4 de octubre de 2024

Radio Clásica

Argentina

Comentarios en la prensa: Rigoletto en el Teatro Real

RIGOLETTO (G. VERDI)

El Teatro Real despide 2023 con con el estreno de una nueva producción de Rigoletto con firma de Miguel del Arco. Los críticos de los diarios nacionales, cuya opinión puede leer a continuación, subrayan la desconexión entre propuesta escénica y argumento; una lectura del drama que, a pesar de la coherencia del punto de partida, ni resuelve ni alcanza a «matizar teatralmente un libreto y una partitura tan bien caracterizados», concluye González Lapuente.

Sin embargo, apunta Pablo L. Rodríguez, la representación se «salva por la dirección musical y las voces»: Nicola Luisotti brinda una lectura musical impecable, como también lo es la recreación de Rigoletto de Ludovic Tézier.

Sorprenden algunas otras críticas en las que todo parece maravilloso y, de verdad. da que pensar en las razones para tales opiniones, porque artísticas no son.

Reparto: Javier Camarena, Ludovic Tézier, Adela Zaharia, Simon Limm, Marina Viotti. Dirección musical: Nicola Luisotti. Dirección de escena: Miguel del Arco. Escenografía: Sven Jonke (Numen / For Use) e Ivana Jonke. Vestuario: Ana Garay. Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Coreografía: Luz Arcas. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Teatro Real, Madrid

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Javier Camarena en Rigoletto en el Teatro Real (c) Javier del Real | Teatro Real

EL PAÍS 03/122023

El foso y las voces salvan un fallido ‘Rigoletto’ contra el heteropatriarcado

Un sector del público abuchea el estreno de la polémica producción de Miguel del Arco, en el Teatro Real, que fue compensada por la dirección musical de Nicola Luisotti y el canto de Ludovic Tézier y Adela Zaharia

[…] El director y dramaturgo madrileño debuta como régisseur operístico (si exceptuamos su participación en Fuenteovejuna, de Jorge Muñiz) con un duro alegato feminista. Una propuesta que subraya el entorno machista y depravado del libertino Duque de Mantua, junto a su bufón Rigoletto, y que termina por convertir a Gilda en otra de sus víctimas. Pero que descuida esos matices irrenunciables para Verdi y no conecta con la música. […]  deficiente dirección actoral dominada por la abstracción escénica que se intentó compensar con un exagerado horror vacui. El drama no conecta con la plástica escenografía de Sven Jonke, con espectaculares transformaciones del telón y superficies abultadas en el inmenso espacio escénico desnudo del Teatro Real […].

El foso y las voces salvaron la fallida propuesta de Del Arco que fue duramente abucheada al final por un sector del público. El director italiano Nicola Luisotti volvió a desplegar su dirección intensa, colorista y flexible, al igual que hizo hace ocho años con la irrelevante producción de David McVicar. Una lectura modélica, al frente de la excelente Orquesta Titular del Teatro Real, que intensificó la modernidad dramática de Verdi con innovaciones incorporadas a partir de los melodramas de los teatros de boulevard parisinos. Lo comprobamos, en el segundo acto, en el aria, Cortigiani, vil razza dannata, con las turbulencias de la cuerda que se transforman, a continuación, en una súplica camerística, con el corno inglés y el violonchelo.

El barítono francés Ludovic Tézier recibió una enorme ovación al final de esa aria. Fue el gran triunfador de la noche con un robusto Rigoletto de voz imponente, que mejoró musicalmente en los dos últimos actos. La otra triunfadora fue la joven soprano rumana Adela Zaharia, una Gilda de exquisita técnica y musicalidad y con una buena progresión dramática. […] El tenor mexicano Javier Camarena comenzó algo desubicado como Duque de Mantua, pero terminó colocando todos los sobreagudos no escritos por Verdi al final de La donna è mobile, aunque su mejor intervención la escuchamos en su escena que abre el segundo acto.

Entre los secundarios destacó la Maddalena de la suiza Marina Viotti, con una brillante intervención en el cuarteto Bella figlia dell’amore, que Del Arco realizó sin respetar la innovación del escenario dividido. El bajo Simon Lim fue un buen Sparafucile aunque poco idiomático, el bajo-barítono Jordan Shanahan resolvió con solvencia la difícil maldición del Conde Monterone y la soprano francesa Cassandre Berthon cumplió como Giovanna. Bien el resto de los papeles menores y una mención especial a la excelente sección masculina del Coro Titular del Teatro Real, en el coro burlesco Zitti, zitti […]. Pablo L. Rodríguez

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Ludovic Tezier en Rigoletto en el Teatro Real (c) Javier del Real | Teatro Real

EL MUNDO 04/12/23

Rigoletto, en el Teatro real: El regreso del bufón

El público premió a músicos y cantantes (sobre todo a Gilda), y abucheó a los responsables del montaje

El Teatro Real ofrece un nuevo montaje de Rigoletto, obra cumbre que vuelve a presentar la misma dificultad. Un drama que arranca desde la primera frase, un libreto que cuenta la historia tremenda con sobria economía, una música que alcanza uno de los mayores logros del gran compositor, ¿por qué tan rara vez se logra musical, vocal y escénicamente un resultado acorde con la excelencia artística de esta ópera prodigiosa? Quizá porque la música, tras la belleza de su inmediatez, esconde el secreto de una gravedad, el reparto requiere timbres algo peculiares, y la escena suscita la tentación de una heterodoxia peligrosa; aquí se ha optado por la abstracción sin atender a lo esencial: el retrato de los personajes, la hondura de sus conflictos, la diafanidad de la narración.

La dirección escénica ha abandonado a los intérpretes a su suerte, sin ocuparse de una mínima caracterización más allá de lo convencional. Rigoletto (el barítono francés Ludovic Tézier) es el menos perjudicado por una vulgaridad que convierte al Duque (el tenor mexicano Javier Camarena) en un mascarrilla desprovisto del menor encanto. Gilda (la soprano rumana Adela Zaharia) aparece como el centro de la historia, aunque poco mantiene del personaje original. En consecuencia, Tézier es un bufón aburrido desinteresado de su tragedia, y Camarena un muchacho mal vestido con pocas ganas de juerga. Zaharia destaca porque se ha preocupado de interpretar una partitura sin pensar en su personaje. Si Gilda se entrega al Duque tras su primer encuentro no es la joven virgen exquisitamente enamorada, sino la querida que espera la visita de su protector; para colmo debe cantar el Caro nome, expresión de la generosidad de su arrebato, confusamente acuciada por sátiros borrosos y las manos anhelantes de improbables almas del purgatorio.

Aquello ocurre en un lugar difuso, que cuando se concreta no contribuye a la claridad; resulta que Rigoletto y Gilda viven en una frondosa cueva; la casa de Sparafucile (Simon Lim) y Maddalena (Marina Viotti), un asesino sin truculencia y una puta de ínfima categoría, es una tienda de campaña en un arrabal degradado por la prostitución y la droga. Pero lo importante no son los seres vivos de la ficción lírica, sino un conjunto de bailarinas que pululan acto tras actos, se diría que para dibujar una atmósfera de lubricidad e histeria, pues empiezan es una danza espasmódica, continúan lánguidas y acaban en un frenesí masturbatorio.

La orquesta dirigida por Nicola Luisotti fluctúa errática soportando los vaivenes del escenario, con buenos momentos, como el dúo entre Gilda y Rigoletto del segundo acto; padre e hija, de espaldas, nos comunican sus penas, ensimismados en la música y aprovechando una complicidad que no habían conocido hasta ese momento (la dirección de escena nunca se ocupó de relacionarlos).

El público premió a músicos y cantantes (sobre todo a Gilda), y abucheó a los responsables del montaje. Hay tres repartos para las 22 funciones programadas por el Teatro Real; los miles de espectadores que acudirán los días sucesivos, cabe esperar que, a pesar de todo, volverán a encontrarse con el bufón y su corte, que sigue ahí y siempre cabe recibir con agradecimiento. Álvaro del Amo

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Adela Zaharia

ABC 03/12/2023

Verdi era un genio y el Real lo descubre

El comienzo es espectacular: luces apagadas y gritos por doquier, pero el golpe de efecto termina ahí, sin lograr que cualquier decisión escénica sea algo más que un mero adorno

Es inevitable salir del Teatro Real después de haber visto ‘Rigoletto’ y preguntarse dónde está el escándalo del que se murmuraba estos últimos días a propósito de la nueva puesta en escena firmada por Miguel del Arco. […] Porque el comienzo es espectacular: […] algo perturbador, inquietante, molesto, que se produce muy cerca de los espectadores antes de que la representación se limite al estricto espacio del escenario.

Pero el golpe de efecto termina ahí, convertido en una promesa de corto recorrido pues lo que sucede a partir de ese momento tiene mucho que ver con la dificultad de matizar teatralmente un libreto y una partitura tan bien caracterizados, que se explican sin metafísica o simbolismo; de lograr que cualquier decisión escénica sea algo más que un mero adorno […]

‘Rigoletto’ llega al Real con tres repartos […]. En el primero participa Ludovic Tezier que tiene su mejor baza en la calidad de su voz, en la belleza de un canto que tras las dudas iniciales se vuelve rotundo ante el ‘Cortigiani’, punto culminante en la representación de ayer. Javier Camarena se sobrepone también cuando hace falta cuerpo, una vez que la voz ha ensanchado y muestra síntomas de fatiga en alguna posición. […] Su duque de Mantua tiene cierto interés. Y un inciso más para Adela Zaharia cuya caracterización es muy poco afortunada como hija de Rigoletto, mientras no se espere de ella que dada su retratada veteranía salga al mundo a buscarse la vida. […] Ayer se aplaudió mucho su ‘Caro nome‘ y también su actuación, pero fue la consecuencia de un público entregado y entusiasta el ‘sparafucile’ de Simon Lim.

Aun así, a Miguel del Arco le cayó la pitada, como le llovieron aplausos a Nicola Luisotti quien logra la máxima eficacia a partir de una gestualidad tranquila, reposada y bien dirigida. […] De la mano de Luisotti, la orquesta del Real suena rotunda y segura, deslumbrante en el arranque, energética y prodigiosamente ilustradora durante toda la representación. […] Alberto González Lapuente

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Escena de Rigoletto en el Teatro Real (c) Javier del Real | Teatro Real

LA RAZÓN 04/12/2023

Veintidós funciones de uno de los títulos de la célebre trilogía verdiana con una coproducción entre ABAO, el Maestranza y Tel Aviv supone a las claras una apuesta por atraer al público. Quizá con la publicidad realizada para la “impactante” realización escénica de Miguel del Arco, a un público nuevo. Sin embargo, los precios del Teatro Real, que son los más elevados de Europa, no dejan mucho margen. Se programan tres repartos, no precisamente baratos, pero al final del estreno, tras la pobreza de los decorados, queda la impresión de que también se trataba de hacer caja. Veremos si se consigue, ojalá que sí.

La representación se sostiene con calidad en el apartado musical, habiéndose elegido una versión prácticamente íntegra, incluida la repetición de la cabaletta del tenor. Ello es discutible y algunos habrían preferido una sola vez, pero con agudo al final, como también, como es tradición, agudo de Rigoletto en “Ah no, ¡è follia!” o en “Ah, la maledizione!”. Cuestión de gustos. Sobresale el Verdi genial gracias a la orquesta y los coros, dirigidos por Luisotti con vitalidad, volumen a veces exagerado, pero siempre muy atento a los cantantes a los que siempre se escucha. El reparto también funciona en líneas generales, empezando por un Ludovic Tezier a quien hoy sería imposible superar. No es el Nucci de sus mejores tiempos, pero sabe administrarse para bordar su gran escena “Cortiggiani”, no sin antes perfilar bien el “Deh, non parlare al misero”. Adela Zaharia convence vocalmente, con un espléndido final del “Caro nome” -lo más ovacionado de la noche-. pero el personaje no está delineado escénicamente. Javier Camarena no pudo repetir la calidad de otras ocasiones, aunque fue de menos a más hasta prolongar el Do de “La donna è mobile”. Correctos Sparafucile y Maddalena y notablemente falto de autoridad y poder en los graves Monterone.

La escena es otra cosa, con decorados un tanto pobres, vestuario incomprensible, bien iluminada, dirección escénica irrelevante y poco creíble. Todo porque en la ópera quedan ya perfectamente delineados los personajes y la trama, siendo contraproducente querer inventar.

La simpar Teresa Berganza me contó que, una vez, el director de orquesta Charles Mckerras y el regista se empeñaron en obligarla a cantar cierta ópera de Rossini como ellos querían, argumentando que era lo que deseaba el compositor. Ella, ya cansada, respondió: “Yo cené ayer con Rossini y me dijo que quien tenía razón era yo y que debía interpretarla como lo estaba haciendo”. Tema cerrado. Yo no cené con Verdi ayer, pero si se presentó por la noche en casa para darme a las claras su opinión. Me contó ya había visto su “Rigoletto” en el antiguo Teatro Real. Fue, entre bastidores en 1863, en una representación mientras él dirigía “Forza del destino”. Me contó sus impresiones de entonces y las de ahora. Le emocionó y perturbó que se dieran cuenta de su presencia y le obligasen a saludar entre el delirio general.

Me preguntó muchas cosas que no entendió. ¿Qué significaba la impactante escena inicial, sin música aún, cuando sale una chica y se la supone violada por cinco chicos en los dramáticos acordes iniciales? Le tuve que contar lo de la manada. O qué se quería expresar con las mujeres desnudas en la muerte de Gilda. No sabía qué contestarle. Quizá la pureza… Le gustó la iluminación y el aspecto visual fotográfico y me dijo que nunca pensó en que la casa de Rigoletto fuese una especie de cueva en la luna y que le parecía un despropósito que todo el inmenso fondo del teatro que se ve al inicio no se aprovechase después; que no entendía de qué iba el vestuario y, por supuesto, nada de las mujeres medio desnudas contorsionándose constantemente y, menos aún, las simuladas felaciones y penetraciones de todo tipo. “Si, mi ópera fue un escándalo en su estreno, pero por otros motivos. Porque retrataba la perversa relación entre diferentes segmentos sociales, pero ¡¿dónde está aquí la caracterización de Rigoletto, del duque y de Gilda?! Sí, mucha dirección de figurantes, a veces tan absurda como los cortesanos aplaudiendo la gran escena del barítono, pero muy escasa la de los protagonistas”.

Para él, fue más delirio lo que vio esta vez que en 1863 . “No, no resulta creíble, no es esto lo que yo he compuesto. ¡No es esto!”, me repitió. Y yo lo entendí. Comprenderán ustedes que tanto derecho tenemos Berganza o los críticos a fabular como hacen los registas. Gonzalo Alonso

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