Carta abierta a Plácido Domingo
Hace tiempo que me había propuesto no volver a escribir sobre ti, salvo en un caso imprescindible. Sin embargo, rompo mi propósito, porque creo que se perfectamente lo que estarás pensando, que es también lo que pienso yo en estos momentos.
Y es que nos conocemos hace mucho tiempo. Te escuché por vez primera en el Teatro de la Zarzuela, en 1970, cantando “La Gioconda” y al año siguiente en “Andrea Chénier”. Nuestro primer encuentro personal fue un par de años más tarde. Te hice una entrevista, paseando por Las Ramblas y hablando de Montserrat Caballé, que luego te envié por si había algún dato incorrecto. La guardé en un cajón. ¿Te acuerdas el motivo? El último, al subirnos a un AVE en Valencia tras un “Cyrano de Bergerac”. “No me gusta que hayas escrito que deseo morirme en un escenario”… “Plácido, eso no es un deshonor”… “Es que yo no quiero morirme”… Las dos anécdotas dan una idea de parte de la relación que hemos tenido.
Hay otra parte opuesta, como cuando, en pleno julio, me llamaste desde Bayreuth para pedirme que cogiese un avión y fuese a escucharte en tu debut, por cierto maravilloso, en “Walkiria”. O cuando, almorzando en la terraza de mi casa, coincidimos en que un día debías abordar “Simón Boccanegra” y así lo hiciste años después. O tantas veces que hemos cenado juntos al acabar alguna representación, especialmente en Múnich, con otros amigos y admiradores que abarrotaban tu camerino.
Sabes bien lo unidos que estuvimos en tu enfermedad y después, cuando el escándalo. No paramos de enviarnos WhatsApps. Te apoyé tanto que muchos no lo entendieron y me lo reprocharon. Pero yo sabía lo que de verdad había. Entre nosotros puede quedar hoy el motivo por el que se interrumpió nuestra comunicación. Por todo lo anterior, sé lo que pensarás.
Ahora estarás pensando que “a cada cerdo le llega su San Martín” y estoy de acuerdo contigo. Quienes, ante acusaciones de hechos, si quieren reprobables pero nunca delictivos, se te echaron encima y hasta te han prohibido cantar en España con fondos públicos, ahora pueden tener un problema aún más serio. Quizá no baste con algunas dimisiones. El mundo -bien lo sabes- está lleno de hipócritas.
Tengo ahora tres deseos. El primero, que alguien con dos dedos de frente derogue la medida y ya no tengas que acudir al Real o la Zarzuela como simple espectador. El segundo, que tengas un homenaje de despedida en la Zarzuela, donde debutaste, como te mereces. El tercero, que un día pueda tener una conversación a solas con el artista quien he admirado profundamente -como a Teresa y Montserrat- y quien me ha hecho disfrutar enormemente a lo largo de décadas. Espero se cumplan los tres. Un sincero, cariñoso y fuerte abrazo. Gonzalo Alonso
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