Moderna plasmación del horror
Debussy: “La damoiselle élue”; Arthur Honegger: “Jeanne d’Arc au Bûcher”. Camilla Tilling, Marion Cotillard, Sébastien Dutrieux, Sylvia Schwartz… Coro y Orquesta del Teatro Real. Pequeños Cantores de la JORCAM. Director musical: Juanjo Mena. Director de escena: Alex Ollé (La Fura dels Baus). Teatro Real, Madrid, 7 de junio de 2022.
Para el director escénico Alex Ollé el mito de Juana de Arco sigue igual de vigente entre “fuerzas que parecen contribuir a la disolución de un ideal de unión de las naciones, entre crisis económicas y crisis de identidad, entre la radicalización política y la reaparición de corrientes ultraconservadoras que amenazan el futuro”. Estrenada como oratorio el 12 de mayo de 1938 en Basilea, “Jean d’Arc au Bûcher” fue pensada, por el pío Paul Claudel y el sólido Arthur Honegger, para la escena, a la que accedió en junio de 1941 en Lyon. Es así como tiene auténtica significación y como permite poner de manifiesto el abigarrado lenguaje dramático del compositor suizo, síntesis de elementos hijos del oratorio, de la ópera, del teatro y aun del cine.
Músicas atonales, modales, disonancias y consonancias, melodías de contagiosa amenidad vienen manejadas con una soltura y una sapiencia sensacional por la mano creadora, con episódicos recuerdos a Stravinski o, en estética distinta, a Orff. Números corales, recitados arcaicos, declamados solemnes aparecen diestramente engarzados y envueltos, cuando la ocasión lo pide, en cierto sentido el humor, con lo que el colorista conjunto llega a alcanzar una singular dimensión narrativa.
El mismo compositor venía a reconocer que la obra “participa de una forma de teatro que no es la ópera: es la síntesis de todos los elementos del espectáculo con texto hablado”. La inspiración de Honegger le lleva a alcanzar páginas tan valiosas e incluso sublimes como el coro de niños. El encanto aquí de la armonía, tan simple como genial, “arcaizante y crepuscular”, como definía Gentilucci, nos hace olvidar la retórica mística de la base literaria.
Los dos personajes principales, Juana y el Hermano Dominique, son hablados. Se establece una clara dicotomía entre lo narrativo y lo lírico y, por decirlo así, visionario, a cargo de la Virgen María. A destacar el papel que cumplen las ondas Martenot, tan queridas por Honegger: se las escucha especialmente en la invocación del que es uno de los temas cíclicos. Es singular y magistral el manejo de la armonía en la caracterización de personajes y situaciones. Debe resaltarse la potencia de las últimas secuencias y particularmente la que nos lleva a la muerte de la santa, envuelta en una sublime beatitud que conduce a la catarsis final del extático epílogo con la triple afirmación del tema del amor.
En la producción ahora contemplada en el Real la obra de Honegger viene precedida por “La damoiselle élue” de Debussy, escrita para soprano, “mezzo” y coro femenino, que ilustra un poema de Dante Gabriel Rossetti. Nació entre 1887 y 1888 y se revisó en 1902. Una elección que da sentido a la puesta en escena de Alex Ollé, en la que la “damoiselle” “vuela como un alma que asciende a la presencia de Dios. De algún modo es el alma de Juana tras su ejecución en la hoguera, en el instante en que, después del horror, halla la paz”; como explica el propio Ollé.
Joan Matabosch, director artístico del Teatro, apunta que “todo transcurre en la mente de Juana, una joven contemporánea por la que es fácil sentir compasión y hacer propia la indignación por la injusticia de la que está siendo objeto”. Hay que anotar que la visión de Ollé tiene muy presente –y a eso le ha ayudado la escenografía de Alfons Flores– la coetánea amenaza del nazismo. Lectura política que concede una especial fuerza al espectáculo.
El escenario beatífico de la obra debussyana, que musicalmente no tiene demasiado que ver con la de Honegger, es vestido aquí, en la parte superior del escenario, sobre una estructura metálica bastante fea, por colores vivos y atuendos de un amarillo estridente, unificador y provocador, lejos de la paz beatífica que parece se debería vivir en esos estratos celestiales. Una disposición que impide ver a los espectadores de las alturas bastantes momentos de la acción que se vive en la Tierra al socaire de las peripecias de Juana.
Ollé llena el escenario de gente menesterosa, la salida de una epidemia y de una guerra horrorosa, una jauría variopinta y cruel, que compone imágenes de gran fuerza y que, sin tener nada que ver, nos recordó algunas escenas del Bosco. En medio de las idas y venidas, de las coloristas y desgarradoras viñetas se sitúa la espiritual figura de la santa, epicentro y razón de ser de la narración y que aquí es interpretada con apasionada verdad, plenitud de acentos, con intensidad, con una dicción ejemplar –adecuadamente amplificada- por la actriz Marion Cotillard, de timbre más bien opaco y desleído pero manejado con una fuerza y expresividad admirables.
A su lado estuvo espléndido Sébastien Dutrieux en el papel del Padre Dominique. Camilla Tilling dejó oír su clara y espejeante voz en su papel de Doncella en la obra de Debussy, que tuvo un buen contrapunto en el oscuro timbre de Enkelejda Shkosa, narradora aquí y Catherine en Honegger. La límpida voz de Sylvia Schwartz dio expresión a la Virgen. Charles Workman se lució en el desagradable papel de Porcus y en otros tres, en repartición que alcanzó asimismo a otros intervinientes. Las hordas, con muchos de los personajes masculinos luciendo un pene artificial (en busca de un impacto visual y bárbaro más potente), fueron excelentemente manejadas y movidas.
Para que la función, con las pegas expuestas, tuviera une efectividad musical, se contó con la expresiva y maleable batuta de Juanjo Mena, que supo distinguir entre los suaves contornos preimpresionistas y delicadísimos, necesitados de una paleta de colores muy característica de la “Damoiselle”, y los contrastes y variedad de estilos y de escritura de “Jeanne d’Arc”. Modeló y moduló a una orquesta y a un coro atentos y precisos, a unos admirables Pequeños Cantores de la JORCAM y a unos solistas muy adaptables. El éxito fue rotundo. Arturo Reverter
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