Nada en contra de las coloridas casas de chapa y ambiente bohemio de La Boca, tan justicieramente consideradas como uno de los lugares de nacimiento del tango. Todos tenemos nuestra película al respecto y nadie niega que sus calles, como el famoso Caminito, vieron nacer a muchos de los primeros tangueros y aún hoy se puede sentir la esencia del tango en esas esquinas.
Lo mismo se suele imaginar y hasta percibir en todo el derredor del Río de la Plata y del Riachuelo. Hablamos del amado San Telmo, donde -otrora- estaban las «academias», aquellos locales donde los hombres practicaban el baile entre ellos antes de llevarlo a los salones. Y estamos felices de que el barrio sigue siendo un punto importante para disfrutar del tango.
Por supuesto que Barracas tiene su protagonismo porque también fue escenario del desarrollo del tango. Nos sacamos el sombrero ante el cuadro de honor que integra el barrio con más puentes para cruzar el Riachuelo
¿Y el Abasto? Qué estirpe milonguera! El famoso mercado, el ambiente popular y la energía gardeliana son un sello en el mismísimo oxigeno del barrio.
Pero aunque centenares de tangos aludan a la vida portuaria, sus piringundines, y esa facilidad para llegar en tranvía a Plaza de Mayo, algo especial ocurre en barros alejados de las aguas del Plata. La semblanza cargada de sensación de pertenencia que Homero Manzi le tributa, en cada verso, al tridente Boedo-Pompeya-Soldati, brinda un foco que podría no dejar duda alguna de que nos están hablando del centro del Universo.
Poco importa que la primera frase asegure que estamos en un «Barrio de Tango…» . Estamos convencidos de que si la letra sólo dijera «…Luna y misterio…» habría cumplido con creces en su deseo de dispararnos con la magia de arrabal. Todo lo demás es placer en exceso. Gula, digamos: «…Sur, una luz de almacén…», «…a yuyo de suburbio su voz perfuma…», «…y están tus ojos queridos en el espejo de barro…» y otras genialidades.
Homero no sólo elevó los barrios que amaba a la máxima jerarquía del tango. También cumplió a rajatabla con la premisa tolstoiana de convertirse en universal por pintar su aldea.
Lo perdimos hace 73 años.
Muy joven.
«Verseó» para Aníbal Troilo (Sur, Barrio de Tango; Che, Bandoneón) y para Sebastián Piana (Milonga Sentimental, Milonga Triste). Tuvo amigos en la política, la Academia Porteña del Lunfardo, el Teatro y el deporte. El homenajeó a Discépolo en el tango Discepolín, con música de Pichuco Troilo. Y es el propio Bandonerón Mayor de Buenos Aires, quien, a su vez lo recordó y nos quedo para todos y para siempre:
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