Y se hizo la magia…
Beethoven: integral de los Conciertos para piano y orquesta. Javier Perianes, piano y dirección. Orquesta de la Comunidad Valenciana. Ciclo especial Solo Música del CNDM. Auditorio Nacional, 21 de junio de 2025.

Perianes y la Orquesta de la Comunidad Valenciana triunfaron con Beethoven
No es la primera vez que el onubense Javier Perianes (1978) se enfrenta a esos cinco miuras que son los cinco Conciertos beethovenianos. Lo ha hecho en bastantes ocasiones, pero excepto en algún caso aislado, que sepamos, en relación con alguna de las obras, siempre dependiendo de alguna batuta.
Ahora ha cogido el toro por los cuernos y se ha enfrentado él mismo desde el propio teclado a estas emblemáticas composiciones que, desde luego, ha trabajado lo indecible y que se sabe al dedillo.
Cuando se acerca a la cincuentena, el pianista se encuentra en plena madurez. Su arte, siempre poético, exquisito, es cada vez más caleidoscópico, aunque siempre respetuoso con el estilo. La técnica se da por asumida y ya solo queda profundizar en los mundos propios y en los de los autores a interpretar, a la búsqueda de esa unión hipostática entre el mensaje escrito en el pentagrama y la manera de ser descifrado por el traductor a sonidos. Y los que manan de las manos del artista poseen toda la amplitud y la profundidad exigidas; hasta el punto de que la escucha se hace fácil, comprensible y marca alturas espirituales no siempre a alcance de nuestros oídos y sensibilidades.
Siempre ha sido un artista fino, de matices, de suaves regulaciones, de fraseos medidos y exquisitos, de aromas, de sutilezas y refinamientos nacidos de un temperamento y de una elegancia innata; de una capacidad de penetrar en los entresijos de los pentagramas y descubrir sus más ocultos y recónditos mensajes líricos.
El artista no ha perdido ninguno de sus valores primigenios como nos ha mostrado en la interpretación de esta integral. Ha brillado, aparte su habilidad para el matiz, una técnica no por poco ostentosa menos reconocible, que le permite realizar, por ejemplo, trinos de rara perfección, en los que la rápida alternancia de dos semitonos se nos ofrece equilibrada, tersa y cristalina.
Junto a esas ya contrastadas virtudes ahora hay que examinar cómo las emplea y maneja en el momento en el que es él mismo quien gobierna la nave y ha de marcar compases, impulsar dar entradas, hacer frasear a los instrumentistas, engarzar y construir. Y a fe que en buena medida lo consiguió en esta ocasión.
En estos casos lo importante es el aire, el fraseo, la ligazón, el color; más que la exactitud, la precisión de ataques, las aquilatadas dinámicas: Hubo expresión, matices, reguladores, acentos; más que absoluta conjunción de voces y de planos. Se escucharon pasajes a veces un tanto confusos, eventuales apresuramientos. Cosas que se pudieron percibir sobre todo en el Emperador, cansado ya, después de haber expuesto los cuatro Conciertos anteriores.
Aunque el nivel continuó siendo muy alto y Perianes mantuvo ese toque exquisito y cristalino de un sonido no por delicado menos presente. Aspectos apreciables nada más empezar con el Concierto nº 2 en Si bemol mayor op 19, donde ya percibimos la sedosidad de las cuerdas de la Orquesta valenciana; y seguimos los movimientos y gestos directorales del artista: precisos y ceñidos, de medida brusquedad, impulsos de los brazos hacia adelante; rebañadas en busca de la acentuación y la expresión dirigidas hacia las vecinas cuerdas de una orquesta clásica de unos cincuenta miembros, con cuatro contrabajos.
Lo importante, en efecto, era la expresión, el matiz, el fraseo. Los tuvimos a manos llenas. Por eso no importó demasiado alguna que otra borrosidad, algún problema de balance, ciertos excesos en los tutti. Allí había música; y qué música. La degustamos y apreciamos en su magisterio y nos dejamos llevar por su magia y por las manos que nos la proporcionaban.
Y aplaudimos instantes muy logrados, como el inicio sigiloso del Concierto nº 3 y las intervenciones de flauta y fagot en el segundo movimiento. Perianes se extasió y nos extasió en la cadencia del primer movimiento del nº 4, en cuyo “Andante con moto” -ese diálogo de Orfeo con las Furias- rozamos la perfección. Menos logrado fue, en virtud de una falta de claridad en los planos, el “Rondó. Vivace” de cierre.
Aplaudimos de nuevo los exquisitos pianísimos, esta vez en el “Largo” del Concierto nº 1, tocado con sapiencia para regular el discurso empleando un modélico “rubato”. En el Emperador se dieron la mano la delicadeza y la fogosidad. Habríamos deseado una mayor claridad en la extensa introducción orquestal, iniciada muy piano, como se debe. En el contraste y regulación de volúmenes faltó quizá un mayor cuidado. Pero nos volvimos a sumergir en los sublime mientras el pianista desgranaba la bellísima melodía del “Andante un poco moto”.
Como en otras ocasiones, estuvo muy logrado el pasaje en el que el solista se encarama, en una admirable progresión de trinos cromáticos, a una suerte de nirvana. La transición hacia el “Rondó” fue uno de los momentos mágicos del concierto. El pianista supo acentuar luego, con el salvajismo propio del caso, el agresivo tema del “Rondó-sonata” final.
La Orquesta se acopló a las ideas y estilo del pianista. Se los vio bien avenidos. Las dos sesiones fueron acompañadas por aplausos y vítores sin fin. La maratón será repetida en un futuro cercano en el Palau de les Arts de Valencia.
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