DE LO ESPIRITUAL A LO PROSAICO
Wagner: Lohengrin. Reparto: Samuel Sakker, Miren Urbieta-Vega, Insung Sim, Simon Neal, Stéphanie Müther, Borja Quiza. Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Director musical: Christoph Gedschold. Director de escena: Guillermo Amaya. Teatro Campoamor, Oviedo. 3 de febrero de 2024.
No es nada fácil llevar a la escena y traducir con acierto su variado y generalmente complejo tejido musical una ópera como Lohengrin, un prototipo de teatro lírico bañado en las aguas más románticas y portador de significados poéticos de altura. Se ha intentado honestamente en esta coproducción de la Ópera de Oviedo y el Auditorio de Tenerife. Hablaremos en primer lugar de los frutos musicales, los más relevantes en estas funciones.
Nuestro primer aplauso ha de ser para la Elsa de la donostiarra Miren Urbieta-Vega, una soprano lírica de ancho espectro, homogénea emisión, fraseo bien cincelado, apoyo justo y timbre afectuoso y cálido. Nada más salir a escena acometió el monólogo del sueño con tersura, elegancia, juego de reguladores bien administrado y convicción. No tuvo desfallecimientos apreciables a lo largo de la representación. Mantuvo el tipo y el aliento y se enfrentó con gallardía a las zonas más altas de su tesitura sin aparentes problemas, solo con algún leve destemple por los andurriales del Si bemol y Si natural. Emotiva y entregada en su extenso e intenso dúo del tercer acto con Lohengrin.
Este fue incorporado por el tenor australiano Samuel Sakker, de timbre poco grato, emisión vibrátil y técnica por conformar. Tiene problemas en la zona del pasaje, donde el sonido se estrangula. Algunas faltas de apoyo ostensibles. Aun así se mostró gallardo y caluroso aguantando con tesón un papel tan exigente. Mantuvo el tipo en un “In fernem Land” dibujado con certera expresión aplicando reguladores bien vistos. Poco peso el del bajo Insung Sim, falto de redondez y de rocosidad en el rey Enrique el Pajarero. Es muy joven y habrá de crecer.
Buen wagneriano sin duda el barítono Simon Neal, que se mostró expresivo y fraseador, aportando vehemencia a su Telramund, bien que a falta de una mayor sustancia baritonal. Al parecer se encontraba indispuesto. Su esposa en la ficción, la perversa Ortrud, Stéphanie Müther, evidenció un acusado vibrato y una evidente falta de graves, aunque su timbre oscuro aportó veracidad a su papel. Poco fina. Suelto, fácil y donoso el Heraldo del barítono gallego Borja Quiza, cuyo lírico timbre corrió sin problemas por la sala. Sus proclamas y llamadas fueron dichas con soltura, puede que a falta de un mayor empaque.
La dirección musical del alemán Christoph Gedschold fue la de un maestro conocedor, un Kapellmeister de altura. Diferenció bien los planos, marcó con claridad los accidentes dinámicos y orientó con sapiencia las líneas, cuidando el sonido y la conjunción general. Logró interesantes momentos y forjó con mano segura los grandes y numerosos instantes corales, consiguiendo, pese a ciertas deficiencias orquestales, una general afinación. Sonido no especialmente pulcro y poco satinado. Y momentos dudosos, como los de los divisi del inicio. El Coro Intermezzo se portó y sonó generalmente empastado y poderoso. Estupendas gradaciones dinámicas en la escena de la ceremonia nupcial.
La dirección escénica de Guillermo Amaya no alcanzó a ofrecernos el tono romántico y a evidenciar los valores que definen una ópera como Lohengrin. Lo que vimos fue una puesta en escena un poco a ras de tierra con escasas llamadas a lo poético o a lo mítico -y místico- que forman parte de la entraña de esta ópera. Su planteamiento, en palabras del propio regista, “se aleja de toda concesión histórica, mítica, mágica o religiosa propuesta por Wagner en su narración y se concentra en la psicología y los conflictos de los personajes”. No se entiende bien que se quiera alejar de lo que parece que el compositor y libretista deseaba y proclamaba.
Y se entiende menos que más adelante nos diga que, “todo debe ser filtrado por lo mágico, lo fantástico, lo mitológico, lo místico y lo religioso, porque eso es también una parte importante de la narrativa de la ópera”. Hay una evidente contradicción con lo expresado más arriba. El hecho es que a la postre todo resulta muy prosaico en una producción bien ordenada, con un anfiteatro permanente y con escasas llamadas en efecto a lo poético o lo trascendente. Y con continuos aspavientos y gestos de manos arriba de los miembros del Coro.
Prosaísmo alejado de la entraña y de dimensión un tanto escolar. La falta de altura espiritual se reflejó también en el nudo escenario, en un vestuario escasamente feliz, con hombres ataviados de manera impersonal, con atavíos de legionarios, túnicas rosadas, capas y adornos variados. Luces planas en general. Lejos todo ello por tanto de lo evocativo. De lo romántico. De lo sublime. Programa de mano bien editado con trabajos y pronunciamientos de interés. Teatro lleno y muchos aplausos.
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