Gianluigi Gelmetti: Maestro de Maestros
Cuando hablamos de la carrera de Gianluigi Gelmetti, inmediatamente nos damos cuenta de estar ante uno de los directores de orquesta más importantes del último medio siglo. Nacido en Roma en 1945, apenas adolescente ingresó en la Accademia Chigiana para estudiar guitarra con nuestro gran Andrés Segovia y dirección de orquesta con Sergiu Celibidache y Franco Ferrara, comenzando rápidamente una fulgurante carrera, siendo casi un niño prodigio. Berliner Philharmoniker, Wiener Philharmoniker, London Symphony… son sólo algunas entre el centenar de orquestas que marcaron su imparable actividad internacional. Fue director musical de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart entre 1989 y 1998, del Teatro de la Ópera de Roma (2000-2009), de la Orquesta Sinfónica de Sidney (2004-2008) y de la Orquesta Filarmónica de Montecarlo (2012-2016), que le nombró Director Honorario Vitalicio.
Músico de enorme cultura y poliédrico donde los hubiera (su repertorio iba del barroco a Wagner, del settecento napolitano a Mahler, de Mozart a Nino Rota o Varese) se dedicó con especial esmero al redescubrimiento de títulos prácticamente desconocidos en nuestro tiempo: Marie Victoire y La Fiamma de Respighi, o Sakùntala de Alfano son buena prueba de ello. Tampoco podemos olvidar su fundamental contribución a la renaissance de la ópera seria rossiniana: sus memorables versiones de Tancredi, Maometto II, Otello o Guillaume Tell ayudaron de manera determinante a restituir estos títulos en el repertorio después de un siglo de olvido.
Compositor, director de escena… Es sencillo encontrar información sobre todas las facetas de este fascinante artista. Pero a mí me gustaría hacer hincapié en aquella que el gran público conoce menos: su ingente legado como docente de directores, Maestro de Maestros.
En las últimas décadas se ha puesto de relieve (con total justicia) la figura de algunos Maestros ligados a jovenes directores emergentes. Incluso, apenas aparecía un segundo o tercer alumno interesante, se hablaba de “conductor makers” (hacedores/creadores de directores). Pues bien, puedo afirmar sin temor a equivocarme que el auténtico “conductor maker” de nuestra época es Gianluigi Gelmetti.
Durante sus 18 años al frente del curso de dirección de la Accademia Chigiana de Siena pasaron por sus manos más de 500 alumnos, de los cuales hoy se nutren todos los teatros y orquestas del mundo. En el panorama actual, es difícil encontrar un director importante por debajo de los 50 años, en cuyo curriculum no figure la frase “estudió en la Accademia Chigiana con Gianluigi Gelmetti”. Podríamos decir que Gelmetti ha dejado su impronta en toda una generación de directores, del mismo modo que lo hicieron sus maestros, Celibidache y Ferrara.
Su formación con estos dos colosos de la docencia directorial, unido al trabajo que realizó más tarde con el mítico Hans Swarowsky, seguramente fue lo que hizo de Gianluigi Gelmetti un docente extraordinario. Poseedor de un talento cautivador, una agudísima inteligencia, intuitivo, constructivo y mordaz a la vez, nunca buscó crear “clones” a su imagen y semejanza, sino profundizar en la personalidad y en las características de cada alumno para luego extraer lo mejor, lo único e irrepetible que pudiera tener cada uno.
Fue, cómo no, en la Chigiana donde tuve la inmensa suerte de cruzar mi camino con el de Gelmetti. Pocas veces en mi vida me he sentido más exigido, más presionado… y más querido y ayudado, al mismo tiempo. El Maestro Gelmetti sabía llevarte al límite, y al mismo tiempo darte (o mejor dicho, enseñarte a buscar) los elementos necesarios para superar ese límite en pro del siguiente desafío. No era sólo un gran profesor de dirección: era también un magnífico “preparador” de directores. Sabía exactamente lo que hacía falta para subir a un podio (tanto a nivel musical como humano) y sabía exactamente cómo motivarte para alcanzarlo. Sin su influencia fundamental y su sabio consejo, hubiera sido muy difícil afrontar con garantías esta profesión, que es sin duda una de las más bellas que existen, pero también una de las más duras.
Y en el ámbito personal, sólo puedo decir que es uno de los mejores hombres que he conocido. Detrás del fino intelectual y del músico atrozmente exigente (¡a veces hasta la extenuación!) había un ser humano sencillo, con un corazón de oro, amante de su familia y sus amigos. Disfrutaba de un partido de fútbol o de una buena conversación casi tanto como con la música, y era capaz de jugar con mi hija de pocos meses teniéndola en brazos durante horas, haciéndola reír sin parar… Recuerdo con particular cariño las ediciones de 2017 y 2018 del Festival Rossini de Wildbad, cuando tuve el honor de compartir cartellone con él y con mi gran amigo Antonino Fogliani, director musical del Festival. Pudimos pasar mucho tiempo juntos, y entre ensayo y ensayo paseábamos, conversábamos… mi admiración y respeto reverencial de los tiempos de la Chigiana se transformaron en una hermosa amistad y un profundo afecto hacia el Maestro, que conservaré toda la vida. José Miguel Pérez-Sierra
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