14 de diciembre de 2024

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Critica: Heras-Casado y su «pica» en Bayreuth con Parsifal

FESTIVAL DE BAYREUTH 2023

Parsifal , Heras Casado y su “pica” en Bayreuth

PARSIFAL, de Richard Wagner. Ópera romántica en tres actos, con libreto de Richard Wagner. Repar­to: Andreas Schager (Parsifal), Elīna Garanča (Kundry), Georg Zeppenfeld (Gurnemanz), Derek Welton (Amfortas), Tobias Kehrer (Titurel), Jordan Shanahan (Klingsor), Jorge Rodríguez Norton… Coro y Orquesta titula­res del Festival de Bayreuth. Direc­ción de coro: Eberhard Friedrich. Direc­ción de escena y escenografía: Jay Scheib. Direc­ción musical: Pablo Heras Casado. ­Lu­gar: Festspielhaus de Bayreuth. Entrada: 1.987 espectadores (lleno). Fecha: sábado, 12 agosto 2023

 

Parsifal se ha reencontrando en su casa de la mano del director español Pablo Heras Casado. En Bayreuth, en su legendario Festspielhaus, el sábado triunfaron, sobre todo y todos, Wagner y su última obra, el festival “escénico sacro”, su testamento místico. Una obra que rompe fronteras y conveniencias para asentarse en la cumbre de la música mística y espiritual. Y triunfaron, en este esperado retorno, sus fieles servidores, un bien armado equipo vocal encabezado por dos fueras de serie como Andreas Schager (Parsifal) y una “debutante” pero inmensa Elīna Garanča convertida en la Kundry soñada. También, ¡cómo no!, los coros y orquesta titulares del Festival, sin rival en este ámbito parsifaliano, siempre arropados por la acústica específica del Festspielhaus. En el foso invisible, concertando y vertebrándolo todo, el granadino Pablo Heras Casado, cuya dirección minuciosa, templada, objetiva y de intensos claroscuros le consolida como uno de los máximos y más fieles guardianes del Grial.

Heras Casado ha tenido un éxito categórico, inapelable y definitivo en el codiciado santuario wagneriano. Labrado concienzudamente, durante meses de cohabitación fascinada con la mística y el sentido más hondo y humanista de Parsifal, y tras haberlo rodado en Stuttgart, Badajoz y Milán. Lo ha hecho desde una universalidad sin credos ni prejuicios, en la que pesa ¡y de qué manera! la fascinación que desde los inicios de su carrera, en Granada, le despertaron las músicas de Victoria, Morales, Guerrero o Monteverdi, voces que él mismo considera como el “vehículo natural de mi yo musical”. Desde este armonioso arraigo en esas antiguas pero cercanas polifonías, planteó, con convicción y sin enredos, su visión serena y analítica, pero al mismo tiempo calurosa, incandescente, esencial y camerística cuando toca y majestuosa cuando también toca.

Se ha hablado y leído que su versión es “rápida” y “camerística”, y que alcanza su “máxima expresión” en el segundo acto. La realidad es que el sábado no se sintió ni rápida ni lenta. Ella misma marcaba su tiempo. Sin prisas ni reloj. Las dilatadas pausas y parsimoniosas respiraciones enfatizaban el fraseo y arcos expresivos de enorme aliento. En ningún momento se sintió atropello o premura. Heras Casado supo dejar que el pentagrama se regodeara en su propio ánimo. Wagner y su servidor coincidieron en el sentido de tempo y del tiempo en este testamento sacro y coral, tan extremo y último como Atlántida de Falla.

Por otra parte, resultó “camerística” por la íntima presencia de los solos instrumentales y el relieve con que asomaron las recónditas armonías que entraña el pentagrama. ¡Cómo cantó y se dejó sentir el oboe en el tercer acto, en los “Encantamientos de Viernes Santo”! Finalmente, los tres actos fueron “máxima expresión” de una visión que desde el preludio ya reveló su camino certero y sin decaimiento hacía el final sin fin de la obra y de la creación wagneriana, hacia el “Santo y puro milagro”, hacía la “Redención al Redentor”. 

Andreas Schager, que fue el Sigfrido en el Ring que Heras Casado completó en el Teatro Real de Madrid, revalidó en la meca del canto wagneriano su entregado y encendido Parsifal. Desde su poderosa y matizada vocalidad actual, más heroica que lírica, el tenor austriaco dejó traslucir los acentos más nítidos y característicos del “tonto inocente”. Contó con la Kundry fascinante desde todas las aristas de  Elīna Garanča, cuyo debut en el Festival de Bayreuth ha sido tan redondo como el de Heras Casado. Por vocalidad, presencia escénica e interiorización del personaje, la mezzo letona es ya una de las referencias de todos los tiempos. El dúo del segundo acto, con Parsifal/Schager elevó la función a sensaciones siderales, en una representación repleta de momentos cumbres, como la “Música de transformación” del primer acto o esos “Encantamientos de Viernes Santo” del tercer acto de máxima efusión mística. Junto a ellos, destacó el Gurnemanz conmovedor en su narración y en el decir de  Georg Zeppenfeld. Derek Welton fue desigual Amfortas, mientras que el bajo Tobias Kehrer supuso estremecedor Titurel. El correcto Klingsor del barítono Jordan Shanahan quedó eclipsado por el poderío vocal del conjunto, incluidas las Muchachas-flor.  No faltó en la función el tenor avilesino Jorge Rodríguez Norton, cuya presencia es cada día más frecuente en las programaciones de Bayreuth.

De la puesta en escena, lo más remarcable es que no molesta. Enmarca sin abigarramientos la acción, se ajusta al particular tiempo dramático de Parsifal y crea ambientes propicios. Precioso el exuberante bosque del segundo acto, cuyas deformaciones y tintes verdes dejan entrever tintes entre Dalí y Rousseau. El invento de las sofisticadas gafas para completar la escena a base de “realidad virtual” es una chorrada mercadotécnica además de una horterada de cuidado. Da la impresión de que el estadounidense Jay Scheib (director de escena y escenógrafo) se aburriera con su propia producción y  quisiera “animarla” con unas imágenes de juego de niños que, más que enriquecer o ilustrar lo que no necesita enriquecimiento ni ilustración, lo único que hacen es distraerla y enturbiarla en una tonta sucesión de gotitas, burbujas y similares que más recuerdan un anuncio de O2 o de Freixenet que a la mística parsifaliana. 

Al caer definitivamente el telón, el éxito de la “celebración” fue, como diría un crítico de la vieja guardia, “apoteósico”. Para todos, pero de modo particular para la pareja protagonista:  cada vez que salían  a saludar “Garančakundry” o “Schagerparsifal” tronaba la platea. También para el coro portentoso y, particularmente, para Heras Casado, quien ha conseguido convertir su debut en Bayreuth en verdadera pica en Flandes. El futuro está ahí. cargado de expectativas y perspectivas. Wagnerianas y quizá no tan wagnerianas…Justo Romero

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