Christoph von Dohnányi, rigor y abolengo

El director Christoph von Dohnányi
Christoph von Dohnányi vivió marcado por el abolengo de su apellido y un rigor que parecía consustancial a su manera de ser. Pertenecía a una ilustre familia plagada de grandes nombres: desde su abuelo, el compositor húngaro Ernő Dohnányi, a su padre, el jurista Hans von Dohnányi, nombre grande de la resistencia a Hitler, que murió ahorcado en el campo de concentración de Sachsenhausen. Su propio hermano, Klaus von Dohnányi, fue alcalde de Hamburgo entre 1981 y 1988, por el partido Socialdemócrata (SPD).
Todas esas circunstancias marcaron su personalidad y riguroso hacer artístico en el podio. Von Dohnányi, una de las últimas grandes batutas del siglo XX, falleció el pasado sábado, 6 de septiembre, en Múnich. Había nacido en Berlín, el 8 de septiembre de 1929, y estaba a dos días de cumplir 96 años.

Christoph von Dohnanyi fue director de la Orquesta de Cleveland
Su carrera y su vida transcurrieron ajenas al boato, al incienso y a cualquier tentación mediática. Era, de alguna manera, un maestro a la vieja escuela. Discreto e interesado únicamente por la música más pura y genuina. Incluso supo mantener lejos del circo mediático algo tan jugoso para los mitómanos de la ópera como era su matrimonio con la legendaria soprano Anja Silja, nacida también en Berlín, en 1940. Como buen maestro de los de antes, y pese a su alcurnia, picó piedra y fue monaguillo antes que fraile. Después de ganar el Premio Richard Strauss en Múnich, en 1951, fue asistente de Leonard Bernstein en Estados Unidos.
Georg Solti lo contrata en 1952 como director de coro en la Ópera de Fráncfort, desde donde saltó a director musical de las óperas de Lübeck (1957-1963) y Kassel (1963-1966). Finalmente, cuando su prestigio ya estaba consolidado en Alemania como un de los nuevos valores de la dirección germánica, retornó en 1968 a la Ópera de Fráncfort, pero ya en calidad de director musical e intendente. Al mismo tiempo, asumió la titularidad de la Westdeutscher Rundfunk (WDR) de Colonia, puesto que desempeñó hasta 1969, cuando, con 40 años, ya era apreciado como de uno de los más respetados y reputados directores de su tiempo.
Finalmente, recaló en el trono de la Orquesta de Cleveland, donde en 1985 sucedió a Lorin Maazel. En Cleveland permaneció hasta 2002, y firmó grabaciones que son ya historia del disco, como versiones sinfónicas de Ives y un interrumpido ciclo del Ring de Wagner que, finalmente, con las crisis del disco de los últimos años noventa, se quedó en El Oro del Rin y en La Valquiria.
Su carrera se distinguió por la objetividad de sus interpretaciones y el respeto fervoroso a la partitura. En este sentido, von Dohnányi combinaba sobre el podio las cualidades del mejor Kappelmeister con el vuelo artístico de su propio genio musical. Músico inquieto de amplios y eruditos horizontes, su repertorio era diverso en géneros y estilos.
Referenciales son sus grabaciones brucknerianas (particularmente premiados han sido los registros con Cleveland de sinfonías como la Quinta o la Sexta), y también un Beethoven telúrico (en la memoria quedan las funciones de Fidelio que dirigió en el Covent Garden en 1991), o las lecturas que dejó de su adorado Strauss, compositor con quien consiguió uno de los más sonados éxitos de su carrera, en unas legendarias funciones de Salome que dirigió en el Salzburgo de Mortier en 1992.
Su presencia relevante en Salzburgo incluyó, además, títulos como El caballero de la rosa, Così fan tutte, Erwartung, El castillo de Barbazul, y La flauta mágica además de un sinnúmero de conciertos sinfónicos, casi todos ellos con la Filarmónica de Viena.
Fue precisamente allí, en el Festival de Salzburgo -del que se despidió en 2014, con una aclamada Novena de Bruckner al frente de la Philharmonia de Londres-, donde el 6 de agosto de 1966 lideró el estreno absoluto de Die Bassariden (Las Bacantes), la ópera maestra de Hans Werner Henze. Y es que tanto la ópera como la música contemporánea han sido referentes en la carrera singular de un maestro que siempre rehuyó lugares comunes y la comodidad del repertorio convencional.
La relación de composiciones de todo tipo que dio a conocer a lo largo de su rica carrera es ejemplar. En este catálogo interminable, cabe citar el estreno de las ópera Der Junge Lord (Berlín, 1965), y Baal, de Cerha (Salzburgo, 1981), o las Variaciones para orquesta, de Manfred Trojahn.
Con su muerte, el mundo de la dirección de orquesta pierde a uno de sus últimos y más eclécticos y eruditos valores. Queda el recuerdo de sus conciertos. También una importante y selecta discografía que se sitúa entre lo más ejemplar de su ancha época. Quizá nada mejor para recordar a este artista recto y profundo, clásico y avanzado, como disfrutar su vieja grabación coloniensa del Elías de Mendelssohn-Bartholdy, grabada en la capital renana en 1962 con un cuarteto vocal hoy de ensueño, en el que solo faltó la Silja (Bjoner, Malaniuk, Kmentt y London).
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