Un gran Nebra
La violación de Lucrecia, de José de Nebra. María Hinojosa, Marina Monzó, Carol García, Judit Subirana, Manuela Velasco y Borja Luna. Ensemble Los Elementos. Director musical: Alberto Miguélez Rouco. Director de Escena: Rafael R. Villalobos. Adaptación del libreto: Rosa Montero. Teatro de la Zarzuela, 26 de marzo
De nuevo sonaban pentagramas de Nebra en el Teatro de la Zarzuela, intentando la tan compleja tarea de actualizar las convenciones que nos resultan más extrañas cuanto más alejadas están en el tiempo. En esta ocasión había una gran ventaja respecto al anterior título de Nebra puesto sobre las tablas del coliseo madrileño, Ifigenia en Tracia. Para La violación de Lucrecia se contaba con una de las mejores orquestas especializadas españolas, el Ensemble Los Elementos, dirigidos por Alberto Miguélez Rouco, un joven director que hace ya bastante dejó de prometer para convertirse en realidad. La música en sí misma es magnífica, mezclando las esencias que definían en su época el estilo español con los italianismos propios de la moda. En resumen, largas arias que son capaces de repasar la dialéctica de los afectos y que permiten espacio de lucimiento a los cantantes.
Resumido en cuatro personajes, todos los cantantes se mostraron a buen nivel pero con un protagonismo absoluto de Marina Monzó, cuya sensación de madurez vocal sorprende a estas alturas, con una emisión cuidada, un timbre trabajado para dar cabida a distintos afectos y una actuación dramática realmente convincente. Su Tulia emocionó, desgarró y se llevó justamente las mayores ovaciones. A partir de ahí encontramos lecturas más comedidas, destacando el trabajo de Judit Subirana, que le tocaba defender el descanso cómico propio de la época pero recortado en su texto hablado por la adaptación, lo que hacía compleja su tarea. La Lucrecia de María Hinojosa creció desde la primera jornada, algo fuera de estilo, hasta un final más que convincente. También resolvió con acierto Carol García, otro de los personajes que tenía que luchar con el deshilachado que provocaron los cortes. En cualquier caso, lo mejor de la noche estuvo en el foso, con el Ensemble Los elementos y su dirección por parte de Miguélez Rouco. Sencillamente magnífica, a todos los niveles.
La dirección de escena de Villalobos fue sobria, adecuada a la belleza gélida del mundo romano que pretendía transmitir, con un aparato escenográfico pensado para una acción paralela que puede ir adelante o atrás en el tiempo y una iluminación que sirve como premonición del delito. La principal dificultad a resolver radicaba en la adaptación del texto. En realidad, la obra original de Nebra (Donde hay violencia no hay culpa) toma el mito de Lucrecia para construir un drama más extenso con mayor importancia en la palabra hablada. Representarlo íntegro resulta impensable hoy, no tanto porque el público no lo aprecie sino porque es exigirle a los cantantes que actúen muy por encima, en general, de sus posibilidades y durante mucho tiempo. Por todo ello, se contó con Rosa Montero para adaptar el texto y actualizarlo a una perspectiva de género, algo que la temática propia de la partitura servía en bandeja. Así apareció la narradora que guiaba la acción, el “espíritu de la leyenda de Lucrecia” interpretado de manera sobresaliente por Manuela Velasco, un alterego que intentaba subrayar todas aquellas conductas que podrían servir de aviso al personaje de lo que iba a ocurrir, una especie de “crónica de una violación anunciada”, como se decía en un momento de la obra. El texto de Rosa Montero tenía frases de una oscura poética, pero en general tendía a puerilizar al público, dando explicaciones redundantes y genéricas a lo que se veía en el escenario. El problema no era hablar del abuso de género, la violación o el maltrato (Le nozze de Figaro de Mozart ya hablaba de eso), sino el registro en el que se trata el tema y el difícil intento de que el mensaje no se pierda. Quiero pensar que el hecho de que pueda parecer un acercamiento pueril significa que estamos caminando hacia una época menos violenta y más justa, y no sencillamente más ofendida. Ojalá. Mario Muñoz Carrasco
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