Crítica: Mahler: Sinfonía nº 2, “Resurrección”. Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, Franz Schubert Filharmonia, Coro Nacional de Colombia. Katia Maderer, soprano; Martina Baroni, mezzo. Tomás Grau, director. Auditorio Nacional, 14 de noviembre de 2025.
La Schubert Filarmonía, la orquesta de Grau, se unió a la Simón Bolívar
La unión de varias entidades ha hecho posible la celebración de este concierto, que va a tener lugar asimismo en Barcelona, Tarragona y Lérida. Al frente de todo el complejo, el director barcelonés Tomás Grau (1979), que mantiene desde hace tiempo estrechos lazos con asociaciones musicales del otro lado del Atlántico.
No hay duda de que el director español viene realizando una excelente labor al frente de su orquesta schubertiana, unida ahora a miembros de la Simón Bolívar, cuyo titular es Gustavo Dudamel. Grau es muy distinto al venezolano en modos y maneras.
Frente a la incandescencia y extrema movilidad de aquél manifiesta un reposo y tranquilidad proverbiales, lo que no significa que permanezca impasible e inmóvil en el podio. Muestra una permanente actitud de brazos bien abiertos y acompasados, de dibujo elegante y sugerente, y conoce el secreto de dejar fluir la música sin constreñirla, la delinea con cuidado y controla con habilidad la distribución de dinámicas y un discreto rubato.
Y algo muy interesante e importante: sabe calibrar volúmenes, administrar y estratificar planos cuidando el balance y dejando abierta la posibilidad de que las voces se escuchen y las texturas se suelden sin apelmazarse.
Su actuación circuló por estas sendas y logró una interpretación muy notable de la difícil partitura sirviéndose a la postre de un conjunto sinfónico mixto, aunque bien entrelazado, de una pátina sonora atractiva aunque no especialmente rica, de texturas algo ácidas y equilibrio no siempre conseguido.
Pero la labor de ensayos debió de ser copiosa y a la postre los resultados han sido generalmente positivos, con detalles de clase y estratificación generalmente lograda, bien que no faltaran pasajeros momentos de borrosidades ciertas, así a lo largo de muchos compases de los momentos más dramáticos del primer movimiento, iniciado con estudiada lentitud, quizá a falta de una tensión más apreciable, de un vigor más ostensible.
Pero el movimiento fue creciendo de manera bien estudiada y nos colocó ante un Andante moderato elegantemente dibujado, de estructura bastante convencional, que expone un tema de inusitada longitud. Grau hizo una recreación elegante, muy lenta y delicada en ocasiones.
Al Scherzo, que se desarrolla sobre el lied en el que San Antonio da de comer a los peces, le faltó quizá ese toque de insania que une lo grotesco, lo popular y lo sentimental. Grau consiguió en buena medida mecerse en el constante 3/8, base firme de una especie de perpetuum mobile.
Enorme contraste con la canción Urlicht (Luz primordial), del Wunderhorn, que ocupa el cuarto movimiento cantada en esta ocasión por la mezzosoprano Martina Baroni, que delineó bien las mágicas frases, pero a su voz, dotada de un relativo vibrato, le falta oscuridad, solemnidad y cuerpo.
Y a continuación el extenso y proceloso, accidentado y cambiante quinto movimiento, desarrollado de manera amena por la batuta, que atendió a las múltiples y cambiantes situaciones sinfónicas, a todos los contrastes determinantes de una narración accidentada y que finalmente encuentra el benéfico cauce en ese esplendoroso cierre. Que se concreta y resume en el triunfante Mi bemol mayor, catapultado a los cuatro vientos por el postludio orquestal, repiques de campanas incluidos, en el que algunos han creído ver ecos seráficos del final de Parsifal.
Un acorde perfecto de doce compases, con trompetas y trombones difundiendo la última llamada a la resurrección, da remate a la procelosa y proteica composición. Y que Grau y sus huestes condujeron a buen fin. El Coro, a falta de un mayor empaste e igualdad, se portó contribuyendo al éxito final. Como lo hizo en sus intervenciones la gentil soprano Katia Maderer, ya conocida entre nosotros.
Arturo Reverter
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