Estrena ‘El tiempo de las mariposas’ en La Plata, en coincidencia con el Día Nacional de la Danza. Habla de los nervios previos al debut, de su necesidad de exponer “el horror que somos como sociedad” y recuerda a las grandes figuras del arte que lo formaron.
“Un estreno nunca es tranquilo. No sé si los bailarines estarán más calmos, pero yo por momentos siento que voy a perder el juicio. Por suerte me doy cuenta a tiempo, lo cual es muy válido, y retrocedo. Es lógico que existan la ansiedad, el nerviosismo, el creer que no se llega; ultimar detalles genera cierta tensión. Hasta que la obra no está estrenada uno siente que siempre se puede mejorar”.
Iñaki Urlezaga se asoma al estreno de una nueva obra de su autoría, un evento cultural que tendrá condimentos especiales: será el 10 de octubre, en coincidencia con el Día Nacional de la Danza, y en La Plata, la ciudad que lo vio nacer y desde donde salió a conquistar el mundo. Este jueves a las 20 hs en la nave principal del Pasaje Dardo Rocha (50 entre 6 y 7) verá la luz ‘El tiempo de las mariposas’, una creación que “explora desde el lenguaje corporal y la danza las dinámicas de la mujer y su importante avance en la sociedad”, según se anticipa.
-Haber estado durante tantos años en el lugar que ocupan ahora sus bailarines, ¿lo ayuda a calmar los nervios o los potencia?
-Yo sé lo que están viviendo, entonces hago el esfuerzo de no transmitirles más ansiedad porque sé que ya cargan con la propia. Lo que debo hacer es tratar de llevar calma al ensayo, porque en definitiva soy la persona que debe conducir al grupo a un lindo lugar. Me gusta pensarlo con una analogía un poco extrema quizás: ellos son como mis hijos y yo soy el padre. Entonces, cuando el hijo ve al padre nervioso, también él se pone nervioso y el padre pierde el control de la situación. En esta instancia me gusta aportar respuestas y no dudas.
Puesto a hurgar en el origen de ‘El tiempo de las mariposas’, el coreógrafo y director se permite la duda: “En realidad, uno no sabe a ciencia cierta dónde nace algo así, no se da cuenta cuándo está naciendo. Sin embargo, siento que se relaciona con lo que día a día, como ser humano, observo en la calle. Por un lado está la conflictividad social, pero también el conflicto que al hombre le genera el empoderamiento femenino, que es tremendo. Hay ahí una opresión que toda la vida ha ejercido el patriarcado, que hoy se hace visible y que a mí, al menos, no me ha dejado al margen”.
Como otro antecedente de esta creación artística cita Iñaki la lectura, durante la pandemia, del libro ‘El segundo sexo’. “Simone de Beauvoire es una escritora eximia, no descubro nada al decirlo. Pero lo que más caló hondo en mí es que no se trata simplemente de una escritora sino que es una socióloga, y en ese sentido me interpeló su forma de mirar la evolución femenina desde Adán y Eva hasta las años ’40 en que escribió esa obra. El libro está lleno de esperanza de que puede llegar a florecer un mundo mejor y que la equidad entre el hombre y la mujer finalmente puede llegar a existir. Es emocionante ver a través de ella de lo que somos capaces los seres humanos, que es alcanzar nuestra mejor versión”.
-¿Cómo plasmó esa idea tan inspiradora para usted en el cuerpo de los bailarines?
-Ya tenía una música que hace tiempo quería utilizar, la Sonata N° 3 de Brahms, que si bien no es una música compuesta para ballet ni tiene que ver estrictamente con el universo académico musical de los bailarines, ofrece momentos de caos y otros de una intimidad emocional abrumadora. Es una música del 1700, compuesta por un occidental, que además fue un gran humanista, y carga con el sentido del dolor. Sobre todo en el primer movimiento de la sonata, más allá de la belleza musical, se palpa el dolor de cualquier profunda herida que cala hondo a la sociedad. Ese fue el leitmotiv de la obra, por eso la elegí.
-¿Cómo resonó esa música en los bailarines?
-El cuerpo habla, es muy directo y gráfico a hora de tener que expresar. No tiene dobleces ni tampoco eufemismos. Cuando el cuerpo cuenta una emoción lo hace con una contundencia que a mí por momentos me costó asumir porque, por lo general, no hago obras que tengan que ver con lo que sucede en el día a día de la calle. Es por eso que, en parte, me fui dejando llevar por los movimientos de los bailarines más que por lo que ya tenía diseñado en la cabeza. Pensé que de una manera colectiva y con la mirada de artistas tan jóvenes, siendo que yo ya no lo soy tanto, iba a obtener las herramientas que quizás a mí me faltaba.
FEMINISTAS
“El feminismo, la liberación de la mujer, la finalización del patriarcado”, enumera Urlezaga cuando se le requiere una síntesis argumental de este nuevo trabajo en su carrera como coreógrafo (que tuvo una función preestreno la semana pasada en el Teatro Plaza de San Martín). “Contado todo eso a mi manera”, aclara, “porque debe haber miles de feministas con sus propias formas de vivir la violencia de género. Ojalá nadie tuviera que hablar de esto. En mi caso, me pareció que visibilizarlo era la mejor manera de aportar”.
Definitivamente, al artista platense no le interesan las artes escénicas como una mera herramienta de entretenimiento. “No consumo ese tipo de teatro, esa danza, esa música; no conecto con eso que quizás a una parte de la sociedad sí le atrae; no lo critico pero no adhiero”. En ese sentido, aporta, ‘El tiempo de las mariposas’ es “una obra emocionalmente fuerte porque refleja el horror que somos como sociedad”.
Tan densa cree que puede resultar la trama que decidió alivianarle la carga emocional al público programando para la segunda parte de la gala un puñado de tangos con el sello de Astor Piazzolla. “Es algo que tiene que ver íntimamente con nosotros, con lo argentino, y que se aleja por completo del primer título”, refiere.
JOVENES Y MADUROS
Para este programa, Urlezaga eligió trabajar con bailarines noveles, diecisiete en total, sólo dos de ellos integrantes del Ballet del Teatro Argentino. Al frente del elenco ubicó una vez más a Julieta Paul y Bautista Parada, “artistas que no tenía duda de que podrían liderar este título de una manera magistral”, los elogia. “En ellos están presentes el talento y el aplomo escénico que sólo dos bailarines consumados como ellos pueden tener. Los admiro profundamente, conozco su potencial y ellos a la vez confían en lo que yo puedo llegar a brindarles”.
“Me gusta darles oportunidades a los más jóvenes, claro; sólo así la danza seguirá existiendo. Pero al mismo tiempo soy de los coreógrafos que no descarta a los artistas maduros; muy por el contrario, los apoyo, porque aquel que alcanzó la madurez puede llegar a hacer aportes inigualables a una obra”. En definitiva, refirma, “el feminismo nos atraviesa a todos, es una temática que abraza a toda la sociedad”.
-¿Cómo se lleva con esta posibilidad que le brinda el Instituto de Cultura bonaerense de recorrer diversos escenarios de la Provincia? (después de San Martín y La Plata, el espectáculo llegará a Quilmes y Lomas de Zamora).
-Primero debo agradecer el oxígeno que me dan al permitirme hacer obras nuevas, crear y sentirme vivo. Hacer un espectáculo nuevo despierta mi esencia, la expande. Cuando logro plasmar mis ideas en una obra como ésta, que habla de mí, sinceramente me siento mejor como artista y como ciudadano. La Provincia es enorme, representa al 40 por ciento del país; ojalá pudiéramos llegar a más lugares. China Zorrilla solía decir: “cuantos más kilómetros hago desde la puerta de mi casa, más feliz me siento”. Y realmente es así. En la primera mitad del año también recorrimos varias ciudades con otro espectáculo, ‘La ruta de Piazzolla’. Venimos haciendo un hermoso trabajo con el Instituto a lo largo del año.
UN REGALO
-Cuénteme sobre la manera en que llegó a usted la Sonata N° 3 de Brahms. Sé que hay una anécdota detrás de ese hecho.
-Es cierto. Esta música me la regaló Ernesto Sábato. Él había visto un trabajo mío como coreógrafo y, según me dijo, observó una sucesión de imágenes muy emotivas que lo hicieron pensar en acercarme esta composición. A Sábato le gustaba mucho la música de compositores alemanes, la literatura de ese país, la cultura germana en general. Así fue que a través de María Elena Walsh vino a verme y me trajo un CD con varias sonatas. En ese momento me predijo que algún día yo iba a crear una obra con esa música, porque él sentía que estaba muy conectada a mí. Yo era muy joven en ese entonces y cuando la escuché pensé que esa música no era para ballet. La guardé, no la escuché más, y después de muchos años me di cuenta que Ernesto no estaba tan equivocado. Hoy encuentro en la Sonata N° 3 algo de (Heitor) Villa-Lobos, algún rasgo que la acerca a la música brasileña, sobre todo en el comienzo. Incluso pensé en hacer una fusión entre temas de los dos compositores, pero finalmente me quedé con Brahms.
-Qué maravilla que Sábato haya vislumbrado en usted esa conexión con una composición musical tan antigua.
-La verdad que sí. Cuando Sábato entró a mi camarín recuerdo que me sentí conmocionado. Yo había leído casi todas sus obras. Aquella vez lo trajo María Elena, que escribió un libro con mi historia. Yo tenía un vínculo afectivo con ella, venía mucho a verme y yo le reservaba siempre el mismo palco en el Colón. Venía con distintas personas, y un día vino con Ernesto, y él me habló y me dio la música. Esos son los grandes privilegios de esta profesión; los grandes momentos a veces no se comparten con el público sino que están del otro lado del telón. Pensá que conocí a (Franco) Zeffirelli y él me enseñó a hacer luces. Que empecé a trabajar con (Ezio) Frigerio, el gran escenógrafo italiano, antes de la pandemia, aunque lamentablemente él falleció y se truncaron nuestros proyectos. Que me formé con Anthony Dowell en Inglaterra durante más de diez años. Gracias a Dios hay hermosas influencias dentro mío producto de toda esta gente con la cual viví.
-¿Y cómo es su presente?
-Me estoy volviendo loco (risas). Estoy construyendo una casa, que no es la primera pero levantar una casa siempre es complicado. Por este año no voy a hacer nada más. Claro que el año que viene voy a seguir trabajando en lo que me gusta, quizás en el exterior, pero no quiero adelantar mucho porque no tengo nada firmado.
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