Una película dirigida por Dieter Werner bucea en los últimos años del fallido matrimonio entre ambos compositores y se explaya, tras la muerte de Gustav, en la relación tan turbulenta que mantuvo con el pintor Oskar Kokoschka, que la inmortalizó en algunos de sus lienzos. Poderosa, rebelde, desafiante e independiente, jamás renunció al apellido de su primer marido
Cuando Alma Marie Margaretha Schindler, Alma para ir más rápidos, conoció a Gustav Mahler, era una jovencita que componía con cierta fortuna. Él ya era Mahler. No necesitaba nombre para identificarlo. Poderoso, amante de su ego, alabado por un círculo fiel y gran compositor, su esposa se convirtió en una pieza más de su engranaje diario. La carrera que importaba era la de él. Alma estaba a su servicio, un paso por detrás del genio. Sin embargo, la joven más bella de la Viena de principios del pasado siglo detestaba resignarse a ser mera consorte. Sabía escribir música y componía. Y era una mujer deseada. La señorita vienesa se cansó y le planteó a su marido una retirada. “No existo para ti; todo gira a tu alrededor”, le dice tocada con un sombrero oscuro. Él, en ese momento, se arrodilla y le implora que no le abandone. Será capaz de escuchar lo que componga. “Vamos, Alma, toca” le espeta señalando un piano, con convicción pero escasa credibilidad. Y ella decide no apartarse de su lado, aunque el marido sepa que por quien suspira es por un rompedor arquitecto, de nombre Walter Gropius. La película de Dieter Werner lo cuenta tal cual. También el modo en que el músico se entera de que entre su esposa y el hacedor de la Bauhaus saltan chispas a través de una carta.
El mundo por montera
Poco tiempo después, cuatro meses exactamente, Gustav Mahler fallece. Alma ha estado a su lado hasta el desenlace. Se casará tres veces, pero jamás dejará de ser Mahler. Cuida su legado y se encarga de que su última obra se escuche. Es La Novena. Gustav la tendrá que oír desde el más allá, pero ella, aguerrida y absolutamente empoderada, firme, terca y desafiante, se pone el imperio por montera y consigue estrenarla. Si para ello es necesario compartir una copa con el director Bruno Walter no dudará en hacerlo. Y suena en un auditorio fantástico. Y ella saluda feliz con un ramo de flores entre los brazos. Kokoschka le recriminará que esté más preocupada de un muerto que de él, con quien comparte cama.
Ha conocido al hombre que la marcará. Ya sabe quién es Oskar Kokoschka. Con él vivirá una relación destructiva, brutal, al límite. Él la hará suya en cada retrato. La pintará mil veces mientras Alma, tras sus idas y venidas, discusiones y reencuentros, le reclama esa gran obra que el pintor no acaba de parir. Son tal para cual, aunque saben que no acabarán juntos. Él la ama hasta el delirio. Pero volvamos a la Novena de Mahler. Compuesta entre 1908 y 1909 Gustav se aísla en la casa de campo y compone sin pausa. Apenas le queda tiempo para dar algún paseo. “Es agradable estar solo todo el día, muy agradable», escribe desde la finca de Dobbiaco. Su mujer y su hija descansan en un balneario. Pero la vida se le tuerce y el corazón le falla: Su hija muere, Alma le es infiel y su salud se resquebraja. Acaba la composición pero no la verá estrenada por la Filarmónica de Viena en junio de 1912. “Alma Mahler se niega a aceptar el rol de madre y musa que le atribuye la sociedad. Ella lucha por su autonomía y éxito social, mientras que Oskar y sus otros compañeros equiparan el amor con la propiedad y, naturalmente, asumen que la búsqueda del éxito les pertenece solo a ellos como hombres”, señala el director.
Una mujer escuchada
La escritora guionista del filme, Hilde Berger, asegura sobre Alma Mahler (a quien interpreta Emily Cox) que “ella no quería ser la esclava de ningún hombre, por eso ella decidía cuándo empezaban y cuando terminaban sus relaciones. Buscaba su satisfacción sexual, quería tener su propia sexualidad, dirigir, mandar. Los hombres con los que se relacionaba eran cada vez más jóvenes. Mahler era 20 años mayor, pero Kokoschka era seis más joven”, apunta. Y añade a Efe que “Alma tenía dinero, provenía además de una familia de artistas y creció rodeada de personas muy interesantes. Desde que era pequeña, ese entorno la respetó y ella se daba cuenta de que era escuchada: aquella gente tan culta no la obviaba por ser mujer. Así que fue una mujer emancipada en una época en la que eso no era nada habitual”.
A pesar de sus posteriores matrimonio, con Gropius (una relación en la que, según se apunta sutilmente en la película, la madre de él jugó un papel decisivo, a tenor de los visto en los desayunos y almuerzos del matrimonio) y con el escritor judío Fran Werfel, Alma jamás se apeó el apellido del difunto Gustav. Tampoco de hacer eterna su memoria, de conservar, cuidar y hacer que su música se conociera y escuchara en todo el planeta. Alma sería una rebelde, pero, no lo olvidemos, Mahler. Gema Pajares
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