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Crítica: Boulez y su adalid Aimard entusiasman en el Festival de Salzburgo 

PorBeckmesser

Ago 24, 2025

               Crítica: Boulez y su adalid Aimard entusiasman en el Festival de Salzburgo 

FESTIVAL DE SALZBURGO 2025. Obras de Boulez, Debussy, Messiaen y Ravel. Pierre-Laurent Aimard (piano). Lugar: Salzburgo, Mozarteum. Entrada: 776 espectadores (lleno). Fecha: 22 agosto 2025.

Crítica, Aimard

Aimard saluda al final de su aclamado recital del Mozarteum

Se abarrotó el viernes la sala de conciertos del Mozarteum para disfrutar de un concierto sin más concesión  a la galería que Ravel y Mozart. El Festival de Salzburgo, que nunca ha hecho ascos a la contemporaneidad, no ha dudado en programar este recital de Pierre-Laurent Aimard centrado en obras para piano de Boulez, que llegaron arropadas por los magistrales Cuatro estudios de ritmo, que compone Messiaen entre 1949-1950, cuatro estudios de Debussy y tres páginas –Noctuelles, Pájaros tristes y El valle de las campanas– de los Miroirs de Ravel. Una actuación en la que Aimard se mostró como lo que es: el gran adalid del piano de nuestro tiempo, una suerte de Ricard Viñes del siglo XXI.

Pero lo más asombroso de este recital duro y exigente para intérprete y para público, fueron, además del impresionante aparato técnico desplegado por Aimard para dar vida a un repertorio plagado de todo tipo de dificultades, el silencio absoluto del público y el entusiasmo desbordado que mostró al final del recital, como si Aimard hubiera acabado de tocar la Appassionata de Beethoven o el Mefisto de Liszt, y no un programa con obras tan remotas a lo fácil como las Notaciones de Boulez o los Cuatro estudios de ritmo de Messiaen que cerraron el programa.

En medio, la weberniana Primera sonata de Boulez (compuesta en 1946, y revisada en 1949), Incises, también del creador de El martillo sin dueño, además de las páginas de Debussy y Ravel ya mencionadas. Fue precisamente en esta últimas obras en las que Aimard dejó asomar su talón de Aquiles, particularmente en los tres Miroirs, escuchados cortos de evocación y vuelo. Ni el pájaro triste resultó insinuado, ni en el valle de las campanas se percibieron más que sonidos perfectísimamente tocados: las campanas fueron así solo notas y en el valle faltó la imaginación y fantasía que en absoluto están reñidas con el pianismo objetivo pero sugerente de Ravel.

Donde el piano certero de Aimard sí es imbatible y alcanza total excelencia es en la música abstracta de Boulez. Quizá solo Pollini (su memoria, y sus referenciales grabaciones) pueda parangonarse con él. No cabe interpretación más precisa, perfecta y entregada de las Doce notaciones que la que Aimard cristalizó en este recital salzburgués. Volcó temperamento, criterio y dominio técnico en un recorrido en el que el pedal, el estupendo Steinway gran cola, la acústica ideal de la gran sala del Mozarteum y el maravilloso silencio del público fueron ideales aliados.

Luego, al final de la primera parte, se repitió el prodigio con los dos movimientos de la temprana Primera sonata. Tras la pausa, en la segunda parte, el “festival Boulez” se cerró con Incises (Interpolaciones), compendio de dificultades pianísticas escrito por Boulez en 1994 (y revisado en 2001) como pieza obligatoria en el concurso de piano Umberto Micheli.

Acaso sea esta composición una de las más “emocionales” del catálogo bouleziano. Y aquí, Aimard, tan próximo a Boulez y a su música, destapó el tarro de la inspiración para firmar una lectura que encontró perfecto equilibrio entre su consustancial voltaje virtuosismo y la carga expresiva que entraña.

Al comienzo del recital, antes de abordar las Doce notaciones y ya sentado ante el teclado, Aimard se dirigió al público en impecable alemán para decir que dedicaba el recital a la memoria de Alfred Brendel. Brendel, tan schubertiano, pero también tan schönberguiano -recuérdense sus tempranas grabaciones del Concierto para piano del creador del dodecafonismo, primero con Kubelík y luego con Gielen-, hubiera aplaudido a buen seguro en este concierto tanto tantísimo como lo hizo el público que colmó la historicista Grosser Saal del Mozarteum. Un espacio construido entre 1911 y 1914 con diseño del arquitecto muniqués Richard Berndl, y en el que él mismo tantas veces actuó y triunfó. Todavía resuenan en las paredes los ecos de sus recitales mozartianos y conciertos con Hermann Prey o Rita Streich.

Justo Romero

 

 

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