En estos días se ha escrito mucho de las representaciones de La Gioconda en el Teatro San Carlo de Nápoles. Primero, porque este título se ha representado poco en los últimos años. Segundo, por su extraordinario reparto: Netrebko, Kaufmann y Tezier
Yo todavía recuerdo aquel 1968 en el que debutó en la Zarzuela un jovencísimo Plácido Domingo con la ópera de Ponchielli. Fue un gran triunfo y un descubrimiento de aquella voz de timbre tan bello y tan comunicativa.
Mucho tiempo después acabó por grabarlo en disco. Era uno de los pocos títulos que le faltaban. No sabemos cuánto tiempo le quedará de cantar. En el pasado se alargaban las carreras cambiando de cuerda y los tenores se volvían barítonos. Ahora se alargan también pero a base de «retocar» las partituras para que sean los papeles de tenor los que pasen a barítonos, no los propios tenores que pueden seguir llamándose tales. Él ha hecho de todo en los últimos años y, en los círculos de los muy aficionados, se recurre frecuentemente al chiste de si acabará de bajo o de mezzo.
Pero bueno, el caso es que se me ocurre que una buena y cariñosa despedida canora en Madrid como tenor podría ser aquel título del debú. Ya sabemos que no podría ser Enzo pero, ¿por qué no Barnaba? O, siguiendo el chiste, Alvise.
Y, dispuestos a ello, ¿por qué no contar con la misma «cantatrice errante» del disco citado, con Violeta Urmana? Claro que quizá ella no está ya para muchos trotes, pero podría acoplarse al papel de La Cieca. Es una idea que brindo a mis amigos de la Zarzuela y del Real donde, por cierto, Urmana encarnó hace años a Laura.
Para ello haría falta que Plácido lograse el perdón del Gobierno, que no le permite pisar el Real ni la Zarzuela. Seamos generosos con alguien que nos dio muchos momentos de felicidad y que no ha sido juzgado por nada. Pero, además, pensemos en el artista y no en la persona. Créanme, les aseguro que yo tengo motivos personales sobrados para mantenerle aparte, pero he decidido olvidarlos. ¿No nos quejamos todos -y en estos días también los miembros del Gobierno- de la tremenda polarización que invade nuestra sociedad? Pues hagamos un esfuerzo. Y, si no, que se moje una entidad privada. Da pena ver a Plácido en los «Maestros cantores» como simple espectador y no sobre el escenario cerrando su carrera.
Y más ideas, aunque de detalle. Que algunas organizaciones, por favor, dejen de hacer el ridículo en las notas a los programas de mano poniendo que las duraciones de las obras son de 43, 56 o 78 minutos con una precisión de novato, porque es imposible acertar hasta tal punto. Y, al Auditorio Nacional, que, por favor, coloquen caramelos para la tos en todos los conciertos y no sólo en algunos.
Y un consejo final a todo el personal: que lean bien y se mosqueen con lo que se escribe, no con lo que no se escribe pero está en su subconsciente. Que lean bien antes de reclamar. Y que cuando reclamen lo hagan por lo que de verdad les duele, sin rodeos y sin acudir a subterfugios para evitar sonrojarse por lo que de verdad duele.
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