GAL·LA PLACÍDIA, UN DESCUBRIMIENTO
Gal·la Placídia, Jaime Pahissa. Maribel Ortega, Antoni Lliteres, Simón Orfila, Carles Pachón, Carlos Daza, Marc Sala, Carol García. Orquesta de la Comunidad de Madrid, Coro del Teatro de la Zarzuela (con la colaboración del Coro de la Comunidad de Madrid). Dirección musical: Christoph König. Teatro de la Zarzuela, Madrid, 10 de marzo de 2024
“La influencia formidable de Wagner pesa sobre mí y encaminó mis pasos por el drama lírico. Su teoría del leitmotiv creo yo que dominará más en la estructura de mi obra, que no el espíritu de la música alemana, sobre mi concepción musical”. Son palabras de Pahissa en alusión a su modo de proceder compositivo y, más en concreto, con relación a la ópera que se acaba de reestrenar en el Teatro de la Zarzuela, que sigue dando ejemplo de cómo se puede servir a nuestro patrimonio musical, aunque sea con medios más modestos; que impiden a veces, como en este caso, que una ópera de envergadura, y así puede considerarse la que motiva esta crítica, no puede ser recuperada en las condiciones escénicas adecuadas.
Ha sido una gran sorpresa -aunque relativa, ya que hemos conocido no hace mucho, asimismo gracias al Teatro de la calle de Jovellanos, otra obra del compositor, Marianela– esta gran ópera que es sin duda Gal·la Placídia. Se ha utilizado la edición preparada por Juan de Udaeta y Enrique Amoedo, que ha permitido establecer las bases de una interpretación que ha tenido muchas bondades y que nos ha puesto directamente en contacto con esta historia medieval entre godos y romanos de la que emerge la figura de Gala Placídia.
La ópera, que se desarrolla a lo largo de tres actos, el segundo de ellos dividido en dos cuadros, no tiene desperdicio y es un auténtico muestrario de las dotes compositivas de Pahissa, que sin disimular no solo la influencia de Wagner sino, y sobre todo, de Strauss, es capaz de crear un lenguaje propio de notable perfección técnica, de una escritura a veces incendiaria y, en medio de momentos líricos y descriptivos, alcanzar una intensidad expresiva de un romanticismo y un descriptivismo formidables.
Nos dice el profesor Emilio Casares en su extenso y magnífico artículo incluido en el programa de mano (aplausos para un Teatro musical que aún lo edita) que “Pahissa rompe con la estrategia de los números musicales dándole a la orquesta un rol central. Para entender la obra es necesario fijarse en el parámetro armónico-tonal, fruto del conocimiento que el compositor tenía como experimentador en el campo de la armonía. Llegó a impulsar una teoría conocida como intertonalismo, con la quería romper los límites de la armonía tradicional”.
Son muchos los efectos expresivos que se alcanzan gracias al empleo de una textura polifónica con uso de fuertes disonancias, que en su día escandalizaron a más de uno. Pero es que la disonancia es justamente “el mayor factor externo de la música”. Todo ello aparece ejemplificado de manera magistral en el gran dúo de amor del final del segundo acto entre Placídia y Vernulfo, que recuerda en algunos de sus pasajes al tan famoso de Tristán e Isolda de Wagner. Y, quizá en mayor medida, alguno de los momentos álgidos de la straussiana La Mujer sin sombra. Hay instantes especialmente disonantes a lo largo de una escritura de una intensidad casi irresistible delineada de manera enfervorizada por dos voces, soprano y tenor, que finalmente acaban entregándose de forma casi delirante; y también inesperada pues al principio de la historia nada hacía prever ese desenlace.
Todo acaba mal para la joven romana, aplastada finalmente por el pueblo godo. Pero su recuerdo permanecerá como ilustre mártir. Recuerdo que a través de la magnífica música se nos ha hecho ahora presente gracias a la iniciativa del Teatro, nacida de la mente creativa de Daniel Bianco, su último director, sustituido hace poco por Isamay Benavente. Un buen ejemplo a seguir, máxime cuando la interpretación concertante que se nos ha ofrecido ha tenido muchas cosas positivas. La primera, la dirección de Chistoph König, actual titular de la Orquesta de la RTVE, que ha gobernado todo el entramado con gran autoridad y seguridad a través de un gesto claro y diáfano, preciso y expresivo, con adecuada distribución de planos y una sapiente calibración de las intensidades.
El nivel de las prestaciones vocales ha estado en consonancia. Maribel Ortega, nunca especialmente expresiva y sentidora, ha acometido su nada fácil parte de Placídia con valentía y entrega. Cierta opacidad en la zona grave la compensa con una zona aguda, bastante solicitada aquí, refulgente y plena. Su voz de lírico-spinto ha campaneado a sus anchas dando adecuada réplica a ese tenor anchamente lírico que es Antoni Lliteres, seguro, cómodo, resistente en las invectivas, en los ruegos y en los arrebatos amorosos. No ha pestañeado ni un momento y eso que su parte tiene mucho que lidiar.
Estupendo, fácil, timbrado, caluroso, homogéneo de emisión, de un metal restallante, el barítono lírico Carles Pachón como Sigeric. Bien asentado, profesional, como en él es norma, el también barítono Carlos Daza como Vèlia; en su papel, discreto y pulcro, el tenor lírico Marc Sala en la parte de Varogast, y musical, algo falta de graves, en su cometido de la sierva Llèdia Carol García. Mario Víllora, Ángel Rodríguez y Joaquín Córdoba, miembros del coro, contribuyeron en partes menores al éxito. En el que, como es lógico, participaron sin tacha la voluntariosa Orquesta y el bien ensamblado Coro.
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