Francisquita con ojos de hoy
Vives: Doña Francisquita. Sabina Puértolas, Ismael Jordi, Ana Ibarra, Enrique Ferrer, Milagros Martín, Santos Ariño, Isaac Galán. Gonzalo de Castro, actor. Director musical: Guillermo García Calvo. Director de escena: Lluis Pasqual. Ayudante: Leo Castaldi. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela. 19 de junio de 2024.
Se reponía esta sonada producción estrenada en 2019. Con diversidad de opiniones ante una dirección de escena rompedora que empleaba métodos y aplicaba enfoques muy alejados de la tradición. Pero tras la apariencia traicionera no cabe duda de que hay un trabajo serio y pormenorizado, un estudio a fondo como base de su desmitificadora –y por ello perfectamente discutible- propuesta.
Siempre es bueno que se busquen distintas vías de aproximación, aunque nos puedan parecer erradas o erróneas. Quizá lo sea la que juzgamos, que descontextualiza, como se dice ahora, la obra de Amadeo Vives, Federico Romero y Guillermo Fernández–Shaw; la trasviste, la transmuta, aunque en el fondo, desde otra óptica, conserva en cierto modo su íntima esencia en cuanto estudio de relaciones humanas, de reacciones sicológicas, de comportamientos, de pasiones y sentimientos. Es la forma lo que varía; es otra.
Pasqual suprime, como primera medida, el texto hablado, que se emplea a efectos estratégicos muy de vez en cuando, y se inventa un personaje, una suerte de hacedor-narrador-conductor que va de aquí para allá, casi siempre desordenadamente y acaba siendo un poco cargante y excesivo, y que de alguna manera sirve de anclaje, de cordón unificador entre los tres actos.
El primero, en esta arriesgada propuesta, se desarrolla en los años treinta, durante una sesión de grabación de la obra. El movimiento es escaso y los actores y cantantes se sitúan en línea ante el espectador, aunque actúan demasiado, cosa que no sucede esta manera en una sesión de este tipo. El segundo tiene lugar en los sesenta y describe una grabación para televisión. Y el tercero se instala en nuestros días en el curso de un ensayo de danza.
Ese tejemaneje, con excepción de la propia música y de las situaciones impostadas surgidas de la representación y emanadas de la anécdota básica y que emplea el método tan en boga hoy en día de recrear el teatro dentro del teatro, cámaras incluidas, desvirtualiza la obra original tal y como fue concebida, pero no abandona por completo los valores intrínsecos.
El espectáculo funciona bien engrasado gracias a la buena labor de los peones y al dispositivo técnico diseñado, del que dependió la proyección, en misiones de ambientación, un poco a destiempo, de unos fotogramas de la película, hasta hace poco desconocida, Doña Francisquita, rodada por el alemán Hans Behrendt en 1934. Y que, la verdad, no venían muy al caso, a no ser que se quisiera establecer una dicotomía o señalar lo anticuado de la obra primigenia. Toda esa parafernalia, esas atosigantes idas y venidas, los discursos del actor-unificador, el constante movimiento sin práctico reposo complican el desarrollo y la comprensión de una anécdota en el fondo sencilla y tópica. El barullo del tercer acto es considerable.
Hay que resaltar la buena labor que desde el foso, con una buena Orquesta de la Comunidad, desarrolló en este caso Guillermo García Calvo, que otorgó animación al conjunto, no siempre del todo preciso, y acentuó con garbo las partes de aroma más folklórico, terreno en el que se desplegó una vez más la innecesaria y rompedora actuación en el “Fandango” de la ya anciana Lucero Tena, que sigue siendo, a sus muchos años, una maestra en el manejo de las castañuelas.
En lo vocal hay que destacar el buen hacer de la soprano lírico-ligera Sabina Puértolas, de tan bello, penetrante y satinado timbre, de agudos tan bien colocados, de agilidades tan bien puestas, que concedió encanto y tersura a su Francisquita y bordó la romanza del ‘Ruiseñor’.
Su Fernando, Ismael Jordi, cantó sapientemente regulando, filando, respirando, dando muestras de buen fiato y de elegancia en el decir. El timbre es verdad que no es rico y que los agudos, algo abiertos, blanquean más de la cuenta, pero es artista de primer orden y que nos recuerda, más allá del timbre, tanto a su maestro Alfredo Kraus. Muy profesional, un poco fuera de sitio, la antigua soprano, que ahora canta como mezzo, Ana Ibarra. Buena dicción, musicalidad y escaso desgarro y fuerza retrechera.
Nos sorprendió la elección para Cardona del tenor Rafael Ferrer, un lírico no muy timbrado, de emisión un tanto engolada, ajeno al estilo de un personaje que está destinado a un cantante más bien cómico, en el viejo estilo. Nos alegró ver en Don Matías a Santos Ariño, que aún conserva algunos de los quilates del buen metal baritonal que lo encumbraron. Muy bien Isaac Galán en el papel de Lorenzo Pérez, para el que anda sobrado. Mención especial para la Doña Francisca de Milagros Martín, que derrochó gracejo y saber estar en su tan modificada parte. En su sitio, generalmente entonado, el Coro.
Excelente labor del ballet, que desplegó la coreografía ideada por Nuria Catejón. El conductor-narrador, fue el experimentado y buen actor Gonzalo de Castro, que quizá estuvo en exceso exagerado y altisonante, atropellado y confuso. Como siempre, espléndido programa de mano, en esta ocasión con artículos de Lluis Pasqual (que no termina de explicar el porqué de su concepción), Víctor Pagán y María Nagore Ferrer.
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