1 de noviembre de 2024

Radio Clásica

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Crítica: Romèo et Juliette de Gounod inicia la temporada en ABAO Bilbao

Juliette, mon amour

Fecha: 21-X-2023. Lugar: Palacio Euskalduna, Bilbao. Programa: Roméo et Juliette, ópera en un prólogo y cinco actos con música de Charles Gounod y libreto de Jules Barbier y Michel Carré. Intérpretes: Javier Camarena (Romeo), Nadine Sierra (Julieta), Anna Alás i Jové (Stephano), Andrzej Filonczyk (Mercutio), Marko Mimica (Frère Laurent), Alejandro del Cerro (Tybat), Gerardo López (Benvolio), Itxaro Mentxaka (Gertrude), Isaac Galán (Pàris), José Manuel Diaz (Gregorio), Fernando Latorre (Capulete), Juan Laborería (Duc de Vérone). Orquesta: Euskadiko Orkestra. Coro: Ópera de Bilbao. Director de escena: Giorgia Guerra. Director musical: Lorenzo Passerini. Producción: ABAO Bilbao Ópera y Ópera de Oviedo.

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Javier Camarena y Nadine Sierra en Romeo y Julieta en ABAO Bilbao (c) E. Moreno Esquibel

Abrió puertas, en su 72º edición, la temporada oficial de ABAO/BilbaoÓpera, con la puesta en escena de Romèo et Juliette, pieza importante en el peculiar romanticismo francés, en la que el parisino Charles Gounod expone un tejido lírico coloreado en belleza. Sobre el papel -que lo resiste todo- el ensamblaje artístico estaba conformado por muy cualificados mimbres y, a la hora de la realidad, la bondad en voces y en instrumentos respondió con brillo.

Ante ello bien merece empezar por el encendido enamoramiento que me causó el trabajo vocal y la labor escénica de la joven soprano norteamericana Nadine Sierra. Treinta y cinco años. Toda una Julieta de absoluta referencia. Estamos ante una mujer -si los hados no lo impiden- que a buen seguro será plena referencia en la lírica ya en futuros tiempos cercanos. Su voz está construida con armónicos puros, sin mácula tímbrica, con una proyección de voz larga y muy equilibrada. Posee una anchura fonal que tiende a buscar mayor ensanche, en virtud de que las ondas sonoras de la emisión tienen una ductilidad llena de color y calor, en una exquisita técnica en el control de la respiración. Así dejó constancia en la esperada cavatina “Je veux vivre dans le rêve”, preñada de lirismo y lejos de las excentricidades tan en uso. Por mor de esas facultades y con la impoluta dirección escénica de la romana Giorgia Guerra, se vivió una emoción de imposible olvido, mientras las notas del canto “Amour, ranime mon courage” se desgranaban sutiles para ir enjugando su esperanzado objetivo en el reencuentro amoroso.

Javier Camarena, debutante en este Romeo, hizo un trabajo que fue en línea ascendente. Este gran tenor mexicano parece encontrarse en un momento crucial de su florida carrera, buscando el certero paso que su voz le va marcando para encarar cometidos de mayor peso. En el primer acto pudo apreciársele cierto estado de tensión en el recitativo y aria “Ah! Lève-toi soleil” donde el esmalte lúcido de su textura siempre aparecía en las zonas por encima del Fa. Fueron transcurriendo los minutos y aquella tensión canora se fue relajando merced a su sabiduría en la técnica de emisión de la que tantas veces ha hecho gala. De tal modo empastó con brillo y elegancia en los hermosos dúos “Nuit d’hyménée” y “Ô nuit divine!” acunándose con la voz de su Julieta. La compenetración y complicidad de tenor y soprano fue una constante durante toda la representación. Se volvió a disfrutar con el Camarena de siempre en el quinto acto merced a la limpieza de su aria “Salut!, tombeau sombre el silencieux!”.

Al estrellato de esta representación se sumó la joven batuta italiana de Lorenzo Passerini (32 años tiene el zagal). Presentó un trabajo minucioso, escrupuloso, exigente para foso y voces, dejando bien a las claras que era él quien llevaba la concertación. Puso a sus órdenes a la Euskadiko Orkestra sin licencia alguna, manteniendo los planos sonoros ausentes de toda estridencia y dejando brillar a las distintas secciones cuando el discurso musical así lo requería a su juicio. Importante fue la medida de brillo -nunca tronante- que imprimió a la sección de percusión, para resaltar los momentos de conflicto que requiere el libreto. Siempre tuvo el gesto de aplaudir, visiblemente, a los cantantes, cuando terminaba sus intervenciones a solo, mostrado un perfecto maridaje con la dirección de escena buscando breves paradas para resaltar los climas que se producían sobre el escenario. Al coro lo embridó con firmeza, tras constatar su descuadre en la primera intervención y en el interno; no volvió a pasar.

Excelente nota merece Giorgia Guerra en el control de cuanto ocurría en escena, sabiendo lo que se cantaba y cómo había que cantarlo, en posturas que no impidieran el trabajo del regulador diafragma, haciendo una lectura limpia del libreto para encajarlo en una escenografía que pivotó sobre un paralepípedo cuadrado ubicado en el centro del palcoscénico, desde donde se daba salida a las distintas escenas de la obra. Las luces podían representar cualquier otra cosa, menos veronesas, pues las proyecciones arquitectónicas no cuadraban con el estilo renacentista del siglo XV ni las proyecciones de colores líquidos suponían significación alguna. De cualquier modo, esta escenografía puede ser válida para hacerla viajar.

En el resto del amplio reparto la valoración ha resultado variopinta, siempre de mérito las voces del barítono polaco Andrzej Filoczyk, como el fiel Mercutio, la de Marko Mímica, en el cómplice Frére Laurent, la poderosa del tenor cántabro Alejando del Cerro, como Tybalt, y la del bajo-barítono vizcaíno Fernando Latorre, cual Le comte Cappulet, que bien merece por parte de quien corresponda mayores compromisos en su tierra natal. Cumplieron Gerardo López, Itxaro Mentxaka, Isaac Galán, José Manuel Díaz, Anna Alàs y Juan Laborería. Manuel Cabrera

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