14 de octubre de 2024

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Crítica: Festival de Granada: Antonio Moral y Liber-Quartet, el poder de la imaginación

73 FESTIVAL DE GRANADA. Liber-Quartet (Alberto Rosado y Carlos Apellániz, pianos; Javier Eguillor y Raúl Benavent, percusión). Obras de Bartók (Sonata para dos pianos y percusión) y Stravinski-Liber Quartet (La consagración de la primavera). Lugar: Granada, Auditorio Manuel de Falla. Fecha: 7 julio 2024

73 FESTIVAL DE GRANADA. Liber-Quartet (Alberto Rosado y Carlos Apellániz, pianos; Javier Eguillor y Raúl Benavent, percusión). Obras de Bartók (Sonata para dos pianos y percusión) y Stravinski-Liber Quartet (La consagración de la primavera). Lugar: Granada, Auditorio Manuel de Falla. Fecha: 7 julio 2024

Liber-Quartet © Festival de Granada | Fermín Rodríguez

“La imaginación al poder”. Lejos de cualquier rutina, el Festival de Granada de Antonio Moral ha apostado decididamente por romper rutinas e implantar novedosas propuestas e ideas, nacidas de una imaginación musical curtida en años, vivencias  e iniciativas dinamizadoras de la vida musical española de la últimas décadas.

Viene esta perorata a propósito del concierto ofrecido el domingo por el Liber-Quartet, en el que cuatro relevantes instrumentistas españoles –los pianistas Carlos Apellániz y Alberto Rosado, y los percusionistas Javier Eguillor y Raúl Benavent– han confrontado en el Auditorio Manuel de Falla su particular versión de La consagración de la primavera con la que apenas unas horas antes habían ofrecido Charles Dutoit y la Orquesta de la Suisse Romande en el Palacio de Carlos V.

Estas claves, cruces e interrelaciones, tan propias del programador despierto y avezado que es el aún director del Festival de Granada, marcan diferencia y estilo, y son, a la postre, las que convierten un buen festival en el “Festival de festivales” que hoy es el de Granada.

Es curioso cotejar los paralelismos entre la visión de La consagración de la primavera del Liber-Quartet y la planteada el día antes por un pletórico Charles Dutoit que conoce y domina como nadie los pentagramas maestros de Stravinski. A pesar del abismo entre la opulencia de toda una orquesta sinfónica y un cuarteto integrado por dos pianistas y dos percusionistas, ambas coinciden en una perspectiva que enfatiza las aristas más ásperas y punzantes de una partitura cuyos ritmos, énfasis y acentos resultan hoy -ya sea desde la orquesta o desde la versión camerística del Liber-Quartet- tan impactante y novedosa como cuando se estrenó en el avanzado París de 1913.

A partir de la versión original de Stravinski para dos pianistas (a cuatro manos o a dos pianos), el Liber-Quartet ha tenido la lúcida osadía de redactar esta revisión que agrega dos percusionistas, que redondean y pronuncian el fuerte componente de un pentagrama de tanto calado rítmico.

Salta al oído el respeto escrupuloso, que mantiene intacto el sustancial virtuosismo pianístico del original de Stravinski, que, en cualquier caso, es fundamento de una obra en la que ritmo y armonía, melodía y tiempo, se alían y quedan fusionados en torno a la idea motriz “del nacimiento prehistórico de la primavera”. “Fue esta idea”, cuenta el compositor, “la que me sugirió la creación de esta obra; pero el motivo elegido era solamente un pretexto como el que buscan los pintores para pintar… La consagración existe en sí misma como composición musical”.

Y así lo entendieron y la tradujeron los cuatros maestros del Liber-Quartet: los pianistas Carlos Apellániz y Alberto Rosado volcaron su talento pianístico y bien conocida maestría como intérpretes de la música del siglo XX y contemporánea en una impecable e implacable lectura, realzada por los colores, ritmos, acentos y timbres de los percusionistas valencianos Raúl Benavent y Javier Eguillor.

Cuatro músicos que consolidan un póquer de artistas de larga carrera y proyección, miembros de la excepcional generación de instrumentistas españoles surgida a partir de la eclosión musical que se produjo en España a partir de los años ochenta y noventa del pasado siglo, cuando en el secarral cultural que era entonces la patria de Albéniz y Falla comenzaron a inaugurarse tantas orquestas y auditorios.

El programa se había abierto con otra obra maestra del siglo XX: la poco interpretada Sonata para dos pianos y percusión de Béla Bartók. Es difícil imaginar una reinterpretación de mayor voltaje virtuoso y calado expresivo que la firmada el domingo por el Liber-Quartet, que expuso unitariamente la obra maestra desde su avanzada crudeza, de extremos y contrastes tan rotundos y al mismo tiempos tan distintos a los de La consagración de la primavera.

Dos visiones, cara y cruz, de la música en un momento de fractura. Dos revolucionarios -Bartók y Stravinski- que, sin renunciar a la lealtad por sus propias y particulares culturales musicales, supieron marcar nuevos caminos y horizontes. Todo lo expresó y reveló el Liber Quartet desde un modo de hacer y recomponer la música tan leal a ella como a su afán por hacer relucir unas calidades instrumentales y criterios que delatan la autoría con firma de un cuarteto que, en este caso, es más que cuatro sobresalientes intérpretes haciendo músicos juntos.

Al final del programa -planteado sin más interrupción que una breve pausa para recolocar los instrumentos sobre el escenario-, llegó el éxito, a tono con la fenomenal categoría artística de lo escuchado. La sala principal del Auditorio Manuel de Falla se puso en pleno en pie para aplaudir y bravear una actuación que ha supuesto una nueva excepcional cita de una larga edición del Festival de Granada que ya roza su final.

La alegría contagiosa y bien ritmada de la “Brazileira” de Scaramouche de Darius Milhaud que los Liber-Quartet ofrecieron de regalo podría significar el colofón contento de una programación incomparable en la que la calidad, la imaginación y la excelencia han sido tónica y dominante. ¡Bravo y a seguir!

Justo Romero

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