EUSKADIKO ORKESTRA Y EL ORFEÓN DONOSTIARRA
Mascarillas al destierro, ¡voto a Brios!
Quincena donostiarra
Fecha: 21-VIII-2021. Lugar: Auditorio Kursaal, San Sebastián. Programa: Letanías a la Virgen Negra de Rocamadour, de Francis Poulenc; Misa de los Pescadores de Villerville, de Gabriel Fauré y André Messager; Cristo en el Monte de los Olivos, Op. 85, de Ludwig van Beethoven. Voces solistas: Iwona Sobotka (soprano, Seraph), Airam Hernández (tenor, Iesus), Frederic Jost (bajo, Petrus). Coro: Orfeón Donostiarra. Orquesta: de Euskadi. Director musical, maestro concertador: Víctor Pablo Pérez.
Merecidísima la dedicatoria que de este concierto se ha hecho, como homenaje, a Rafael Banús Irusta, fallecido el 26 de Julio pasado a los 57 años (¡qué injusticia), quien fue excelente y docto crítico musical y mejor persona; discreto, afable, sabio, tan vinculado a esta ciudad y a este festival de música. Otros también merecerían el debido recuerdo y pero para eso ya habrá tiempo de poder ser escrito.
Fue un concierto que supo a poco y que pudo haber llegado a altísimas cotas de bondad, ya que los mimbres con los que se quería tejer un hermoso y elegante cesto, pese a ser todos ellos de inequívoca calidad, nos hicieron quedarnos con las ganas, merced a la veladura fonal que se impuso a los miembros del Orfeón Donostiarra, mediante el uso de las mascarillas. Es como si a usted le gusta mucho el champagne y se lo ofrecen caliente, ya batido y sin burbujas, tal si fuera un vino blanco con especial gusto retronasal. Y uno se pregunta: ¿por qué pueden cantar las voces solistas sin el incomodo bozal, cuando están colocados a menos del reglamentario metro y medio uno del otro o del director en el podio, y los músicos con instrumentos de viento -metal o madera- también sin él, cuando no están soplando? Por el contrario, a los orfeonistas se les impone el uso de semejante artilugio que les hace opaca la proyección de su canto. No hay razones, suficientemente sólidas, para imponer tal obligación. Pero claro, a juicio de quien escribe, esto es como en la antigua mili, donde había ordenes de que hasta el 30 de mayo había que llevar capote de paseo, aunque cayeran 35ᴼde tórrido sol. Los dirigentes de la res publicae y sus administradores dedicados a la Cultura, especialmente a la Música, carecen de ductilidad y de saber que hay que hacer en cada momento, a la luz de lo visto y escuchado, en un concierto en parte capitidisminuido.
Fue un encuentro musical de eminente marchamo religioso en las tres obras interpretadas. Empezando por las Letanías a la Virgen Negra de Rocamadour, de Francis Poulenc, donde la orquesta obedece a una construcción musical muy sencilla, sin mayores enredos tonales, y en la que el peso interpretativo recae en las voces blancas (en este caso femeninas) que realizan toda la labor canora (en lengua francesa), donde se perdieron cuantas sutilezas expresivas marcaban las manos del director y fonales que el compositor señala en la partitura. El propio Poulenc sobre esta obra escribió que “la posición católica es la más humana para estos tiempos de opresión” (¿?). Otro tanto de lo mismo pasó con la Misa de los Pescadores de Villerville, de Fauré y Messager, con texto en latín, donde hay momentos de especial brillo y tensión armónica, como es en el Gloria y el Agnus Dei -ambas de Fauré-, en que la orquesta dio una respuesta muy satisfactoria, quedando truncada la riqueza tímbrica en las voces de las mujeres orfeonistas. Escrita en 1880 durante las vacaciones conjunta de ambos en casa de unos amigos, ante el aroma y la brisa de la mar. Usted quiere siempre comida de calidad, fresca, no de congelador y a medio hacer. ¡Pues tampoco pudo ser!
Ante tales pesares llegó el Genio de Bonn, el gran Ludwig, con su obra Christus am Ölberge, dicho en castellano Cristo en el Monte de los Olivos Op.85, y nos liberó, en gran parte, merced a una orquesta en estado de gracia, una dirección musical atenta a cuanto ordenaba la partitura, con mucha carga de expresión en la concertación de Pérez, y la hermosura de las tres voces solistas, quienes, como queda dicho, cantaron sin obstrucción trapera. Este oratorio, escrito en 14 días (seguro que en estado puro de gracia del espíritu), basado en textos del bohemio Franz Xaver Huber. Resulta sorprendente que esta obra, que se interpreta con poca frecuencia, haga sobresalir, por encima de toda narrativa fáctica en la acción cantada, la figura de Jesús, dando al coro un especial protagonismo, cual fue, por un lado, el de la soldadesca en el momento del prendimiento y, por otro, el angélico Welten Singen con el que se cierra la obra. Si el Orfeón hubiese cantado sus partes (con muchas pinceladas mozartianas y de Haydn) sin el maligno impedimento vocal, los aplausos hubieran resultado atronadores, aunque fueron muchos en agradecimiento a los tres solistas.
La poderosa voz de la soprano polaca Sobotka nos presentó un ángel seráfico rico en matices, de amplio cromatismo y siempre segura, sabiendo adaptarse a la presencia rica de la voz del tenor, en el dúo que sigue a su primer recitativo. Hernández tiene una estructura sónica de muchos kilates que tiende a consolidarse como la de un tenor spinto, como demostró en la única y terrorífica aria escrita por Beethoven que trae recuerdos de la del final de Florestán en su ópera Fidelio, y dejó patente en todo momento el dominio de su complejo papel, aunque en algunas notas del pasaje del registro central al agudo tomara demasiadas precauciones. Todo un dechado de hermosura es la voz del bajo, abaritonado, Frederic Jost, quien a sus 26 años nos regaló un canto lleno de patetismo, como Petrus, en una emisión de permanente legato y con una proyección cuajada de sonido rotundo, que demuestra estar en posesión de unas condiciones técnicas para un futuro muy prometedor. Víctor Pablo Pérez -la pulcritud personificada- quiso sacar de su querido Orfeón matices que eran imposibles de conseguir. Su lectura de la partitura, sobre todo en el uso de las modulaciones orquestales resultó modélica. ¡Qué pena de ocasión perdida! Manuel Cabrera.
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