Aceptable aproximación al monumento de la Quinta de Bruckner con Afkham y la OCNE
Bruckner: “Sinfonía nº 5 en Si bemol mayor “(edición Nowak). Orquesta Nacional. Director: David Afkham. Auditorio Nacional, 22 de noviembre de 2024.
Gran prueba para un director; y una orquesta. Una obra compleja, difícil, que maneja multitud de temas, subtemas y temas derivados a lo largo de una mastodóntica pero clara construcción coronada por una gigantesca doble fuga. Composición más recogida, concentrada que la anterior, la “cinegética” “Cuarta”. También más espartana y severa, diseñada en un estilo contrapuntístico que no se conocía -y menos en gran orquesta- desde Bach, en cuya estela se sitúa por la masiva e impresionante utilización de la forma fugada en el movimiento postrero, aunque la distribución y ordenación de los materiales nos lleven a veces a Beethoven. Los dos músicos más admirados por Bruckner.
Enfrentarse a este miura no es ninguna tontería. Y lo ha hecho con mucha dignidad David Afkham al frente de una Nacional en buena forma, muy atenta al gesto del director, aquí, en contra de su costumbre habitual, empuñando una larga batuta. No venía mal desde luego para diseñar, distribuir, marcar, clarificar estructuras y embarcar al conjunto en tan compleja partitura. El joven titular de la Nacional, que no dobló las maderas, como a veces se hace, se ha mostrado aplicado y severo, consciente de lo que tenía entre manos. Comenzó la obra como se debe, de forma muy lenta, con un sonido venido de la nada: esos lejanos “pizzicati” en corcheas de la cuerda grave sobre los que se eleva suavemente un tema largo y tranquilo enunciado por violas y violines (el típico “tenuto” del autor).
A partir de aquí todo fluyó mansamente y la entrada del “Allegro” estuvo muy bien articulada con el inmediato desfile de todos los grupos temáticos. Respeto exquisito por los silencios. Nos gustó especialmente el juego dinámico, del pianísimo al fortísimo, aunque esperábamos una mejor gradación en la exposición de la coda, donde juega importante papel el arpegio de la introducción. Fue cordial el canto del “Adagio” iniciado por el oboe (el siempre certero Robert Silla) y la construcción general del movimiento. Habríamos deseado, eso sí, una mayor dimensionalidad en el crecimiento hasta el clímax. Pero el aire procesional estuvo bien marcado.
Nos pareció algo falta de grandeza, de monumentalidad, la presentación del electrizante “Scherzo”, un “Molto vivace” de demoníaca acentuación. Pero el factor rítmico fue respetado. Trío recogido y matizado. Afkham marcó muy bien el tema fugado del “Finale” y sirvió con fidelidad el diseño contrapuntístico ayudado de su larga batuta, de movimientos elegantes y precisos. Los metales expusieron con firmeza, bien empastados, el segundo tema. Las trompas, afortunadas casi siempre, acentuaron bravamente los secos acordes.
La difícil y compleja escritura fue servida en general con aseo e intención ayudando a la comprensión de la original estructura sonatística, evocadora, sin duda, de la que anima el último movimiento de la “Sinfonía Júpiter” de Mozart. Las distintas partes, distribuidas a lo largo de 635 compases, pudieron escucharse con general transparencia: Introducción, Exposición, Exposición del desarrollo, Fuga, primero simple después doble, Desarrollo conclusivo. La maraña temática, concentrada en el apabullante cierre, tuvo una aceptable claridad expositiva y la coda, mejorable sin duda en este caso, a falta de un mejor manejo de los planos y una deseable retención del “tempo”, nos llevó a una conclusión que recibió a la postre grandes ovaciones de un público que casi llenaba la sala y que dio un merecido notable a la interpretación. Arturo Reverter
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