Alcanzamos hoy los 60 años sin «El Varón del Tango»
Fue una de las figuras más populares del tango. Nació en Las Piedras, Uruguay, en 1926. El hombre supo transformar su origen humilde en la base de una carrera que lo catapultó al estrellato en Buenos Aires y lo consolidó como una leyenda de la música popular argentina. Se cumplen seis décadas del fallecimiento de Julio Sosa.
Fue dueño de un talento cultivado entre la pobreza. Hijo de un peón de campo y una lavandera, Julio enfrentó la adversidad desde muy joven. Entre changas y esfuerzos, encontró en la música una salida y un propósito. Su voz profunda y su estilo inconfundible lo llevaron a integrar orquestas en Uruguay, como las de Carlos Gilardoni y Luis Caruso, donde dio sus primeros pasos como vocalista.
En 1949, Sosa cruzó el Río de la Plata y se estableció en Buenos Aires, ciudad que lo recibiría como uno de los grandes íconos del tango. Su paso por las orquestas de Francini-Pontier, Francisco Rotundo y Armando Pontier marcó su carrera, dejando grabaciones inolvidables como Cambalache, Al mundo le falta un tornillo y Tengo miedo. Su etapa solista, junto al bandoneonista Leopoldo Federico, consolidó su lugar en el corazón del público con interpretaciones memorables como Nada y Qué falta que me hacés.
En 1960, Sosa publicó su único libro, Dos horas antes del alba, un compendio de reflexiones que mostraba su faceta más introspectiva. Aunque la música fue su gran amor, también incursionó en el cine, participando en la película Buenas noches, Buenos Aires (1964), dirigida por Hugo del Carril.
La madrugada del 25 de noviembre de 1964, mientras conducía su automóvil, Sosa sufrió un accidente en la intersección de Avenida Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla, en Buenos Aires. Gravemente herido, fue trasladado al Sanatorio Anchorena, donde falleció al día siguiente a los 38 años. Su muerte conmocionó a miles de fanáticos, quienes lo despidieron en un multitudinario velatorio que tuvo que trasladarse al Luna Park debido a la enorme afluencia de personas.
Julio Sosa dejó una huella imborrable en la historia del tango. Su apodo, «El Varón del Tango», refleja no solo su potente voz, sino también su porte y carisma, que lo distinguieron como un artista único. Hoy, a 60 años de su partida, sus interpretaciones siguen resonando como símbolo de un género que supo capturar la esencia del espíritu rioplatense.
Muchos jóvenes se inclinan por señalar a su estudiado vozarrón como el símbolo del tango, incluso por encima de la voz de Carlos Gardel, a quien descartan de sus playlists, dada la diferencia técnica de las grabaciones de ambos cantores, donde las de Sosa prevalecen en la aceptación de los oídos de quienes no se muestran dispuestos a disimular la incompletud de fidelidad sonora que presentan las grabaciones gardelianas, que provienen de entre los años 1920 y 1935.
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