A Miguel Ángel Gómez Martínez: Crisantemi
Maestro, que no era el momento,
que no debía ser hoy el día, no así,
que merecías un justo y reposado adiós.
Que se ha ido prematuramente un embajador de la España que tanto amaba, de los que efectivamente explican y testimonian en primera persona el talento y la virtud de un pueblo. Que ha fallecido un caballero de la música, del gesto, de la sonrisa elegante; un humilde en tierra de divos, un hombre generoso y “señor”.
Desde Varsovia, la tierra de Chopin, desde donde escribo estas letras, brindo por ti, maestro; por las reuniones que hicimos y por las que quedaron pendientes. Y brindo por Alessandra, veladora de tus sueños, con el mejor vodka, señalando juntos —belvedere— el mirador al que has partido a contemplar los más bellos paisajes y dirigir las mejores sinfonías.
Como Chopin, fuiste ciudadano del mundo por tu talento, y hoy ese talento ha abandonado la tierra, dejándonos —diría Manu Leguineche— faltos, muy faltos de cariño.
Buscando en mi teléfono tus últimos mensajes, me enfrento a tu foto de perfil, una partitura que veo borrosa por las lágrimas que vierten mis ojos y no puedo controlar: una hoja suelta de una obra anónima, pretendidamente indeterminada. “Tan sólo un símbolo”, me dice tu viuda.
Sé que, en tu funeral, en Granada, una pieza sobresaldrá de entre toda la ofrenda musical que tus amigos preparan. Por el significado que para vosotros tuvo, sonará una obra para cuarteto de cuerdas que Puccini escribió en 1890 tras la muerte de su amigo Amadeo de Saboya, una partitura íntima y sencilla que tituló Crisantemi, las flores que, asociadas con los difuntos, en realidad no simbolizan sino la vida eterna.
Hoy llora Granada:
¡Ay, amor,
que se fue por el aire!
¡Ay, amor,
que se fue y no vino!
Llora Lorca, “el cantor”; y lloran por ti Morente y Cano; y Falla, “granaíno” también. Y llora el universo de la música, a la que encomendaste tu vida.
Estos días, diría Federico:
Los dos ríos de Granada,
uno llanto y otro sangre
Y cierto es que, “Por el agua de Granada, sólo reman los suspiros”. Pero tú, Miguel Ángel, asciendes ya a uno de esos miradores donde encarar el mejor cielo. Tal vez cruzando la Puerta de Elvira y subiendo después las escaleras de la cuesta de San Cristóbal. No existe en Granada mejor carmen ni mejor escenario que el “jardín de Dios”.
Yo, entre tus amigos huérfanos, administro mi desconsuelo desde una habitación de hotel en la Varsovia de Chopin, y escucho el segundo movimiento de su primer Concierto para piano y orquesta, una inmejorable escalera al cielo de los mejores.
Mi abrazo, querido Miguel Ángel.
Director gerente de la Orquesta Sinfónica y Coro RTVE
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