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Crítica: Bruckner y la Filarmónica de Viena, cuando la música habita las venas

PorBeckmesser

Ago 30, 2025

Bruckner y la Filarmónica de Viena, cuando la música habita las venas

FESTIVAL DE SALZBURGO 2025. Weinberg: Segunda sinfonía. Bruckner: Novena sinfonía. Orquesta Filarmónica de Viena. Dirección musical: Franz Welser-Möst. Lugar: Salzburgo, Grosses Festspielhaus. Entrada: 2.179 espectadores (lleno). Fecha: 28 agosto 2025

Bruckner y la Filarmónica de Viena, cuando la música habita las venasFESTIVAL DE SALZBURGO 2025. Weinberg: Segunda sinfonía. Bruckner: Novena sinfonía. Orquesta Filarmónica de Viena. Dirección musical: Franz Welser-Möst. Lugar: Salzburgo, Grosses Festspielhaus. Entrada: 2.179 espectadores (lleno). Fecha: 28 agosto 2025

Franz Welser-Möst dirige la Filarmónica de Viena un triunfal Bruckner © SF/Marco Borrelli

Escuchar Bruckner a la Filarmónica de Viena es algo así como escuchar Falla a la Orquesta Nacional o cante jondo a un gitano jerezano del Barrio de Santiago. Y esto se sintió con evidencia el jueves en el Festival de Salzburgo, cuando los filarmónicos imperiales se enfrentaron a la Novena sinfonía del compositor austriaco con la familiaridad de quien lo lleva en las venas, de quien ha crecido con ellos, y ellos mismos la han hecho crecer. Viena en vena o viceversa.

A esa naturalidad de la Filarmónica de Viena con Bruckner, curtida por la vecindad y el paisanaje, pero también por haber trabajado su sinfonismo con los más grandes maestros brucknerianos que fueron, son y serán, se añade una perfección técnica, instrumental, individual y de conjunto, que, en este repertorio, acaso no tenga parangón. Si la perfección existiera en música, sería precisamente con el Bruckner de la Filarmónica de Viena.

En esta ocasión los vieneses tenían en el podio al por ellos muy apreciado Franz Welser-Möst, nacido en Linz, a apenas catorce kilómetros de Ansfelden, el pueblecito (18.000 habitantes actualmente) en el que nació Bruckner en 1824. FWM lo hizo en 1960, y desde entonces no ha dejado de mirar la música de Bruckner, de la que piensa -al menos eso dijo en una entrevista con quien esto firma- “que resulta incomprensible para la gente del Sur”.

Nada incomprensible, para la gente de cualquier parte, fue su versión de la Novena sinfonía, la incompleta pero completísima última sinfonía del cantor de Ansfelden. Fue un Bruckner cabal, perfectamente construido – “cuando diriges Bruckner, tienes que pensar, sobre todo, en la arquitectura de la obra”, dijo en la misma entrevista- de tiempos convencionales, que no se sintieron ni rápidos ni lentos, sino justos y conformes en su expresión; exento de misticismo y liturgias; abstracto y rico en contrastes,  claridades y contundencias, pero también con ese fondo oscuro, dramático y misterioso que tanto llega incluso a las almas de las gentes del Sur (piense lo que piense FWM).

El Scherzo, popular, vivo y preciso hasta lo incontable en los pizzicati iniciales de la cuerda, y rotundo en sus ritmos, acentos e intención; perfectamente enmarcado como fiel entre los misteriosos y largos desarrollos del primer movimiento y el quieto, solemne y turbador “adiós” que es el lento final, tan hijo en su espiritualidad de otra galaxia del amado Tristan. Todo lo dirige y marca Welser-Möst con aparente frialdad, con una distancia objetiva y sin un solo gesto que de indicios de expresión alguna. Marca, calibra y conduce. Y sin embargo, todo suena y se siente con énfasis, expresión e intención.

Bruckner y la Filarmónica de Viena, cuando la música habita las venasFESTIVAL DE SALZBURGO 2025. Weinberg: Segunda sinfonía. Bruckner: Novena sinfonía. Orquesta Filarmónica de Viena. Dirección musical: Franz Welser-Möst. Lugar: Salzburgo, Grosses Festspielhaus. Entrada: 2.179 espectadores (lleno). Fecha: 28 agosto 2025

La Filarmónica de Viena al término del concierto © SF/Marco Borrelli

Difícil saber si todo se debe a que los vieneses llevan en sus genes la música de Bruckner o que el de Linz la tenga tan asimilada que no precise ninguna prosopopeya para expresar lo que ya de por sí es. Los cerca de 40 infinitos segundos de absoluto silencio que siguieron al final de la sinfonía, con una imagen congelada de la Filarmónica de Viena, del podio y del público, son la expresión más elocuente de lo que fue este Bruckner mamado y dicho desde la cercanía: de Viena o/y de Linz. Quizá de ambas.

Antes, y en absoluto como telonera, maestro y las cuerdas de la Filarmónica de Viena abrieron programa con la Segunda sinfonía del ruso de origen judío-polaco Mieczysław Weinberg, compositor al que Salzburgo ya se rindió el año pasado a sus pies con el triunfal estreno de la ópera El Idiota. Tres movimientos para cuerda conforman la sinfonía, compuesta entre 1945 y 1946, y segunda de las 22 que conforman el abundante pero selecto corpus (153 obras catalogadas) de quien es, con Shostakóvich y Prokófiev, y más tarde Miaskovski, Jachaturián, Shchedrín, Schnittke, Ustvólskaya y Gubaidúlina, uno de los grandes compositores de su tiempo soviético.

Dedicada a Kurt Sanderling, quien dirigió el estreno (en Moscú, 1964), la sinfonía se mueve en un marco tonal sobrio de claras y evidentes armonías, aunque no exentas de aspectos modernistas que dificultaron y retrasaron el estreno en aquellos de posguerra y realismo socialista. La Filarmónica de Viena, al mando efectivo y objetivo de Welser-Möst, la abordaron con la cercanía y el fervor con que luego abordaron Bruckner. De la excelencia total de la versión, da buena cuenta el bellísimo y fabulosamente tocado solo de violonchelo del segundo movimiento. No es ninguna originalidad, pero se siente y hay que decirlo: Filarmónica de Viena, ¡palabras mayores!

Justo Romero

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