MÚSICA CHECA EN VENA
Obras de Mahler, Dvorák, Martinu y Janácek. Orquesta Filarmónica Checa. Hermanas Labèque. Director: Semyon Bychkov. Auditorio Kursaal, 26 y 27 de agosto de 2022.
La Quincena Donostiarra 2022 se ha cerrado con dos conciertos de música checa. En primer lugar la de un natural de Bohemia (en otros tiempos integrada en el Imperio Austrohúngaro), Gustav Mahler, representado en este caso por su Sinfonía “nº 7”, obra esquinada, imperfecta e irregular, pero llena de hallazgos y sorpresas inesperadas, envuelta en un clima fantasmagórico, poblada de insólitos claroscuros y de propuestas de insólita originalidad. Y no exenta de ese toque banal tan consustancial a veces al estilo del compositor.
Nada más empezar la furibunda marcha fúnebre en curiosa forma sonata que abre la obra, con ese tema trabajado a conciencia por Mahler y cantado por el “tenorhorn”, comprobamos que se nos iba a ofrecer una lectura en profundidad, tal era la ominosa acentuación, la precisión, el manejo de intensidades. El movimiento pendular de la batuta y del cuerpo de Bychkov, titular del conjunto praguense, iba tejiendo poco a poco una red ominosa de relaciones temáticas, armónicas y tímbricas verdaderamente envolvente. Sin descuidar los insólitos apuntes líricos que en ocasiones luchan por aparecer.
Las dos “Nachtmusik”, esas llamadas a la noche, brillaron en su fatídico puntillismo, envuelto en pinceladas tímbricas y en evocaciones singulares (como la referida al cuadro La ronda nocturna de Rembrandt) sin que en la segunda, en la que lo amoroso hace su aparición, ni la guitarra, ni el arpa ni la mandolina prescritas tuvieran el suficiente relieve. Esa especia de desenfocado vals vienes que es el “Scherzo” tuvo en las manos de Bychkov y en los timbres de su orquesta la adecuada traducción rítmica y el toque expresionista exigido. Especial énfasis en los “pizzicati”. La interpretación de toda la “Sinfonía” vino señalada en todo momento por una notable nitidez expositiva.
El movimiento más flojo, el “Rondo, Finale Allegro ordinario”, una suerte de conclusión optimista y jubilosa, festiva, que recuerda en ciertos momentos a la obertura de “Los maestros cantores” de Wagner, fue expuesto con insólita convicción, con esplendoroso despliegue instrumental, con el eventual recuerdo al tema de apertura de la obra y con una “stretta” final de quitar el hipo. Gran éxito de batuta y director que dejaba las espadas en alto cara a la actuación del día siguiente en un programa más variado.
Comenzó con la espumosa y fluida Obertura “Carnaval” de Dvorák (otro bohemio), una página de una movilidad sinfónica extraordinaria, en la que al rompedor y vertiginoso tema inicial, de rasgos tan populares, se combina más tarde con otras ideas, algunas muy líricas, que se suceden sin solución de continuidad de manera un tanto rapsódica. La coda, brillantísima, cerró una interpretación llena de vida, aunque no siempre clara de líneas.
Tardamos en encontrar la transparencia en la recreación del “Concierto para dos pianos” de Martinu, tocado con ánimo y pulcritud por las Labèque. Es obra de rasgos neoclásicos, de parentesco stravinskiano, movediza, agitada en su extremos, con un “Adagio” de reflejos insólitamente líricos, titilante y encantador. Un cierto confusionismo en los inicios del “Allegro non troppo” de apertura no empaña la buena distribución general de volúmenes, el encanto del lento y la distribución de los arpegios del “Allegro”. Las hermanas ofrecieron como regalo una piececita de signo popular, una canción proveniente quizá de “West side story” que no venía muy a cuento.
Tras el descanso escuchamos la singular “Misa Glagolítica” de Janácek en una soberana interpretación en la que acertamos a comprobar la sabiduría del compositor de Brno para manejar células breves, extraídas en ocasiones del acervo popular y para mantener durante las nueve partes de la obra la tensión nacida de los distintos tratamientos, rítmicos y armónicos, acentuales, dados al poderoso tema de la “Intrada” con sus brillantes fanfarrias. Destacamos brevemente la suave en aparición del Coro en el “Kyrie”, el martilleante “Amén” del “Gloria”, las bellas frases de los chelos en el “Credo”, el sutilísimo solo de violín del curioso “Sanctus”, las finuras corales del “Agnus”, con un “Ten piedad” dicho en un susurro, y la intervención del órgano a cargo de Daniela Valtová Kosinová, antes de un cierre que emplea la misma música, levemente alterada del comienzo.
El Donostiarra, siempre afinado y musical, mostró su gran nivel. No estuvieron a la misma altura los cuatro solistas. La soprano Evelina Dobraceva, evidenció sonoridades guturales y excesivo vibrato. La mezzo Lucie Hischerová destacó poco en sus dos muy breves intervenciones. El tenor Ales Briscein se esforzó lo indecible en su tirante escritura con difícil acceso a notas muy agudas (Si natural incluido). Y el bajo Jan Martinik hizo notar una voz de buen cuerpo pero poco timbrada y abierta en la zona alta.
Saludos y vítores. Como es su costumbre, el director del Donostiarra, Sainz Alfaro, no salió a saludar. Lo hizo en su lugar el pianista y preparador Jon Urdapilleta, que cantó también en la cuerda de los bajos. Y con ello terminó la Quincena 2022. Arturo Reverter
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