Estamos ante un drama digno de Shakespeare. La tragedia de una sociedad corrupta y miserable que no se esconde tras la belleza y grandeza de la música de Verdi y de las voces de los grandes cantantes. El director Miguel del Arco (Madrid, 58 años) lo tenía claro desde que recibió el encargo del Teatro Real de Madrid de poner en pie un nuevo montaje de Rigoletto, la famosa y rompedora ópera de Verdi, con libreto del poeta Francesco Maria Piave, basado en la obra de teatro El rey se divierte (1832), de Victor Hugo. Con una espectacular escenografía a cargo del alemán Sven Jonke, dirección musical de Nicola Luisotti y las voces de Javier Camarena, Xabier Anduaga, Ludovic Tézier, Adela Zaharia o Julie Fochs, en tres repartos diferentes, este nuevo Rigoletto se estrena el próximo 2 de diciembre, donde se representará hasta el 2 de enero.
“La historia de Rigoletto me arrasa, porque a mí lo que me inquieta, lo que me mueve son las historias. Y estamos ante una con una fortaleza dramática profundamente shakesperiana. Es una historia sobre los abusos de poder en todos los estratos. Prima la música, ¿cómo no va a ser así en una partitura de una belleza tan sobrecogedora? Pero no hay que olvidar el argumento que hay detrás de ella. En la ópera tienes que saber cómo aportar algo para que la historia se muestre de una manera tan brillante como la música”, confiesa apasionado Del Arco, tras un par de días de ensayos en una de las salas del teatro operístico, y otro ya sobre el escenario. “No podemos disfrutar de la potencia y el prodigio de la música olvidando lo que estamos contando, una historia de abusos de poder, violaciones y raptos de mujeres. Busco que esto no sea un ejercicio burgués de disfrutar de una música maravillosa que te haga olvidar de dónde surge”, añade el director, uno de los fundadores de la compañía Kamikaze (Premio Nacional de Teatro 2017). Del Arco tiene en su haber un recorrido profundo y exitoso por el mundo del teatro, con obras como La función por hacer, La señora y la criada, Ricardo III, La violación de Lucrecia, Misántropo o Jauría, entre otras; series de televisión como Las noches de Tefía, películas (Las furias), zarzuela (¡Cómo está Madriz¡) y una versión de Fuenteovejuna en versión ópera que estrenó en el teatro Campoamor de Oviedo en 2018.
Se enfrenta, esta vez, a su primera gran ópera con la misma pulsión con la que ha abordado todos sus trabajos anteriores, convencido de que no va a hacer un Rigoletto —que se ha representado en el Teatro Real más de 300 veces— que se ajuste exactamente con lo que cada espectador pueda tener en mente. Dice estar preparado para posibles abucheos. “Partiendo de ahí, hacemos el Rigoletto que honestamente queremos para que la historia aflore y produzca la magia de la ópera, atravesada y sustentada en una música prodigiosa que sale como un misil”, explica el director, que no oculta su felicidad total por los ensayos con esas voces que le cantan al oído La dona è mobile o Caro nome.
Corrupción e impunidad
Para comprender esta historia de poder y abusos, Del Arco se ha guiado por una frase de Jean Paul Sartre: “Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que nosotros hacemos de nosotros mismos con eso que han hecho de nosotros”. Esta reflexión del filósofo francés, explica el director, nos sitúa en el conflicto real que narra Rigoletto y que responde a la pregunta que se tiene que hacer cada uno en su parcela de poder, sea grande o pequeña: “¿Somos capaces de establecer lo que está bien y lo que está mal?”.
El montaje y escenografía de esta nueva producción del Real, que cuenta con 65 personas del equipo técnico ―”verdaderos artistas”, los califica Del Arco―, 64 en el equipo artístico y 140 músicos (coro y orquesta), lo firma el alemán Sven Jonke, un habitual colaborador del director teatral esloveno ya fallecido Tomaz Pandur. Miguel del Arco nunca había trabajado con él, pero su concepción de los espacios le fascinaba. Con este Rigoletto han buscado un espacio escénico no realista, muy vivo, con un juego de enormes telas que se inflan y desinflan, lugares que se transforman y nunca son lo que parecen, un jardín encerrado y bello bajo una cúpula transparente, brillos que esconden corrupciones deleznables, fiestas con prostitutas y mujeres sometidas que recuerdan, señala Del Arco, a aquellas “bunga bunga” de Silvio Berlusconi o las orgías que organizaba el magnate americano Jeffrey Epstein en su isla privada con invitados como Donald Trump o el príncipe Andrés de Inglaterra. “Todo es puro y duro poder. ¿Es que alguien se imagina que alguna chica de 18 años se puede enamorar de un tipo como Berlusconi o Trump? El duque de Rigoletto bien podría haber sido Berlusconi o Trump, o cualquier futbolista como Daniel Alves, en prisión acusado de violar presuntamente a una joven. Estamos rodeados de duques que se creen impunes ante todo. Todo lo que cuenta Rigoletto pasa hoy”, se lamenta Del Arco.
Fue Rigoletto una ópera censurada y perseguida en su época, al igual que la obra dramática teatral de Víctor Hugo en la que se basa. La función El rey se divierte se prohibió por inmoral tras una única representación el 22 de noviembre de 1832 en París, aunque esto no fue óbice para que el texto se convirtiera en un enorme éxito editorial. Los planes de Verdi de estrenar su ópera en Venecia soliviantaron de nuevo a los censores y, tras verse obligado a cambiar la figura del monarca en la obra de Victor Hugo por un duque, fue finalmente representada por primera vez en marzo de 1851, en medio del desconcierto y las críticas del público. La misma incomodidad, asegura el director artístico del Teatro Real, Joan Matabosch, que todo Rigoletto tiene que sembrar también en la actualidad. “Eso es respetar el legado de Verdi: mostrar que su obra nos sigue interrogando, expresando, golpeando y, quizás incluso, indignando”.
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