Festival de Salzburgo
Dudamel ante Strauss. Horizontal y vertical
FESTIVAL DE SALZBURGO 2024. Strauss: Cuatro últimos Lieder: Sinfonía Alpina. Solista: Asmik Grigorian soprano). Orquesta Filarmónica de Viena. Dirección musical: Gustavo Dudamel. Lugar: Salzburgo, Grosses Festspielhaus. Entrada: 2.179 espectadores (lleno). Fecha: 24 agosto 2024.
Triunfó a lo grande -una vez más- Gustavo Dudamel en el Festival de Salzburgo. En esta ocasión junto con la en estas fechas y latitudes superatareada Filarmónica de Viena, y ante un Strauss en dos partes. Casi bipolar. Contrapuesto y disímil hasta lo inimaginable.
Si en la primera parte, el maestro venezolano planteó una visión de los Cuatro últimos Lieder, lenta, regodeada, luminosa y a un tiempo crepuscular; decididamente apasionada y volcada en las sutiles evoluciones melódicas y su preciso marco armónico, en la Sinfonía Alpina se distanció de esta melodiosa horizontalidad para plantear la pintoresca excursión a las montañas a pinceladas, más atento a la puntualidad de cada momento, de cada episodio, que a la narrativa visión global. Impuso la verticalidad puntillista y opulenta sobre la larga y progresiva línea que traza Strauss en esta sinfonía que es también mosaico de sensaciones y situaciones. Como si los árboles y sus detalles no hubieran dejado ver la montaña.
Es el riesgo tácito de cuando se tiene ante sí una orquesta de los recursos y posibilidades de la Filarmónica de Viena, y unas facultades y talento tan descomunales como los suyos. Dudamel se deja llevar por la naturaleza intrínseca de la sonoridad orquestal, sus maravillosos colores y efectos, sus sonoridades sin fin -inolvidable los pianísimos de la cuerda en el comienzo y final de la sinfonía-, y el dominio idiomático que es consustancial a una de las orquestas más straussianas del planeta. Dudamel, cálido, extravertido y maravillosamente comunicativo, se vuelca en los mil detalles instrumentales -desde el canto del cuco a la máquina del viento; de los metales en la impresionante llegada “a la cima” a los cencerros de las vacas tirolesas-, pero en esta versión tan puramente sinfónica, brillante y excelsa orquestalmente, faltó el discurso narrativo: demasiadas paradas y etapas en una lectura impecable, pero ayuna de evocación e hilo conductor, en el que el “ahora” se sintió exento de los determinantes “antes” y “después”.
Todo lo contrario sucedió en los Cuatro últimos Lieder, en los que el maestro venezolano, de 43 años, hizo gala de plenitud y enzarzó unitariamente las cuatro joyas últimas de un Strauss que, desde ellas, mira al pasado ante un “después” sin esperanza que solo conduce al adiós final. Una narración “horizontal”, sí, de clara vocación melódica, enriquecida por el genio y la vocalidad portentosa de Asmik Grigorian (1981), soprano que en Salzburgo es tan adorada como en cualquier otro sitio. Fue ella, su decir esencializado, su expresar cada palabra y sílaba en el contexto de la frase de los versos de Hermann Hesse y Joseph von Eichendorff, la cómplice ideal de esta visión robusta pero también crepuscular, en la que Strauss y su música encontraron la mejor recalada. La morbidez luminosa de “Frühling”; las nostalgias y remembranzas de “September”; el cálido y quieto “Beim Schlafengehen” (excepcional solo de violín del concertino Volkhard Steude), o el adiós sin estridencias a la muerte de “Im Abendrot” fueron contados y cantados por una artista que, al alimón con Dudamel, convirtió la voz en vivencia y sensación. El casi medio minuto de silencio que sucedió al final de estos imborrables Cuatro últimos Lieder fue el mejor testimonio del colectivo yugo en la garganta que se aposentó en los 2.179 espectadores que abarrotaban el -en todos los sentidos- “Grosses” Festspielhaus de Salzburgo. Fuera, templaba el sol agosteño, e invitaba a irse de excursión a las montañas cercanas. La que contó Strauss. Justo Romero
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