El compositor dirige hoy el estreno absoluto de Lilith, obra encargo de la Orquestra de València
Francisco Coll es el compositor español de mayor proyección internacional desde Manuel de Falla. Nunca antes la música de un creador español contemporáneo había surcado los atriles del mundo de forma tan presente y diversa. Aunque nacido en 1985, su aspecto es aún veinteañero. Valenciano radicado en Suiza, en Lucerna, pintor además de compositor, Coll recorre el mundo asistiendo y participando en sus estrenos, que se disputan las mejores orquestas, solistas y directores, de la Filarmónica de Londres a la de Los Ángeles, de Gustavo Gimeno a Javier Perianes o Patricia Kopatchinskaya. En esta ocasión, es la Orquestra de València la que hoy miércoles tiene el privilegio de dar a conocer una obra suya, que, además, será dirigida por él mismo. Lilith, que así se llama la nueva composición, nace por encargo del Palau de la Música y de la Orquestra de València. “La figura mitológica de Lilith, primera mujer de Adán, siempre me cautivó, quizá por representar esa dualidad de criatura rebelde y seductora a la vez que perversa y musa”, dice recostado en el sofá hogareño, con ese tono mesurado pero incisivo que distingue su verbo y su música.
– Su admirada Lilith es ángel y demonio. Usted también es una persona llena de contrastes. Templada pero imperativa. Reservada y elocuente. Amable hasta que deja de serlo. ¿Qué hay de autobiográfico en su obra Lilith?
– Sinceramente nunca había pensado en Lilith desde un punto de vista autobiográfico, pero es cierto que tengo cierta tendencia hacia las contradicciones. Normalmente disfruto haciendo algo y su contrario. Finalmente ambas cosas acaban siendo parte del mismo proceso, y de ese modo terminan unificándose y siendo una misma cosa.
– ¿Al componer Lilith ha pensado en las peculiaridades específicas de la Orquestra de València, promotora del encargo? ¿Y en el público que asistirá hoy al estreno, paisano suyo? ¿Se deja el compositor influir por el temor a la respuesta del público?
– Es cierto que, al principio, antes de empezar la obra, escribir para una orquesta o un solista en concreto puede orientar la música en una cierta dirección. Sin embargo, una vez escribes los primeros compases y creas un contexto, la obra parece liberarse del autor, y acaba transitando áreas que no te habías planteado al principio. Respecto a si tengo al público presente a la hora de escribir; en realidad es algo bastante complejo, ya que para empezar no existe un público determinado, en cada concierto es distinto. Incluso si pensamos en un mismo público, que asiduamente va semanalmente a los conciertos -como lo es el abonado al Palau de la Música-, cada semana la psicología del público puede ser distinta. Por ejemplo, la sensibilidad del público no fue la misma antes y después del confinamiento por la pandemia del Covid-19. Yo simplemente me limito a escribir la música que me gustaría escuchar, y si esta coincide con la que el público también quiere escuchar, perfecto.
– En alguna ocasión se ha resaltado el contraste entre el personaje Francisco Coll y su música. Es como si sobre el pentagrama usted dejara volar los demonios y tensiones que acaso habiten guarecidos en su propio fuero interno… En este sentido, de alguna manera recuerda a su antepasado Manuel de Falla… También, desde luego, a su adorada Lilith…
– Escribir música en ocasiones puede ser terapéutico. En mi caso, tengo la sensación, de que cuando peor estoy, mejor escribo. Dicho así puede sonar un poco a compositor melancólico del siglo XIX, pero se trata de algo que he observado con curiosidad y asombro, ya que dicho desde el lado opuesto, cuando mejor estoy anímicamente, menos necesidad tengo de escribir. Aunque al final escribo todos los días del año, ya que se trata de una necesidad inevitable. El contraste entre mi persona y mi música lo considero algo normal. Yo no soy el mismo cuando compongo -me siento más como un animal salvaje-, que cuando salgo a la calle -que inmediatamente me domestico-. Pero es que tampoco soy el mismo hablando aquí contigo en el sofá, que subido a un escenario para dirigir, o haciendo el amor con mi mujer. Cada situación requiere de una actitud y un talante diferente.
– Dirige este estreno. Y no es la primera vez que se pone al frente de la Orquestra de València. ¿Qué acogida y qué respuesta y disposición ha encontrado en sus músicos?
– Me siento muy afortunado de poder dirigir el estreno de Lilith. Desde el principio la acogida que tuve por parte de los músicos de la Orquesta de Valencia fue muy agradable. Me siento muy cómodo trabajando con ellos, ya que a pesar de las complejidades que mi música pueda presentar en ocasiones, la disposición de los músicos de la orquesta durante los ensayos es excelente, manteniendo una concentración constante que hace que todo acabe funcionando. Está siendo una experiencia muy positiva.
– Perdone mi simpleza: ¿Cómo nace una composición en la mente de su creador? ¿Generación espontánea…?
– ¡Nada de simpleza, es una pregunta interesante! Las ideas suelen aparecer de manera inesperada, y, casi siempre, primero como colores o formas, que con el tiempo voy traduciendo a sonidos. Por lo general, procuro ignorarlas, en un intento de hacerlas desaparecer, ya que entre otras cosas, suelen presentarse demasiado caóticas para llevarlas al papel. El problema es que, si no las escribo, continúan apareciendo esporádicamente en mi cabeza, y uno tiene la sensación como si con el tiempo mi pasotismo las influyera, ya que cada vez se presentan de una manera más furiosa y determinante. Solamente, cuando ha pasado un tiempo –durante el cual han ido evolucionando en mi cabeza–, las traslado al papel, y solo entonces desaparecen. A veces, esto se prolonga incluso algunos años. Por ejemplo, en 2013, estaba esperando el autobús en una zona tranquila a las afueras de Lucerna, cuando apareció –de la nada– un motivo rítmico en mi cabeza. Inmediatamente observé que se trataba de un ritmo irracional, de apenas un compás de duración, y aunque me parecía un ritmo bastante inquietante, lo ignoré por su posible excesiva complejidad a nivel práctico. Los meses pasaron y ese motivo rítmico no solo no me abandonaba, sino que iba mutando; ampliándose a varios compases, deshaciéndose de todo lo que parecía innecesario e incluso incluyendo algunos saltos interválicos. En 2018, cuando empecé a escribir el tercer movimiento de mi Violin Concerto para Patricia Kopatchinskaya, supe que había llegado el momento de utilizar esa secuencia rítmica.
– ¿Se considera un creador valenciano? Recientemente, Simon Rattle ha destacado la “españolidad” de su lenguaje… Las Four Iberian Minuatures, de 2014, son un modelo de este uso particular que hace de la música de su país, algo que redunda en Concerto Grosso “Invisible Zones” (2016), o en Turia, concertino para guitarra y grupo de cámara que estrena en diciembre de 2017 y que esta tarde también se escuchará en los atriles de la Orquestra de València. Me consta, incluso, que tiene en cartera un “concierto flamenco” para piano y orquesta… Falla hablaba del “folclore imaginario” ¿Y usted?
– Obviamente el haber nacido en Valencia ha condicionado mi manera de ver el mundo. Mi música contiene muchos aspectos recibidos directamente de mi herencia cultural valenciana, pero también muchos otros que me he ido apropiando de culturas ajenas e incluso remotas. Me hace especial ilusión que mi concierto para guitarra y orquesta Turia se vaya a escuchar este miércoles en el mismo cauce del río Túria. Efectivamente en la actualidad me encuentro escribiendo una Fantasía para piano orquesta para Javier Perianes, quien desde el principio me transmitió su deseo de que esta obra nuestra estuviera, digamos, definida dentro de mi “corriente” flamenca, algo que no solo me pareció del todo lógico, sino que muy estimulante, ya que me lo estaba pidiendo el pianista español más destacado de la actualidad. Me identifico plenamente con la descripción de Falla -al igual que con Bartók, Stravinski o Ligeti- sobre el ‘folclore imaginario’. En realidad cuando escribo este tipo de ‘obras flamencas’, nada es lo que parece, y eso me divierte mucho.
– A pesar de ser un músico de primer rango internacional, reconocido con premios como el International Classical Music Awards (2019), o el BBC Music Magazine Awards, que recogió hace apenas un par de semanas en Londres, aún no ha recibido el Premio Nacional de Música. ¿Son sordos en Madrid, en el Ministerio?
– Bueno, en realidad prefiero no pronunciarme, ya que entre otras cosas, nunca me embarqué en este extraño e infrecuente camino de la composición para ser premiado. Yo procuro hacer mi parte lo mejor que puedo. El resto no está en mis manos. Tampoco lo ha recibido mi amigo Gustavo Gimeno, y no pasa nada.
– ¿Qué relación mantiene con los compositores españoles de su generación? ¿Y con los de la anterior, o los de la anterior de la anterior… con los Halffter, De Pablo, Bernaola…?
– Mientras que a nivel nacional las artes plásticas y la literatura sí me han interesado y me han influido de manera evidente, nunca llegué, sin embargo, a introducirme en el ambiente compositivo español. En parte por timidez congénita, la cual, sumada a mi necesidad de soledad y aislamiento a la hora de componer, hizo que cuando vivía en España no tuviera una vinculación importante en el entorno compositivo nacional. Por otra parte, tampoco quiero ocultar que, por una parte, advertí cierta rigidez de propuestas musicales –que a la vez no llegaban a seducirme–, y de otra, existía una verbosidad a la hora de hablar sobre música, que me alejaban todavía más. Además, para bien o para mal, nunca me ha preocupado en exceso la aprobación a nivel colectivo, y por otra parte siempre he procurado alejarme de los cainismos de otros compositores. Sobre todo, porque al principio, lo que más necesitaba, era hacer un ejercicio de autoevaluación, para intentar desentrañar mis aptitudes como compositor. Una vez me fui a Londres –y me fui a los 23 años–, perdí la posibilidad de crear ese vínculo.
– Las artes plásticas forman también parte esencial de su ADN creador. Sus pinturas reflejan un universo particular que infiltra y abraza su música. Incluso los bocetos musicales son, en sí mismo, obras de arte pictóricas. ¿Se considera un pintor autodidacto? ¿En qué medida su música es pintura y viceversa?
– Del mismo modo que cuando dirijo me considero en todo momento un compositor que dirige, y no del todo un director –con todo lo que ello implica–, cuando pinto me veo, de nuevo, como un compositor que pinta. Evidentemente no todo el mundo que pinta es pintor. En realidad, se trata de otra especie de catarsis; manipular las pinturas –con sus texturas y colores–, mezclándolas, rasgándolas o quemándolas, me hace sentir bien. Y por cierto, en este apartado también tenemos una serie de compositores que cogían el pincel de vez en cuando: Mendelssohn-Bartholdy, Schönberg, Gershwin, Cage, Neuwirth…
– ¿Cuándo volverá a escucharse una ópera suya en el Palau de les Arts? Han transcurrido ya seis años desde que el Palau de les Arts estrenara en España, en 2016, su ópera Café Kafka…
– Actualmente sigo intentando encontrar la historia adecuada para mi próxima ópera. Dar con el libreto idóneo puede ser una trabajo muy peliagudo, ya que intervienen una infinidad de aspectos importantes a tener en cuenta. Y obviamente hasta que no tengo la historia -el texto-, no puedo empezar a escribir la música. Espero que pronto podamos poner fecha de estreno. Justo Romero
Publicada el 25 de mayo en el diario Levante
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