8 de mayo de 2024

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Argentina

‘Los maestros cantores de Núremberg’, una comedia incómoda de Wagner

Richard Wagner no utilizaba al albur sustantivos y adjetivos cuando quería precisar el género concreto de cada una de sus creaciones escénicas. Su primer y fallido intento, Las hadas, presenta la misma denominación que la posterior y ya muy lograda Tannhäuser: “gran ópera romántica”. La prohibición de amar (“gran ópera cómica”) y Rienzi (“gran ópera trágica”) son dos caras de una misma —y juvenil— moneda, mientras que Lohengrin y El holandés errante comparten también idéntica designación: “ópera romántica en tres actos”. El anillo del nibelungo, el estandarte de la revolución wagneriana, no podía repetir ninguno de los viejos moldes, de ahí que incluso la palabra “ópera” resultara ya obsoleta, lo que animó a su autor a bautizar la tetralogía como un “festival escénico” llamado a inaugurar su templo de Bayreuth, consagrado seis años después —artística, que no religiosamente, a fin de “proteger mi obra y su sagrado contenido de la profanación”, como escribió el compositor a Luis II de Baviera en 1878— con Parsifal. Entre medias nacieron otro producto profundamente subversivo, Tristán e Isolda, y su gran comedia, Los maestros cantores de Núremberg, ambas identificadas simplemente como Handlung, es decir, “acción”: dramática en un caso y cómica en el otro. Nada le gustaba más a Wagner que la ambigüedad y la falta de concreción. Por eso sus exégetas llevan décadas intentando arrojar luz sobre tantas y tantas zonas de sombra.

Las ubicaciones de sus dramas tampoco son fruto del azar, como queda claro con la elección de Turingia para Tannhäuser, de Brabante para Lohengrin o, más tarde, de los vagos territorios míticos en que se desenvuelve el Anillo. La de Núremberg, a la que él mismo se refirió en una carta a su editor en 1861 como “el auténtico centro neurálgico de la vida alemana”, está cargada de simbolismo, no solo por ser la ciudad natal de su principal protagonista, Hans Sachs, y de Alberto Durero, sino por haber logrado preservar “como una piedra preciosa”, en pleno albor de la industrialización, su apariencia como una ciudad medieval y renacentista: para su estreno en Múnich, Wagner quiso reproducir fielmente en tres dimensiones la singular arquitectura local.

Es imposible no relacionar esto con el último monólogo de Sachs, cuando exclama: “¡No despreciéis a los maestros y honrad su arte!”. Poco después incide en la idea de Núremberg como recipiente de todas las esencias patrias al afirmar: “Nadie sabría más lo que es alemán y auténtico si no viviera en el honor de los maestros alemanes”; coronando su arenga con una nueva exclamación: “¡Y si favorecéis sus actos, aunque el Sacro Imperio Romano se disuelva en el humo, para nosotros permanecería el sagrado arte alemán!”. Este mensaje calaría, y de qué manera, en el régimen nacionalsocialista, que eligió Núremberg como escenario de sus concentraciones anuales y como el lugar en que se aprobaron sus infamantes leyes raciales. Quizá también por ello los aliados dejaron la ciudad, ese modélico escaparate de las mejores virtudes germánicas, literalmente arrasada: los últimos bombardeos y la toma definitiva de Núremberg, el 20 de abril de 1945, coincidieron con el cumpleaños de Hitler.

Joseph Goebbels afirmó en Bayreuth que se trataba de “la más alemana de todas las óperas alemanas”

Los maestros cantores de Núremberg se representó en Bayreuth pocos meses después de la llegada de los nazis al poder y en la transmisión radiofónica pudo escucharse a Joseph Goebbels afirmar durante el primer intermedio que se trataba de “la más alemana de todas las óperas alemanas” y que “no hay ninguna obra en toda la literatura musical del pueblo alemán que simpatice tanto con nuestro tiempo y con sus tensiones anímicas y espirituales”. Leni Riefenstahl utilizó el preludio del tercer acto en la secuencia del amanecer de Triunfo de la voluntad, su recreación fílmica de la concentración nacionalsocialista en Núremberg en 1934, y el preludio del primer acto y el final del tercero sonaron asimismo en la inauguración, presidida por Goebbels, de la rebautizada como Deutsches Opernhaus de Berlín en 1935.

Escena de 'Los maestros cantores de Nuremberg', en el Teatro Real. Con Nicole Chevalier (Eva), Jong Min Park (Veit Pogner), José Antonio López (Fritz Kothner), Paul Schweinester (Kunz Vogelgesang), Albert Casals (Balthasar Zorn), Valeriano Lanchas (Hans Schwarz), Gerald Finley (Sachs), Bjørn Waag (Hermann Ortel), Kyle van Schoonhoven (Ulrich Eisslinger), Jorge Rodríguez-Norton (Agustin Moser), Leigh Melrose (Sixtus Beckmesser) y Coro Titular del Teatro Real.

Semejantes ampollas casan mal, es cierto, con una comedia, porque no otra cosa es, en última instancia, Los maestros cantores de Núremberg. En su producción para el Festival de Bayreuth de 1956, Wieland Wagner, nieto del compositor, deslocalizó la obra, trasladándola a un entorno abstracto y desprovisto de toda referencia visual o conceptual a la ciudad de Hans Sachs. Barrie Kosky consiguió en 2017 preservar intacta su intrínseca comicidad, sobre todo en el primer acto, haciendo aparecer a los maestros cantores desde el interior de un piano en Wahnfried. Más tarde, sin embargo, el final del segundo acto tuvo todos los visos de ser un pogromo contra Beckmesser (rabiosamente antisemita, Wagner revistió tácitamente de rasgos judíos a varios de sus personajes) y ambientó el tercero —para desasosiego de muchos de los espectadores presentes en el estreno— en lo que era una fidelísima reproducción de la sala en que se celebraron los juicios de Núremberg, que sellaron la suerte de los jerarcas nazis que aún quedaban vivos.

Laurent Pelly posee un don innato para la comedia y no dejará escapar la oportunidad de explotar la profunda vena humorística de una obra grandiosa

En Salzburgo, en 2013, Stefan Herheim convirtió la obra en un sueño de Hans Sachs plagado de aristas y recodos, mientras que David Bösch, tres años después, ofreció una producción huera y grisácea en la Bayerische Staatsoper. Laurent Pelly posee un don innato para la comedia, como ha demostrado ya varias veces en el Teatro Real, y, en su primer montaje wagneriano, no dejará escapar a buen seguro la oportunidad de explotar la profunda vena humorística de una obra grandiosa en todos los sentidos y que él va a explicar, en un momento histórico situado entre las dos guerras mundiales, haciendo bascular sus ideas fuerza entre tradición y novedad, cerrazón y cultura, esta simbolizada por esos libros que arderían en calles y plazas alemanas poco después. El día antes del estreno de Los maestros cantores en Bayreuth en 2017, el festival celebró el centenario del nacimiento de Wieland Wagner y, en su encomio del homenajeado, Sir Peter Jonas recordó lo que Barrie Kosky había contestado pocos días antes al ser preguntado sobre su posible incomodidad al tener que trabajar en un lugar donde a los turistas “les encanta seguir los pasos de Hitler”. Su respuesta —recordó Jonas— fue “breve y concluyente”: “Eso es el pasado y no me infunde ningún temor. Auschwitz es horror, Bayreuth es comedia, ¡aunque sea una comedia profundamente negra!”. Nadie debería perderse la posibilidad de decidir por sí mismo cuál es el color —o colores— con que Laurent Pelly va a dibujarla en Madrid.

‘Los maestros cantores de Núremberg’. Richard Wagner. Teatro Real. Madrid. Del 24 de abril al 25 de mayo.

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