En carne viva
Tres hermanas, de Peter Eötvös. Opera en tres “secuencias”. Libreto de Claus H. Henneberg y Peter Eötvös, basado en el drama Las tres hermanas, de Antón Chéjov. Reparto: Dennis Orellana, Cameron Shahbazi, Aryeh Nussbaum Cohen, Kangmin Justin Kim, Mikołaj Trąbka, Ivan Ludlow, Jacques Imbrailo, Andrei Valentiy, Aleksander Teliga, Anthony Robin Schneider, Jörg Schneider, etc. Orquesta Klangforum de Viena. Director de escena: Yevguéni Titov. Escenografía: Rufus Didwiszus. Vestuario: Emma Ryott. Iluminación: Urs Schönebaum. Dirección musical: Maxime Pascal (orquesta en el foso) y Alphonse Cemin (orquesta interna). Lugar: Salzburgo, Felsenreitschule. Entrada: 1.412 espectadores (lleno). Fecha: domingo, 24 agosto 2025.
El drama de una sociedad en ruinas, fundamento de la ópera Tres hermanas, de Péter Eötvös © SF/Monika Rittershaus
Fallecido en marzo del año pasado en Budapest, el húngaro Peter Eötvös (1944-2024) es quizá, junto con el alemán Werner Henze, el mayor operista de las últimas décadas. Ahora, el Festival de Salzburgo ha programado su ópera Tres hermanas, basada en la obra de teatro homónima de Antón Chéjov. Estrenada en 1998 en la Ópera de Lyon, y configurada en tres “secuencias” que se suceden sin interrupción durante cerca de dos horas, Eötvös traza un relato despiadado y en carne viva de la vida, de sus frustraciones y sueños, desilusiones, contradicciones y anhelos. También del amor y el desamor. De la castidad, la fidelidad y el deseo.
El espectador se siente inevitablemente retratado en alguna o muchas de las reflexiones que plantea Eötvös de la mano de Chéjov en un relato tan atemporal como la humanidad. A partir de la historia de tres hermanas de una aldea rusa que anhelan mejorar y dar sentido a sus vidas mudándose a Moscú, el libreto explora y ahonda en el conflicto interno entre cada una de ellas, en una visión dramática de aires lorquianos y emparentada con clásicos del cine como Sonata de otoño, de Bergman, o Hannah y sus hermanas, de Allen. Como dijo el propio Eötvös, “cada uno de estos personajes lleva dentro de sí un mundo inconmensurable, casi insondable”.
Todo se desarrolla en un curso musical y dramático cargado de tensión y dolor, que indaga en la entraña de cada personaje y situación. En sus miserias y heridas. Fiel a Chéjov y a la idiosincrasia de personajes y situaciones, el libreto, de Claus H. Henneberg y el propio Eötvös, está en ruso y respira Rusia. Dos “secuencias” están dedicadas a otras tantas hermanas -Irina y Mascha-, mientras que la tercera lleva el nombre de Andrej, el hermanos de las tres. En un guiño casi wagneriano, Eötvös vincula a Olga con la flauta, a Mascha con el clarinete y a Irina con la flauta.
Una de las muchas singularidades de esta ópera única e inquietante, es que los tres papeles protagonistas -las hermanas Irina, Olga y Mascha Prosorov- están pensados para contratenores o sopranistas, mientras que otros personajes -el reparto es multitudinario- femeninos están asignados a voces baritonales o bajos profundos. El conjunto produce un retrato fascinante de lo que somos y no somos, de lo que quisimos ser y de lo que en realidad somos. Y en el sueño de Moscú, la cruda realidad de un futuro cada vez peor: “Cada vez más feos, viejos y frágiles”. La vida misma.
Todo lo envuelve el genio operístico de Eötvös en una escritura musical suntuosa, extrema, que bebe de todo: desde sus admirados predecesores Bartók, Kodály, Ligeti o Kurtág, al impresionismo (particularmente en el suntuoso colorido de la paleta orquesta de Debussy), al Sprechgesang schönberguiano o la opresiva fuerza dramática de Shostakóvich. Eötvös lo digiere y hace propio en su lenguaje inconfundible. Cáustico, lírico, irónico, descarnado… Apasionadamente romántico, apasionadamente contemporáneo. Tanto la colorida doble orquestación -la representación requiere dos formaciones sinfónicas, una en el foso y otra “interna”, fuera de escena-, como el uso de los registros, timbres y efectos orquestales, son cómplices de unas voces que cantan, gritan, recitan y discuten y ellas mismas piensan.
A tenor de lo escuchado, es difícil imaginar un conjunto sinfónico más ideal que el Klangforum de Viena, soberbio toda la función, dirigido con manos ciertamente maestras por Maxime Pascal (en el foso) y Alphonse Cemin (fuera de escena).
Dennis Orellana y Aleksander Teliga © SF/Monika Rittershaus
Excepcionales también, vocal y escénicamente, los/las tres protagonistas que dan vida a cada una de las tres hermanas. Desde la lorquiana Olga (solterona que no ha conocido ni conocerá varón) y vive arraigada en sus principios y recuerdos, defendida por el contratenor estadounidense Aryeh Nussbaum Cohen, a la dulce Irina, la hermana menor que anhela el amor y hasta el matrimonio, la única que sueña y cree en un futuro mejor desde su inocencia natural, maravillosamente interpretada -¡y vivida! por el contratenor hondureño Dennis Orellana (exalumno de la Escuela Superior de Canto Madrid).
Entre una y otra, la mediana, la reticente Mascha, encarnada por el contratenor persa-canadiense Cameron Shahbazi, estrella de la escena contemporánea, que se dejó la piel expresando casi en primera persona -y no solo con la voz- los recuerdos y desesperaciones que corroen cualquier luz al futuro.
Junto a tan sobresaliente trío protagonista un ingente conjunto de solistas, en un elenco inmenso que casi convierte en camerístico el de Los maestros cantores. Ni una fisura en ellos, que brillaron al máximo nivel, involucrados en una escena y una magistral dirección de actores que lo pide todo. Brilló el barítono polaco Mikołaj Trąbka como desafortunado Barón Tusenbach, figura contrapuesta al avieso Solyony, encarnado por el bajo neozelandés Anthony Robin Schneider, mientras que el barítono londinense Ivan Ludlow fue un taimado Werschinin…
Uno de los momentos actorales más dramáticos e impactantes fue el protagonizado por el barítono sudafricano Jacques Imbrailo, que dio vida al destrozado personaje de Andrej Prosorov, hermano único de Olga, Mascha e Irina; un hombre corroído por la vida, borracho y gordo como un tonel, un Falstaff en blanco y negro, que en su zozobra, y en una escena casi verista, desnuda primero su cuerpo y luego todo el aderezo de kilos de plástico para quedarse denudo en la propia verdad de su cuerpo, en la delgadez real del personaje, del intérprete.
Artífice de todo ha sido el director de escena kazajo Yevgueni Titov, quien ha creado un espacio escénico único acorde con la crudeza de la historia, conformado por los restos de una ciudad destruida que ocupa toda la anchura del inmenso escenario de la Felsenreitschule. Escombros y desolación. Podría ser Gernika 1937, Dresde 1945, Gaza 2025… La terrible eterna canción.
En ese marco escenográfico, diseñado por Rufus Didwiszus e iluminado por Urs Schönebaum, Titov articula un movimiento escénico inteligente y expresivo, que realza y matiza la naturaleza de cada personaje. Todo, dirección de escena, escenografía e iluminación -también el vestuario ad hoc de Emma Ryott- rezuma inteligencia, sensibilidad y sabiduría teatral. Corrían las nueve y media de la noche cuando acabó la función. Era domingo. Fuera, en la calle, hacía bueno. El cielo aún se atisbaba oscuramente azul y en las terrazas aún quedaba gente cerveceando y charlando de lo divino y de lo humano. “Cada uno en su mundo inconmensurable, casi insondable”. El carrusel sin tiempo de la vida. Gris y azul. En Gaza y en Salzburgo.
Justo Romero
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