INTELIGENTE Y PENETRANTE VISIÓN
Cabaré Pierrot. Melodramas de Alexander Zemlinsky y Arnold Schoenberg. Fundación Juan March, Madrid. 3 de abril de 2024.
Continúa la Fundación March incrementando con nuevos títulos su formato Melodramas. La edición número 8 de la serie ha tomado cuerpo con el espectáculo que aquí vamos a comentar y que incluía dos obras que podríamos calificar de cabaret: Ein Lichtstrahl de Zemlinsky y Pierrot lunaire de Schoenberg, muy distintas pero que se dan la mano perfectamente en el inteligente planteamiento escénico de Tomás Muñoz, para quien las dos composiciones subrayan, en una suerte de juego de espejos, el tema del doble –Él y el Otro-, aunque desde ángulos bien distintos: “si Ein Lichtstrahl se trata de una convencional suplantación amorosa, en Pierrot lunaire, el payaso despechado de la commedia dell’arte se convierte en la imagen definitiva del artista moderno”.
Viendo y escuchando seguidas ambas obras, una de 1901 y otra de 1912, comprendemos la diferencia y el salto cualitativo entre la primera, una suerte de acción muda, a modo de película de principios del siglo XX, que en el momento de su elaboración ya estaba pasada de moda, y la segunda, que establece una especie de viaje creativo de nuevo impulso en el que la atonalidad se hacía totalmente dueña de la partitura. Contraste entre una composición para piano, que sirve a una acción muda, que cuenta la pequeña historia de un adulterio (Zemlinsky acababa de ser abandonado por su mujer), y otra para piano y un pequeño conjunto camerístico, que oscila entre lo surrealista y lo fantasmal.
Ante este singular Pierrot lunaire recordamos las palabras del historiador norteamericano Carl Emil Schorske al hacer mención a la “explosión en el jardín”. El irracionalismo atonal o arbitrio derivado del abandono de las estructuras clásicas proporcionó al compositor una materia indeterminada sobre la que trabajó durante años y que dio lugar a obras singulares y rompedoras, antecedente del nuevo sistema de los doce sonidos, que no se destapó por completo hasta bien entrados los años, concretamente hasta las Piezas para piano de 1924 del propio Schoenberg.
Pierrot lunaire permanece hoy como una especie de faro determinante de una estética y de un pensamiento. Su estructura es muy curiosa, ya que viene constituida realmente por tres grupos o partes de siete melodramas cada uno escritos para voz hablada, piano, flauta, piccolo, clarinete y clarinete bajo, violín, viola y violonchelo. El recitado o parlato, que no canto, discurre con la sugerente estructura del llamado sprechstimme y sigue los poemas del poeta simbolista belga Albert Giraud en la traducción alemana de Otto Erich Hartleben. En todo caso es, sin duda, una composición afín al cabaret berlinés.
Hemos asistido a un acto teatral y musical de altos vuelos en la inteligente concepción escénica de Tomás Muñoz, que ha sabido meter el escalpelo hasta el fondo, primero subrayando la acción de cine mudo que pinta el mimodrama de Zemlinsky y después otorgando a la pieza de Schoenberg nuevas luces y brillos, claroscuros y acciones paralelas y alusivas en pos de una recreación que toca muchos puntos del alma y del sentimiento en la que ha sido capital la actuación emocionada y emotiva de la soprano lírico-ligera Sonia de Munck, ataviada con una ligera vestimenta blanca de hechuras ciercenses.
Ya se sabe que la partitura fue escrita exprofeso para la actriz Albertine Zehme. De Munck, siguiendo esa línea, ha actuado con enorme intensidad actoral, demudada o alegre, excitada o calmada, entusiasta o discreta, pasando por los múltiples estados de ánimo que se piden. Pero además ha dado un curso de bien decir, de bien cantar, si se quiere admitir el verbo, ese difícil sprechstimme, llevando la voz en continuos portamentos de aquí para allá, arriba y abajo. Con una concentración y una variedad de acentos sensacional. Un hermoso y agotador esfuerzo marcado por la aguda y penetrante mirada de Muñoz, un director de escena que ya ha ofrecido en la March numerosas muestras de talento. Harían bien el Real y la Zarzuela en contar con él alguna vez.
Naturalmente ha habido un norte rítmico y fraseológico en el que el grupo de cámara elegido ha funcionado y se ha fusionado a la perfección marcando todos los accidentes y resaltando lo más evidente de la narración en blanco y negro. Desde el piano ha establecido el norte Eduardo Fernández, buen conocedor de le Escuela de Viena; ayudado con frecuencia por el gesto sinuoso y convincente, cuando no tocaba su violín o su viola, de Cecilia Bercovich, una música muy completa y entusiasta. Han colaborado a satisfacción los demás componentes del pequeño grupo: Natalia Margulis, violonchelo, Sofía Salazar, flauta y flautín y Eduardo Raimundo Beltrán, clarinete y clarinete bajo.
Muy bellos y alusivos figurines de Gabriela Salaverri y sensacional labor de ajuste de todo el equipo escénico comandado por Muñoz, colaborador también en la realización de la película muda operativa en Ein Lichtstrahl. Sería muy largo citar a todos los componentes. Sí hay que mencionar Paloma Ortiz de Urbina y José Luis Téllez, autores de los dos estupendos artículos del programa de mano (un lujo en estos tiempos en los que se está marginando en beneficio del móvil): Schoenberg y Zemlinsky en el nacimiento del cabaret literario y Verklärtes Kabarett. En este último se hace un soberbio análisis musical de Pierrot lunaire.
Por supuesto debemos mencionar también el gran trabajo de los dos actores que intervienen en las dos obras: José Luis Montiel y Pepe Viyuela. Este último viene a representar al propio Schoenberg al comienzo de Pierrot, del que da al comienzo algunas pautas explicativas acerca de su naturaleza. Lo que extraña es que no aparezca por ninguna parte el autor de la traducción de los nada fáciles textos de la obra schoenbergiana.
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