La OCNE da una lección
Fidelio de Beethoven. Eleanor Lyons (Leonora), Maximilian Schmitt (Florestan), Peter Rose (Rocco), Werner Van Mechelen (don Pizarro), Elena Sancho (Marzelline), Roger Padullés (Jacquino), Matthias Winckhler (don Fernando), Joaquín Notario (narrador). Fernando Aguilera, Federico Gallar (prisioneros 1 y 2). Director: David Afkham. Director del coro: Miguel Ángel García Cañamero. Concepto Escénico: Helena Pimenta. Auditorio Nacional. Madrid. 20 de septiembre de 2024.
Primer concierto por todo lo alto, operístico, de una prometedora temporada, y en el que la OCNE ha dado una lección a muchos teatros de ópera, poniendo sobre el escenario una interpretación dramatizada que no tenía nada que envidiar a las minimalistas pero costosísimas puestas en escena de muchos teatros de relumbrón. En cierto modo vino a recordar, salvando claro las distancias, la época de Wieland Wagner en Bayreuth. Allí, entonces, todo se trabajaba prácticamente con la iluminación y poquísimos decorados. En este Fidelio fueron fundamentales las luces, es más, casi la oscuridad, refrendada por el negro vestuario de Helena Pimenta contrastado con algunos rojos mínimos. Esto y los variados pero parcos movimientos, dado que la orquesta ocupaba casi todo el escenario, con los que intérpretes y narrador se desplazaban para sugerir los diferentes momentos de la obra lograron el milagro. Y todo ello muy acertadamente narrado en español por Joaquín Notario con base, pero reinventada, en los diálogos originales alemanes.
Sonó además en plena forma la orquesta desde la vibrante obertura, con homogeneidad en todas las secciones. Fue inevitable recordar y comparar la mucho más nutrida de los chicos del Perú que acompañaron a Juan Diego Flórez en su reciente recital en el Real por la diferencia entre lo basto y lo matizado. Sería vano ir destacando uno por uno los solistas, entre los que estaba el trompetista Manuel Blanco en su breve cometido fuera de escena. David Afkham supo dirigir con temple y equilibrio para conjugar los aspectos más líricos del primer acto, como el coro masculino de presos muy bien cantado, con los mucho más dramáticos del segundo y potenciar los pasajes más vibrantes de oberturas o el pletórico final de solistas, coro completo y orquesta.
Otro cantar y nunca mejor dicho, fue el apartado canoro. Maximilian Schmitt puede poseer la voz suficiente, aunque justa, para Florestán, pero quedó muy lejos de los grandes escuchados en el papel, empezando por un Kaufmann que nos dejó boquiabiertos en Valencia, cuando la nunca suficientemente valorada Helga Schmidt le contrató para dos extraordinarias funciones, al empezar su “Gott!” En pianísimo y llevarlo a fortíssimo en un crescendo de fiato interminable. Cumplió satisfactoriamente la soprano Eleanor Lyons, aunque Leonora precisa mayor solidez en el registro grave y por ello ha sido abordado también por mezzos agudas. A los papeles masculinos, quitando la humanidad de Rocco, les faltó consistencia y timbre y Marcelline pasó con más pena que gloria.
Estaba claro que la apuesta de la OCNE iba por la dramatización del espectáculo y la solidez de la orquesta bajo el mando de Afkham y que los intérpretes eran secundarios dentro de una dignidad. Y ofreció una lección con su lograda intención. Gonzalo Alonso
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