11 de diciembre de 2024

Radio Clásica

Argentina

El Teatro Real se encomienda a la ‘nixonmanía’

Richard Nixon está de moda y, curiosamente, la ópera se ha convertido en plataforma de esa explosión. Nixon in China, estrenada en 1987 por el entonces joven compositor americano John Adams, renace con desconocida fuerza del estante en que había quedado guardada. Se supone que con motivo de los cincuenta años (51 ya) de la célebre entrevista de 1972, entre el expresidente de EE UU y Mao. Al estreno en Madrid se le ha adherido su montaje casi simultáneo en la Ópera de París. En el Teatro Real se inicia el 17 de abril y en París ha concluido el día anterior, el 16, y nada menos que allí con Thomas Hampson y Renée Fleming. Como la producción de Madrid es compartida por la Royal Danish Opera de Copenhague y la Scottish Opera de Glasgow, tenemos la bonita cifra de cuatro ciudades europeas enganchadas al fenómeno John Adams.

¿Nixon superstar? Me parece obligado citar la presencia de un interesantísimo documental en la cadena de Internet ARTE que sería algo así como Nixon en Moscú. Se describe el viaje que el entonces vicepresidente realizó en 1959 a la capital maldita y su encuentro, no exento de conflictos, con Jruchov y los inevitables paseos por los logros preparados desde el Kremlin. Nixon, segundo entonces de Eisenhower, acompañado por su esposa Pat, la misma que coprotagoniza la ópera que sube estos días a las tablas del Teatro Real, realizó allí un auténtico ensayo general de lo que luego sería el gran viaje al dragón asiático.

De ese 1959 a la fecha de la célebre visita a Pekín, en 1972, transcurren, como emparedados y opacados, los sesenta, la década “prodigiosa” de la segunda mitad del pasado siglo. La década de Kennedy, de la apoteosis del pop (música, arte, pensamiento…), de la llegada del hombre a la luna, de las grandes revueltas del 68, de los hippies o de la guerra de Vietnam, etc. ¿Qué queda de todo ello en el hueco que deja ese periodo que ahora se mira con atención, protagonizado por el oscuro y chapucero presidente que se hizo un nombre en los peores momentos de la era McCarthy y la caza de brujas y concluyó su periplo político en el naufragio del Watergate? La respuesta estará en el viento, como decía la vieja canción de esa década prodigiosa, ahora tapada por el renacimiento del hombre de los viajes espectaculares. Así que, si ahora toca Nixon, relax y a disfrutarlo, todo pasa.

La iniciativa de la ópera Nixon in China surgió de la mano del director escénico Peter Sellars, bien conocido en España. Fue él quien escogió a un compositor que daba sus primeros pasos para la que sería su primera ópera y también a su libretista, Alice Goodman. Quizá Adams quedara deslumbrado por la confianza depositada en él por el gran regista que había dado inicio al minimalismo operístico con la fundacional Einstein on the bech en complicidad con Philip Glass. Sea como fuere, fue un acierto y aquel experimento cuasi periodístico lanzó la carrera del que hoy es una de las referencias del teatro musical americano, un minimalista de segunda generación que no tenía ya que demostrar nada y que mezclaba alegremente referencias musicales de toda índole.

Un momento de la representación de 'Nixon in China' en el Teatro Real.

Nixon in China tiene, para empezar, un atractivo quizá accidental pero innegable, es difícilmente deslocalizable. No es posible, salvo absurdos que sobrepasarían los que abundan en la ópera actualmente, llevar la acción fuera de su contexto y su fecha, esto es, Pekín en 1972. Y ver un montaje en el que una ópera esté en su sitio y su época es un placer que creíamos olvidado. Aquí Nixon es Nixon, Mao es Mao y Pekín es Pekín. Y merece agradecimiento infinito que John Fulljames, director escénico, opte por una ópera periodística, algo a caballo entre la apoteosis del documental y el biopic a lo Hollywood. Y no es algo menor, la música de Adams remite a esa realidad tanto como el milagroso libreto de Alice Goodman. De pronto, Nixon in China aparece como una ópera bien localizada, donde nada desentona. Todo ello es independiente de gustos personales o valoraciones, sobre todo, de estética musical. Que Adams consiguiera una producción de tal valor a partir de una propuesta tan disparatada, tanto en forma como en contenido, ha contribuido a hacer de él la figura incontestable que es hoy.

Pese a todo ello, los personajes secundarios de esta ópera se alzan por encima de los demás, especialmente Chou En-Lai y Pat Nixon. El segundo del régimen chino aparece como la personalidad sensata, madura y consciente del conflicto que significaba la Revolución. Mientras que Pat, la modosa esposa de Nixon, se adueña de la parte central, ese prodigioso segundo acto enmarcado en un ballet revolucionario que es la cima de la ópera. No es posible saber si los personajes reales eran así, pero la inspiración de Goodman firma con ellos un cuento de muchos quilates líricos. Puestos a encontrar algún pero, yo citaría la excesiva reiteración, como si el repetitivismo musical contagiara a toda la ópera y la hiciera durar media hora más de lo que tiene su sustancia. Y se hace notar, sobre todo el tercer y último acto, en el que los personajes centrales, Nixon, Mao y Chiang Ching, su mujer, se sumergen en la melancolía de sus propias debilidades. Es una buena idea este final, pero termina pesando sobre él la duración descompensada del resto.

En lo que respecta a la partitura, Adams consiguió momentos muy superiores al estándar de la música minimalista al uso. Oído, hoy, da la sensación de que tanto trenzado de arpegios podía haberse ajustado a los grandes momentos de alta concepción operística que alcanza, pero no cabe la menor duda de que el compositor necesitó transitar por esa vía para descubrir una vena musical y lírica formidables, lo que se pone en valor en las líneas de canto, ampliamente superiores a lo que ofrecían sus colegas, como Philip Glass o incluso Steve Reich.

El presente montaje, firmado por John Fulljames en lo escénico es excelente con momentos extraordinarios, como ese ballet revolucionario luminoso del segundo acto, pero los momentos que lo enmarcan, con ese tono de archivo sórdido que se convierte en pantalla de una serie de proyecciones con fotos del viaje real a Pekín, alcanzan cotas de excelencia. La dirección musical de la coreana Olivia Lee-Gundermann consigue que ni se note que alguien debe estar conduciendo esa máquina infernal de ritmos obsesivos, con no pocos momentos de irregularidades rítmicas que da pánico pensar que algún músico se pierda una simple corchea.

En cuanto al reparto principal, solo por momentos alguien destaca por encima de un nivel coral sobresaliente; por ejemplo, esos temibles agudos de Audrey Luna como esposa de Mao, o el carácter entre hilarante e irritante de la parte vocal de Mao que brinda Alfred Kim. Pero si tenemos que hablar de vocalidad operística por excelencia, es obligado citar a Sarah Tynan en su papel de Pat Nixon. En cuanto al personaje principal, Richard Nixon, así como su ayudante Henry Kissinger, parece como si la libretista hubiera descubierto el carácter hueco de ambos, lo que también se transmite a su entidad dramática. Con todo, las prestaciones de Leigh Melrose como Nixon y de Borja Quiza como Kissinger son impecables.

Muy bien el coro y ese cuerpo de baile brillante y exacto que encarna uno de esos ballets revolucionarios chinos de la época, tan vilipendiados en occidente. A poco que se parecieran a este, puede que nos hayamos perdido algo fuera de lo normal, quizá incluso para siempre, dada la evolución política y social de la China actual. En todo caso, si alguien tiene curiosidad por mirar por la ventana de lo que podemos imaginar de la China de hace 50 años, aquí tiene una buena oportunidad.

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