SINFONISMO DE ALTOS VUELOS
Obras de Mendelssohn, Negrón, Weill y Chaikovski. James Ehnes, violín, Thomas Hampson, barítono. Orquesta Sinfónica de Dallas. Director: Fabio Luisi. Temporada Ibermúsica. Fin de ciclo. Auditorio Nacional, 4 y 5 de junio de 2024.
Este conjunto sinfónico norteamericano se muestra en buena forma. Aparece bien ensamblado, compacto, equilibrado y poderoso. Su espectro sonoro no es singularmente cálido y a veces parece un tanto agreste, aunque hay que hacer ciertos distingos entre sus familias, entre las que destacan unas violas y unos violonchelos de atractivo terciopelo y una generosidad de fraseo muy interesante. Los metales son especialmente tonantes, penetrantes, rotundos y las maderas cumplen bien, con un magnífico primer clarinete a la cabeza de nombre Gregory Raden.
Un conjunto, pues de excelentes hechuras y conformación, de un nivel alto, sin la calidad global de otros de su misma nacionalidad: Boston, Cleveland, Filadelfia, Chicago… Una base para construir y edificar buena música. Sobre todo si al frente se sitúa un director como Fabio Luisi (Génova, 1959), que tiene experiencia y sabe lo que se trae entre manos. Es un maestro solvente, de sólidos conceptos, de gesto claro y bien dibujado, ahora sin batuta, de controlado temperamento y de convincentes planteamientos expresivos. Mide, subdivide y subraya, gesticula elegantemente, con amplitud de braceo y constante entrega.
Chaikovski era el autor de las dos obras base de ambos conciertos. El día 4 escuchamos la Sexta Patética. Interpretación virulenta, fustigante, de acentos crudos, expuesta sin contemplaciones. Escasos pianos, mezzoforte, forte y fortísimos, con la Orquesta desplegada a toda vela. Buen inicio de la parte tempestuosa del complejo primer movimiento, con ciertos desniveles auditivos. Bien dibujados los contratiempos en medio del fragor. Planos de relativa claridad.
Escasamente gracioso y airoso el Allegro con grazia, acentos perentorios, oleadas sonoras bien perfiladas, algún que otro confusionismo en el Allegro molto vivace, esa suerte de marcha desaforada, estupendos contrabajos en la base. Tocada a machamartillo. Esperados aplausos al cierre. Buen tratamiento dado al Adagio lamentoso, con milimétricos y secos recortes en las frases bruscas. Ligeros confusionismos en los planos.
Nos gustó más la Quinta, elegantemente expuesta sin dejar de lado la potencia, el brusco movimiento. Excelentemente expuesto el inicio del Andante cantabile donde se lució el primer trompa, Daniel Hawkins. Elaboración minuciosa, bien cantada, adecuadamente apoyada en la cuerda y episódicamente confusa de planos, particularmente en su tramo final, aunque el fino y ágil mando mantuviera en todo instante muy firmemente las riendas. Echamos de menos una mayor destreza en el rubato en el camino hacia el clímax. Escasa gracia en el Vals, falto de transparencia, y monumental despliegue, de adecuada construcción y crecimiento de intensidades, rítmicamente impecable y una repetición no siempre habitual, con los arcos echando humo, del Finale.
Al término, Orquesta y director ofrecieron el mismo bis los dos días: una electrizante obertura de Ruslan y Ludmila de Glinka.
Hemos de anotar y comentar la intervención de los solistas. El día 4 el canadiense James Ehnes ofreció, tras un comienzo poco prometedor, una límpida y minuciosa interpretación, de rara intensidad, del Concierto para violín de Mendelssohn, con todo en su sitio. Es un caleidoscópico y hábil fraseador. Sonido muy agradable y homogéneo. Estuvo generoso en los bises: la dificilísima tercera sonata de Ysaye -que tuvo a bien anunciar- y un movimiento de una sonata de Bach.
El segundo día el barítono Thomas Hampson, que anda ya cerca de la setentena, mostró que aún conserva vestigios de su antigua clase. La voz, siempre muy lírica, ha perdido, lógicamente, lustre, los agudos salen abiertos y poco timbrados, con notable esfuerzo, pero la clase permanece.
Por eso nos lo pasamos muy bien siguiendo su idiomática interpretación de las Cuatro canciones de Kurt Weill sobre textos de Walt Whitman, de rítmica contagiosa, episódicas melifluidades, dramatismo contenido y ecos de comedia musical amable y lírica en este caso. Al final el cantante regaló un aire popular “a cappella” con palmas por parte del respetable. El concierto había comenzado con una agradable partitura de la puertorriqueña Angélica Negrón (1981), What keeps me awake, estreno en Madrid. Nada original, con ecos de Copland o Bernstein, pero bien diseñada. Nostálgica y dulcemente envolvente, como destaca en sus notas Inés Fernández Arias.
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