PASIÓN Y FE
Pasión según San Mateo, BWV 244, de Johann Sebastian Bach. Solistas: Maximilian Schmitt (Evangelista), Yannick Debus (Jesús), Kateryna Kasper (soprano), Philippe Jaroussky (alto), Zachary Wilder (tenor), Andreas Wolf (bajo). Coro Zürcher Sing-Akademie. Orquesta Barroca de Friburgo. Director: Francesco Corti. Lugar: València, Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1.800 espectadores (abarrotado). Fecha: Domingo, 24 de marzo de 2024.
Para quien es ateo o agnóstico, es difícil mantener distancia con la fe tras vivir la Pasión según san Mateo de Bach escuchada el domingo en un Palau de la Música abarrotado como en sus más grandes días. Y a fe que fue un grandísimo e inolvidable día, en el que el genio creador de Bach, y sus ideales cantantes e instrumentistas, obraron el milagro de hacer realidad la obra de arte. “Ver para creer”, dijo el apóstol Tomás. Aquí es más pertinente “escuchar para creer”. Es difícil explicarse la existencia del arte, de sus sentimientos y emociones, de sus vivencias en seres de carne y hueso que lo hacen realidad hasta involucrarse ellos mismos como materia artística, sin la existencia de algo superior. Lo que sea. ¿Fe? ¡Quizá!
Cantantes solistas, los coristas de la Zürcher Sing-Akademie y los instrumentistas insuperables en estas lides de la Orquesta Barroca de Friburgo se convirtieron de la mano de Bach y del maestro Francisco Corti en apóstoles laicos de la obra de arte. Cada coral, cada aria, dúo o recitativo, suponía la certeza de algo que escapa a próximas lógicas. Más allá del sentido concreto de la palabra y de la sencilla narrativa del Evangelio del apóstol Mateo, el Arte en su universal y abstracta existencia, palpitó en el ¿alma? de cada espectador. Ni siquiera la incomprensible ausencia de subtítulos -con la consiguiente ignorancia de lo que se decía-, pudo mermar la expresión y sentido que, más allá del detalle concreto del texto, late en una música que es por sí misma expresión total.
Todo fue excelso en esta Pasión memorable. Pero sobre todo y todos, hay que comenzar con el aplauso admirado y sin reservas a los instrumentistas de la Orquesta Barroca de Friburgo -Freiburger Barockorchester-, conjunto que desde sus instrumentos de época lucieron perfección, color, registro, estilo y un virtuosismo siempre empeñado en servir y expresar el portento musical. Fracturada en las dos orquestas que prescribe Bach, todas las intervenciones, tanto de conjunto como solistas, fueron excelsas. Inenarrable la participación de la flauta solista en el aria “Aus Liebe will mein Heiland sterben”, que cantó, afinó y fraseó con la belleza y perfección que lo hizo la soprano ucraniana Kateryna Kasper. Otro tanto hay que señalar del concertino, en su intervención coprotagonista en el aria “Erbarme dich, mein Gott”, junto al célebre contratenor Philippe Jaroussky, convertido aquí en uno más de este grupo de músicos de tan primer rango.
Efusivo y vibrante el Evangelista del tenor Maximilian Schmitt, mientras que el bajo Yannick Debus fue un noble y templado Jesús. A tono con la excelencia de reparto, el bajo alemán Andreas Wolf, mientras que el tenor Zachary Wilder supuso el punto de menor excelencia en un elenco en el que todos brillaron, incluido él mismo. Philippe Jaroussky, con un alemán casi ininteligible, mostró estilo, clase y rigor apoyado en una voz que no vive ya su mejor momento. Sobresalientes sin excepción las frecuentes intervenciones solistas de las voces de la Zürcher Sing-Akademie, preparada por el maestro Florian Helgath.
El italiano Francesco Corti calibró y concertó desde el clave una versión que desde su arraigo claro al movimiento historicista hereda las mejores corrientes del mismo. Obtuvo oro de una orquesta que ella misma es oro, pero que sonó incomparablemente mejor que en su pasada Pasión valenciana, el pasado año, en el Teatre Principal, también dentro de la programación del Palau de la Música, cuando fue dirigida por Lionel Meunier, quien desde su puesto de corista en la cuerda de bajos apenas se limitó a dar tímidas indicaciones. Dicen que la batuta no suena, pero basta comparar estas dos versiones para ver cómo puede cambiar una orquesta que, siendo siempre excepcional, puede sonar tan disímil.
Al final de esta Pasión para la eternidad, después del sublime coral “Wir setzen uns mit Tränen nieder”, la emoción de todos se volcó en una ovación entusiasta e interminable. Aún resonaba cuando el crítico y sus elucubraciones sobre ateísmos y agnosticismos andaban ya bajo esta lluvia semanasantera que tantas procesiones aguará. ¿Será verdad lo que cuenta San Mateo? A tenor de lo que acababa de ocurrir en la Sala Iturbi del Palau de la Música, todo apunta a que sí… ¿O no?
Publicado el 26 de marzo en el diario Levante
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