Erwartung concluye el recuerdo que el Teatro Real le ha brindado al compositor Arnold Schoenberg con motivo de los 150 años de su nacimiento. Además de dos presencias escénicas, esta y el Pierrot Lunaire reciente, hay que señalar los dos conciertos de la semana reciente del cuarteto Meta4, con su Cuarteto de cuerda número 2, con soprano.
No está mal esta cosecha, sobre todo porque el corpus escénico de Schoenberg es muy poco dado a las alegrías operísticas. Si exceptuamos su magna ópera Moses und Aron, que se pudo ver hace pocos años en este mismo escenario, sus ejemplos escénicos son raros y siempre poco confortables. Del periodo expresionista, data este Erwartung (1909) y una curiosa experiencia, La mano feliz (1910-13), difícilmente representable por tratarse de una obra difícil, de orquesta muy nutrida, coro y solistas y una duración muy reducida, entre 10 y 15 minutos según la versión. Queda, pues, su Pierrot Lunaire, pieza elegida para abrir este homenaje y hay que llegar a los años veinte y treinta para ver su inclasificable comedia De la noche a la mañana, ópera que se está recuperando pero que aúna dificultad y duración reducida y, como colofón, la ya citada Moses und Aron.
Erwartung es, realmente, un monodrama, una cantante sola en la escena con una orquesta completa y una duración de poco más de media hora. Y ese es uno de los grandes problemas de este título, una suerte de maldición que se cierne sobre las óperas cortas y que ha afectado a títulos memorables de ese periodo de inicios del siglo XX; desde Mavra, de Stravinsky, hasta las dos óperas de Ravel, El castillo de Barba azul, de Bartók, e incluso a nuestro Retablo de Maese Pedro, de Falla. El mejor panorama de creadores de su época marginado por el fetiche de sus duraciones. Naturalmente, siempre se pueden sumar varios títulos en una sesión; así lo entendió el gran Puccini cuando juntó sus tres óperas cortas en Il Trittico, aunque han terminado separándose por el capricho de programadores o lo que sea.
Y esa maldición de cómo emparejar Erwartung con otra cosa se percibe en esta producción; ha sido costumbre ofrecer juntas Erwartung con El castillo de Barba azul, de Bartok, hay bastantes afinidades entre ellas, pero puede que la acumulación de dificultades sean un freno.
La opción elegida para esta producción, juntar Erwartung con el título más popular de Poulenc, La voz humana, tiene interés, pero también fricciones. Ambas tratan de dos monólogos de sendas mujeres desesperadas por una separación. Pero, hay abismos estilísticos entre dos óperas separadas por más de medio siglo. El monodrama de Schoenberg, musicado a partir de textos de Marie Pappenheim, es una cumbre de la angustia que el expresionismo heredó del psicoanálisis y de diversos miedos que comenzaban a atenazar a hombres y mujeres. La protagonista de La espera (su título en castellano) tiene mucho más que ver con El grito, de Edvard Much, una angustia de difícil explicación y que parece buscar sus monstruos en el interior de su propia psique. La mujer de Erwartung deambula por un bosque en busca de su amado para terminar encontrándolo muerto. Todo es símbolo, empezando por ese bosque que atemoriza sin apenas explicaciones. El propio Schoenberg lo certifica en una carta de 1930: “Es necesario que se vea a la mujer siempre en el bosque, ¡para que se pueda ver que ella tiene miedo de él! Así toda la pieza puede ser comprendida como si fuera una pesadilla”. Y viene a cuento esta observación porque el director escénico de esta producción Christof Loy, no se da por enterado y desplaza la acción a una habitación cerrada, lo que desdibuja el tipo de pesadilla de la mujer que ve a su fallecido amante resucitado, lo que es más de lo que proporciona una auténtica pesadilla.
Naturalmente, este desplazamiento anti schoenbergiano de la acción, hace coincidir esta con la otra acción, la de la mujer que concibió Jean Cocteau para La voz humana, que expresa sus temores por teléfono ante un amante que la acaba de dejar para anunciar su matrimonio con otra. Es esta una ficción bien conocida, Pedro Almodóvar, por ejemplo, la ha reflejado en dos ocasiones, una sobre la misma historia y otra con mención más esperpéntica y divertida en sus Mujeres al borde de un ataque de nervios. Yuxtaponer estos dos títulos no es exactamente una mala idea, pero, en mi opinión, tampoco la mejor. Las diferencias de época, de emocionalidad y de símbolos no parece que añadan más interés que el que ya tienen de por sí. Tampoco la música de Francis Poulenc tiene apenas relación con la del primer Schoenberg. No es quizá importante, pero deja un poso de facilidad que quizá la presentación de Erwartung en el Teatro Real por vez primera la podía haber evitado.
Añádase a ello, esa curiosa propina de Rossy de Palma, Silencio, un monólogo que tiene más de redundancia que de especificidad, pese a la calidad de los textos de Wilde, Brecht y la chispa de Rossy de España.
En el capítulo de coincidencias, destaca la excelencia musical de ambas operitas y muchos de los rasgos patológicos que mueven a las dos mujeres que se convierten en un muestrario de habilidades musicales. En suma, que hacen falta dos cantantes excelsas y, como corolario, una orquesta bien dirigida y en estado de gracia. Afortunadamente, esta producción del Teatro Real ha proporcionado todo esto. Las dos sopranos bordan sus papeles. La albanesa Ermonela Jaho se adapta al papel de sufridora de Elle en La voz humana, con un repertorio de musicalidad y encanto sonoro encomiables. Por momentos, casi resuena en ella una Melisande que Poulenc vela pero no cubre del todo en esta ópera que se cuenta entre lo mejor que produjo los años cincuenta en ópera.
Pero, el listón, ya alto, sube no pocos grados en la interpretación de Frau, la agobiada e histérica mujer de Erwartung. La soprano sueca Malin Bystrom se adapta como un guante a una partitura que precisa graves bien sostenidos y procaces saltos al agudo en los momentos de mayor tensión, rango que no suele abundar en los registros de soprano. Y, por supuesto, todo con un soporte sonoro que consigue hacerse escuchar por encima de un orquestón como el que propone Schoenberg. Y, con todo, hay estilo, finura y toda la gama de emociones de un carácter que hace del desequilibrio su retrato. Y, last but not lease, una afinación y un ajuste tonal en una ópera abrasadoramente atonal que la convierte en casi fácil.
Y falta el último actor, la orquesta y su director, el joven conductor francés Jérémie Rhorer. Si toda la sesión ha sonado orquestalmente al más alto nivel, el sobresaliente le llega de su versión de Erwartung, una de esas obras consideradas imposibles, y cuando suena tan bien como lo hacen sonar, la Orquesta Titular del Teatro Real se vuelve transparente, elegante y fluida. Un auténtico broche de lujo para cerrar un homenaje al gigante Arnold Schoenberg.
En cuanto al ámbito escénico, ya he citado lo que me parece cuestionable en la propuesta de Christof Loy, pero sus excesos no eliminan un dominio escénico que acomoda la acción a propuestas visuales muy bien ajustadas a su transcurso. Me atrevo a decir que esta producción escénica es una de las que más me gustan de las que no me gustan. Y ello incluye el monólogo de Rossy de Palma, prescindible, pero sin molestar, y gracioso por el toque cómico de la conocida actriz, poco más.
Como resumen, si alguien aún tuviera dudas de lo admirable que era Schoenberg como compositor, que no se pierda esta producción. No recuerdo un Erwartung tan bien ajustado en lo sonoro y musical y eso vale por todo lo demás.
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