Y Sir John sermoneó de Ucrania…
71 FESTIVAL DE GRANADA. Orquesta Sinfónica de Londres. Maria João Pires (piano). John Eliot Gardiner (director). Obras de Schubert (Rosamunda, entreactos II y III), Mozart (Concierto para piano y orquesta número 27), y Chaikovski (Segunda sinfonía, “Pequeña Rusia”). Lugar: Granada, Palacio de Carlos V. Fecha: 10 julio 2022.
Eliot Gardiner, Sir John, rompió la emotiva atmósfera que habían generado él mismo y Maria João Pires tras un Concierto para piano número 27 de Mozart fabuloso a pesar de evidentes deslices del teclado, particularmente en el rondó final. En la segunda parte del programa, siempre con la Sinfónica de Londres, estaba anunciada la Segunda sinfonía, “Pequeña Rusia”, de Chaikovski. Y el sortilegio de la música se hizo añicos. Antes de su comienzo, Gardiner cogió el micrófono, y desde el podio soltó una perorata mitinera fuera de lugar y sentido sobre que la Sinfonía Pequeña Rusia no es pequeña Rusia, porque utiliza motivos ucranianos y etc.
A partir de ahí, pues todo lo demás: que si Ucrania, que si Rusia… Gardinero a tus jardines. Y si el señor Jardinero quiere soltar un sermón antirruso y pro-ucraniano, pues que vaya a uno de esos jardines que hay por Londres y cuente allí lo que le venga en gana. O a la ONU, como hizo Pau Casals en 1971, con su célebre discurso catalanista. Pero ni el Carlos V, ni un concierto de la Sinfónica de Londres en la clausura del Festival de Granada son lugares para otra cosa que la música. Y más cuando ésta se hace tan bien y requetebién como la hicieron Gardiner y los sinfónicos londinenses el domingo, en la brillante pero mitinera jornada de clausura.
Imponer que en el programa de mano se omita lo de “Pequeña Rusia” es tan ridículo como dejar de llamar a la Rapsodia española de Albéniz “española” porque a su intérprete no le gusta que España ocupara el Rif o porque Cuba ya no es España. Por no hablar de las mil y una “Nuevas Inglaterras” y similares que hay repartidas por la Commonwealth. Ya se ha convertido a Prokófiev en ucraniano, se ha llegado a prohibir a Dostoyevski, y a la Netrebko y cía se les hace la vida imposible. ¡No más casos Furtwängler! ¡No más cazas de bruja!
Dicho esto, y pasado el inoportuno sermón gardinero, hay que decir que el maestro británico y la Sinfónica de Londres bordaron una versión inapelable y excepcional, de intenso sentido descriptivo y sólida arquitectura –“en cuanto a la perfección formal, es mi mejor sinfonía”, dijo el siempre ruso Chaikovski y recuerda Rafael Ortega Basagoiti en las concisas notas al programa-. No tan alejado de las grandes versiones rusas -Mravinski, Temirkánov, Svetlánov…- Gardiner se adentra en los cuatro movimientos de la “Pequeña Rusia” y en sus temas “ucranianos” con empatía, calor, ensoñación, cercanía anímica y atención a su raíces folclóricas.
Hay casi tanto Chaikovski, casi tantas Rusia y “Pequeña Rusia” (es un dislate identificar lo que fue la “Pequeña Rusia” de 1334 con lo que hoy es Ucrania, por mucho que geográficamente sean zonas parcialmente coincidentes) en la interpretación de Gardiner, en su visión y realización, como Albéniz y España cuando Arrau o Rubinstein hacían maravillas con la Iberia. Fue una versión en la que no faltó esa nostalgia, esa añoranza lírica y apenada tan características del universo ruso, pequeño o grande, y de la naturaleza de Chaikovski. Lenguaje, sentires y expresiones universales. Fronteras, patrias y banderas son castillos de arena ante la verdad del arte.
Antes, Pires revalidó su éxito del día anterior (Tercero de Beethoven) con su Mozart cristalino, sencillo y exento de retóricas o elucubraciones. Los señalados deslices y rozaduras -particularmente en el melodioso rondó que es el tercer movimiento- no restaron un ápice de fascinación y encanto a una interpretación que fue siempre admirable y subyugante. La enorme, calurosa y bien labrada ovación que disfrutó la Pires no sirvió -como ya ocurrió el día anterior- para arrancar una sola propina. La gran dama del piano ibérico (junto con la eterna Alicia de Larrocha) saludaba, sonreía al público que abarrotó el Carlos V, y se llevaba las manos al pecho una y otra vez en gesto de agradecimiento… Pero de volver a sentarse al teclado… ¡nanay de la China!
El programa había comenzado de la mejor manera, con los entreactos II y III del ballet Rosamunda de Schubert, que Gardiner mimó con extremo preciosismo sonoro y sutilezas solo posibles ante una orquesta como la Sinfónica de Londres, capaz de alcanzar los más leves y consistentes pianísimos y los fortísimos menos estridentes. Gardiner, maestro en plenitud, encontró el justo color para cada una de las muchas veces que Schubert repite sus prodigiosos temitas. Fue un alarde de musicalidad, buen gusto, sentido estético y virtuosismo instrumental. Aquí y en Sebastopol. ¡Qué mejor final para este inmenso e intenso 71 Festival de Granada! El año que viene, más. Enhorabuena. Justo Romero
Publicada el 12 de julio en el Diario Levante.
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