El barítono debuta el emblemático personaje verdiano en el I Festival de Ópera de Lanzarote. Será el día 14. Para el cantante, que ha hablado de este rol con grandes artistas como Nucci o Carlos Álvarez, significa cumplir un sueño
A Borja Quiza (Ortigueira, La Coruña, 1982) le gusta la actividad, estar metido “en mil jaleos y mil historias”. Y dentro de ese frenesí hay una fecha importante, el 14 de mayo, día de su debut de Rigoletto. Será en el I Festival de Ópera de Lanzarote, que en su historia nunca ha visto una ópera representada. Un debut dentro de otro ¿Son palabras mayores? El barítono no lo ha improvisado, no es un papel que desconozca, sino que lo lleva años trabajando: “Es un sueño, un hito. Si me cuentan hace 15 años que lo iba a debutar lo hubiese visto inalcanzable. Los barítonos que empiezan como líricos se van macerando con los años. En tus manos no está lo que va a dar de sí la voz”, cuenta un cantante curtido en papeles líricos y cómicos (como el emblemático Lamparilla de “El barberillo de Lavapiés”, de Barbieri, que volverá a cantar en el Teatro de la Zarzuela en junio).
-¿Le llega Rigoletto en el momento adecuado?
-Este no es un rol casual. Llevo tres años estudiándolo en serio y al trabajarlo ya vas acostumbrando la voz. Es muy importante en mis 17 años de carrera.
-Habrá quien no le vea, por los papeles que ha cantado, como barítono dramático…
-En los últimos 30 años se nos ha ido un poco de las manos el tema de las etiquetas, eso del cantante verdiano, el barroco o el belcantista. A los grandes barítonos nadie les puso una etiqueta, por ejemplo, Ettore Bastianini o Leonard Warren eran dramáticos desde el principio de sus carreras, pero no es el caso habitual ni lo normal. Sería ideal que todos los barítonos tuvieran esas voces enormes, oscuras y dramáticas. No es un tipo de voz, es un tipo de canto. Pienso en los citados y en el gran Leo Nucci, en Cornell MacNeil… Uno no puede pretender cantar lo que no puede. Has de respetar la fisiología de la voz y nunca se alcanza la perfección. No creo en una técnica determinada para cantar Verdi, sino una manera de cantar bien a la que hay que apuntar. Los compartimentos acaban por estandarizar a los artistas y podemos perdernos grandes voces por ello. Se puede querer a Messi y a Ronaldo. Cada uno tiene un estilo y no son incompatibles ni excluyentes.
-¿Ha tenido ocasión de hablar con Nucci de Rigoletto?
-Claro que sí, de aquello que quería hablar. Su carrera empieza tarde como barítono lírico, con una voz muy clara. Ha afrontado el repertorio italiano, pues empezó con Barbero, Don Pasquale, Elixir y ha acabado con más de 500 Rigolettos a la espalda. Fíjate que probó Scarpia y vio que no era para él. Yo nunca me atrevería a etiquetar a ningún colega. El aficionado y el crítico de ópera son muy vehementes en este sentido.
-Pienso en un par de Rigolettos españoles de referencia, Carlos Álvarez y Luis Cansino.
-Con ambos he hablado también. Luis empezó muy joven y le ha dado tiempo a darle la vuelta al tablero de juego dos veces (ríe). Lo que tengo claro es que debuto este papel con una enorme ilusión, sabiendo lo que hago y que el que cante el 14 de mayo nada tendrá que ver con el número 100. No somos máquinas y, en ocasiones, el espectador lo quiere todo ya y es necesario tener calma, no apresurarse y estudiar mucho. El cantante es quien más y mejor sabe lo que puede hacer. Es una decisión bien pensada y meditada. Tenemos derecho, si sucede, a equivocarnos, siempre que no nos carguemos la voz.
-El ser padre de dos niñas le habrá hecho repensar el personaje.
-Por supuesto. Me ha ayudado una barbaridad a preparar el papel. Me tomo muy en serio la parte emocional del bufón de la Corte, que es tremenda. Mi “hija”, además, es una compañera a la que conozco desde hace años, Ruth Terán. Soy padrino de su hijo de cinco meses. Es una Gilda que está cantando de una manera increíble.
-¿Hay tan buen ambiente entre los cantantes de su generación como parece?
-La generación que llevamos 20 o 25 años, incluso quienes nos han precedido, como el caso de Carlos (Álvarez) tenemos un buen rollo dentro y fuera del escenario que no es normal. Y así se trabaja muy bien. Los teatros lo empiezan a saber y se transmite al público.
-Sin ir más lejos, esa “Viva la mamma” , de Donizetti, del año pasado en el Real, desternillante, crítica, ácida y divertida, donde usted se divertía de lo lindo con Mamma Ágatha, que cantaba Carlos Álvarez precisamente.
-Fue fantástico, muy muy divertido. Una obra lírica para reírse precisamente del mundo de la ópera.
-El personaje de Lamparilla le sigue dando muchas alegrías.
-Todas. Y este Barberillo de Alfredo Sanzol es una apuesta segura que conecta de maravilla con el público. Sabes desde el comienzo que va a funcionar y son certezas que pocas veces puedes tener. Funciona siempre y resulta un gustazo. Mira, Lamparilla y Fígaro, ambos los canto, son tremendamente agudos y mi yo actual se identifica más con otro tipo de personajes, de psiques, de tesituras e intensidad. El cuerpo me está pidiendo otros papeles.
-¿Es Rigoletto el gran desafío de su carrera?
-No, no lo es. Es un rol complicado; sin embargo, me pilla bastante preparado. Cuando empecé a cantar Fígaro me tenía que secar las gotas de sudor, era tremendo y ya he hecho entre 8 y 9 producciones. Ser cantante tiene una parte vital de oficio. Es necesario darle tiempo a cada papel y años de estudio. Gema Pajares
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