nuestro siglo no pasará a la historia con el nombre de ‘siglo de la desintegración atómica’, sino con este otro mucho más significativo: ‘Siglo del feminismo victorioso’”.