El compositor austríaco Anton Bruckner nacía hace hoy dos cientos años, convirtiéndose en uno de los autores más destacados del siglo XIX. Su legado, conformado por obras sinfónicas, corales, e instrumentos solistas, es considerado como un elemento imprescindible del Romanticismo europeo, formando parte de programas de conciertos de formaciones de todo el mundo.
Hace hoy dos cientos años, en el pueblo austriaco de Ansfelden, nacía uno de los compositores más destacados del Romanticismo europeo: Anton Bruckner. Este autor, emblema del siglo XIX, es uno de los más destacados del repertorio de concierto, destacando su extensa labor en el campo de la música coral, instrumental, y sinfónica, siendo este último un campo en el que resaltó. Su camino consiguió, además, desbancar las obras orquestales de Beethoven, abriéndose hueco en una Austria que se debatía entre Wagner y Brahms.
Su formación comenzó a una edad temprana, con el órgano como su instrumento predilecto desde muy joven. Su padre, maestro del pueblo, ejercía también como organista, por lo que el acceso del joven a esta práctica era algo cotidiano en su casa. Ya en estos momentos comenzó a componer, dando lugar a pequeñas piezas, todas ellas de corte sacro, en las que el mencionado instrumento tuvo un peso especial. Sin embargo, a lo largo de su carrera no desarrolló un gran número de obras para órgano, ya que la mayoría de sus interpretaciones fueron improvisaciones al teclado que no fueron transcritas.
Tras la temprana muerte de su padre, el joven músico accedió al coro de niños del próximo monasterio de San Florián, donde se formó como organista de la institución eclesiástica. Su relación con la comunidad religiosa, así como su trabajo posterior como organista, hicieron de su música una experiencia casi mística, algo que puede verse, entre otros casos, en su música coral y sus motetes. Para Bruckner, sus creencias religiosas fueron cruciales, llegando, incluso, a dedicar a Dios su inacabada Novena Sinfonía.
Tras un periodo de formación musical en el que pudo entrar en contacto con las obras de los grandes compositores del momento, Bruckner se inició en la creación de partituras instrumentales, entre las que destaca su Primera sinfonía, estrenada en 1868, con la que abría el camino de la música orquestal de grandes dimensiones. Uno de sus referentes, Richard Wagner, fue una inspiración constante para su música, llegando a establecer relación con este en el campo de la interpretación. Era tal la fascinación que le causaba este autor, que le dedicó su Tercera Sinfonía.
Su etapa de mayor esplendor la pudo vivir en Viena, donde fue profesor del Conservatorio de la ciudad, llegando a ser organista cortesano de Francisco José I. Los éxitos no tardaron en llegar con el estreno de sus sinfonías Cuarta y Quinta, obras que con las que consiguió posicionarse como un compositor respetado por los admiradores de Brahms y Wagner, bandos generados en el panorama musical de la capital austriaca. Y es que, por un lado, ofrecía el despliegue sonoro y las novedades en cuanto a la composición wagnerianas, mientras que por otro no abandonó el lirismo decimonónico basado en el melodismo.
Las condecoraciones y los homenajes no se hicieron esperar durante este periodo, sobre todo tras la interpretación de la Séptima, cuando Bruckner alcanzó un gran éxito en la ciudad, llegando a ser condecorado por Francisco José I por su posterior Te Deum, así como por los grandes estrenos sinfónicos. Sus obras orquestales consiguieron, así, hacerse un hueco en la Viena beethoveniana.
El estilo musical de Bruckner va del desarrollo romántico de la música instrumental al contrapunto más tradicional, lo que le permitió desarrollar una técnica propia que, de algún modo, miraba a la música de su contexto. Sus sinfonías, como hemos mencionado, fueron objeto de numerosas críticas favorables, siendo parte fundamental del repertorio orquestal, protagonizando numerosas publicaciones discográficas desde mediados del siglo XX, con diferentes ediciones integrales.
Sin embargo, la gran carga de trabajo a la que se vio sometido comenzó a afectar la salud del compositor, debilitándolo e impidiéndolo desarrollar su carrera con mayor intensidad. Entre las dificultades con las que se encontró, destacan sus problemas al caminar, instalándose en un apartamento de un edificio del complejo del Alto Belvedere ofrecido por el emperador.
Pese a ello, no cejó en su empeño por finalizar su Novena Sinfonía, si bien esta se quedó a medias por la muerte del compositor en 1896. Tras su fallecimiento, fue enterrado bajo el órgano del monasterio de San Florián de Linz, donde desarrolló su etapa como organista.
Enlace al programa de celebraciones del bicentenario de Anton Bruckner
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