A LA TERCERA VA LA VENCIDA
LA FLAUTA MÁGICA. Singspiel en dos actos; libreto de Emmanuele Schikaneder, música de Wofgang Amadeus Mozart. Reparto: Giovanni Sala (Tamino), Serena Saénz (Pamina), Gyula Orendt (Papageno), Matthew Rose (Sarastro), Rainelle Krause (Reina De La Noche), Brenton Ryan (Monostatos); Antonella Zanetti, Laura Fleur, Luzia Tietze (Tres Damas); Irakli Pkhaladze (Orador), Iria Goti, etcétera. Dirección de escena: Simon McBurney. Escenografía: Michael Levine: Vestuario: Nicky Gillibrand. Iluminación: Jean Kalman. Cor de la Generalitat Valenciana. Director de coro. Francesc Perales. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: James Gaffigan. Lugar: Palau de les Arts. Entrada: 1500 localidades (lleno). Fecha: Jueves, 6 de junio 2024 (se repite los días 8, 12, 14, 17 y 19 de junio).
Y ahí sigue, tan fresca y actual como siempre. Indemne a los peores directores de escena y a modas e ideologías. Ni siquiera su libreto, masónico y preñado de misoginia, puede torcer el rumbo de la obra de arte. La flauta mágica y el genio de Mozart han regresado por tercera vez al Palau de Les Arts para clausurar la temporada lírica.
Frente a la bronca y demagógica producción de Graham Vick soportada en 2018, y a la anterior, en 2013, ahora vuelve de la mano del actor, escritor y director Simon McBurney, quien no se mete en camisa de once varas y se centra en la ilusión escénica. Una producción, en definitiva, que confiere realidad al viejo proverbio “a la tercera va la vencida”.
McBurney invita a ensimismarse en la magia del teatro. Para ello recurre a un sinnúmero de recursos conocidos, pero que él calibra e hilvana en un conjunto coherente, cargado de ritmo, efectos y virtuosismo dramático. Pasa de puntillas por el fondo del asunto, para explayarse en el abrazo de música y escena. Para ello, eleva a la orquesta y su foso casi a la altura del escenario, estableciendo un trasiego constante entre instrumentistas y cantantes. En medio, la solista de flauta, Magdalena Martínez, que con su instrumento mágico se convirtió, en escena y foso, en el centro vertebrador de esta dualidad ideal entre armonía y palabra.
Abundan morcillas y licencias, desde incluir el Himno de la Comunitat a cualquier otro. Todo vale en pro del espectáculo. Mozart, seguro, lo hubiera aplaudido y el público se lo pasa en grande. Simon McBurney atiende más al Mozart bobalicón del Amadeus de Miloš Forman que al creador del inacabado Réquiem. Un fino trabajo escénico que deslumbra y atrapa.
McBurney no aporta nada nuevo, pero triunfa de pleno al administrar con pericia, oportunidad, contagiosa sensibilidad, con momentos de tanta belleza plástica como cuando Tamino y Pamina quedan suspendidos ingrávidos en el espacio. Integrar en la escena y su estudiada dramaturgia la propia realización de los muchos efectos acústicos es otro acierto, como también las proyecciones y dibujos en directo.
Más discutible es el manoseado recurso de pasear a los cantantes por la platea, Papageno papaguenea entre las butacas, mientras que Sarastro, sermonea en su primera intervención al público para convertirse en mezcla pintoresca del Don Fernando de Fidelio y Tonio/Taddeo en el prólogo de Pagliacci. La escena de las Tres Damas con Tamino -ahora ya sí en el escenario- recuerda demasiado la de las Hijas del Rin con Alberich.
En el ámbito musical fue una noche redonda, a pesar de que ni en la escena ni la platea hubiera ningún cantante realmente excepcional, pero sí notables y hasta sobresalientes. El tenor Giovanni Sala (quien ya triunfó en Les Arts como Macduff y Don Ottavio) se llevó el gato al agua con un Tamino de pulcro canto mozartiano, cuidadosamente fraseado y entonado desde una vocalidad limpia y cristalina, desde la que matizó el aria “Dies Bildnis ist bezaubernd schön”.
Encontró el amor de su vida en la Pamina de Serena Sáenz, soprano barcelonesa de inteligente carrera internacional, de prestancia vocal y énfasis artístico que evocan, desde su naturaleza ligera, la Pamina inolvidable de Pilar Lorengar. Insufló de candor, añoranza y amor su gran momento “Ach ich fühl’s, es ist verschwunden!”.
Convenció y triunfó Gyula Orendt como Papageno, papel que cargó de chispa, estilo y buen canto. La soprano Rainelle Krause se lució en las dos endiabladas arias que Mozart regala a la siniestra Reina de la noche. En la primera –“O zittre nicht, mein lieber Sohn”- algún fa sobreagudo raspado no deslució el conjunto, mientras que en “Der Hölle Rache” coloratura y agudos se mostraron más precisos y ligeros.
Arrancó la mayor ovación de la noche, Al Sarastro de Matthew Rose le faltó empaque, nobleza y proyección. Sobresalientes las afinadas Damas de Antonella Zanetti, Laura Fleur y Luzia Tietze, en contraste con los desentonados y velados tres niños del Trinity Boys Choir, Brenton Ryan defendió un anodino Monostatos, mientras que la gallega Iria Goti cumplió como simpática Papagena.
La Orquestra de la Comunitat Valenciana lució sus dúctiles mimbres con un Mozart articulado, vivo, preciso y luminoso empaque. Excelencias ejemplificadas en las soberbias intervenciones de Magdalena Martínez, flautista cuajada de experiencia y talento. Ella y su instrumento mágico se convirtieron en pilar clave de la función.
Con tiempos convencionales y cuidando el en esta ocasión nada fácil balance foso/escena, el director musical James Gaffigan no tocó el paraíso mozartiano, pero destiló solvencia, oficio y buen hacer. No es poco en los tiempos nublados que corren.
Publicada el 8 de junio de 2024 en el diario Levante
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