Crítica: Atmósferas de permanente emoción en la clausura de la Quincena
Crítica. Quincena Musical de San Sebastián. Auditorio Kursaal. 29/VIII/2026. Sinfonía nº 5 en re mayor, Op. 107, de Félix Mendelssohn. Ein deutsches Requiem. Op. 45, de Johannes Brahms. Julia Kleiter, soprano. Christian Gerhaher, barítono. Orfeón Donostiarra. Gewanndhausorcherter Leipzig. Andris Nelsons, director.
Andris Nelsons fue el artífice principal del éxito de la clausura de la Quincena
Esta hermosura de concierto ha marcado el final de la 84 edición de la Quincena Musical de San Sebastián (no hubo en 1944 y 1960, según información recibida desde los estamentos del propio festival). Por cierto, el obrón que es Ein deutsches Requiem ya ha sido interpretado por el Orfeón Donostiarra en años cercanos, dentro de la propia Quincena. Concretamente, el 28 de agosto de 2015 y el 28 de agosto de 2021.
En esta ocasión el Kursaal de la Bella Easo estaba lleno hasta en las costuras. Cantaba el Orfeón Donostiarra y eso es mucho decir en esta ciudad. La expectación se vio cumplida como quedará constancia más adelante. Abrió la velada la Sinfonía nº 5 en re mayor, Op. 107 (MWV N 15), de Félix Mendelssohn, también conocida como Reformations-Sinfonie o Sinfonía de La Reforma, por causa de que Mendelssohn eligió la reforma protestante como hilo conductor de esta obra, pese a ser un compositor de origen judío.
En esta ocasión en el orgánico orquestal no estuvo el serpentón que figura en la partitura original, siendo sustituido por un segundo contrafagot, amén de contar con unos primeros violines potenciados en número de dieciocho. Cosas de conceptuación de la batuta. Nelsons desarrolló aquí su trabajo siempre dentro de atmósferas etéreas como fueron las fanfarrias de movimiento primero, Andante – Allegro con fuoco, que se embridan con la cuerda aguda en seis notas ascendentes, las cuales configuran el conocido como el “Amén de Dresde”. ¡Precioso! Al igual que, en verdad, bello fue el sonido que manó desde la sección de cuerda en el Andante que constituye el tercero de los cuatro movimientos.
No hay que llevar a cabo tantos cambios en la configuración orquestal sobre el escenario, cara a la obra de Brahms, como para establecer un descanso de ¡30 minutos!, sabiendo como se sabía que esta composición tiene una duración de 70 a 75 minutos. ‘Mí no entender’ diría el apache chiricahua Cochise.
Y se abrió -en su totalidad- la caja de las esencias, cuajadas en lujo de batuta, voces solistas, coro y orquesta. El letón Andris Nelsons, titular desde 2014 de la Boston Symphony Orchestra, como fiel seguidor de las enseñanzas de su maestro Mariss Jansons, hizo una creación con Ein deutsches Requiem de permanente sutileza en las atmósferas y dinámicas que manan desde el pentagrama de esta obra.
El color, las luces espirituales del ambiente creado y las dinámicas presentadas a través de su orquesta (a la que dirige desde 2018), fueron una permanente constante. Atemperó el sonido en modo elegante para ofrecer un mayor lucimiento del coro, siendo minucioso – cual reloj suizo – en las sencillas y eficaces órdenes que impartió desde el podio.
Dulce, elegante, acariciadora, a la par de robusta, es la voz de la soprano alemana Julia Kleiter. Hay que poseer una regulación del fiato con la técnica que ella tiene para llevar a cabo en la quinta parte de la obra – en la que conjugan el oratorio y la cantata – la preciosidad del canto con el que interpretó “Ihr habt nun Traurigkeit” apianando, con preciosa proyección, las notas de paso de centro al agudo. ¡Uf! Su textura vocal es idónea para el repertorio lírico mozartiano.
Ni una sola mácula afea la voz del barítono tudesco Christian Gerhaher (en 2009 fue ganador del prestigioso Premio Echo, como cantante clásico del año). En esta obra brahmsiana presentó una textura fónica soberana en el registro central, desde el que sostuvo sus dos rotundas intervenciones, en las partes 3ª y 6ª, principalmente en la primera cantado “Herr, lehre donch mich” (Salmo 39, versículos 5 al 8). Causa satisfacción escuchar una voz como la suya.
El Orfeón Donostiarra, en gran formato, hizo Everest en esta ocasión. Su absoluta entrega en todas las siete partes de la obra fue de total impacto. Estuvo en permanente estado de gracia, desde la sutileza -apianada en forma casi inaudible- del canto con que se inicia la primera parte “Selig sind, die da Leid tragen” (Mateo 5:4).
Ejemplares, en realización, las exigencias que contiene la cuarta parte “Wie lieblich sin Wohngkeil”. La rejuvenecida cuerda sopranil se mostró pletórica en la beatitud del coro final cantando ”Selig sind die Toten” (Apocalipsis 14:13). Trabajo exquisito que ha de atribuirse a la dirección coral que en esta ocasión estuvo a cargo de Esteban Urcelay, recientemente nombrado director del coro de Abao / Bilbao Ópera y hasta hace tres meses exsubdirector del Coro Nacional de España.
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