El estreno de Carmen en el Teatro Colón: un homenaje centenario a la libertad femenina
El estreno de Carmen, con coreografía de Marcia Haydée en el Teatro Colón, no solo conmemoró los 100 años del Ballet Estable (fundado en 1925), sino que también rindió tributo a la fuerza femenina y reinventó el clásico desde una mirada contemporánea. Bajo la dirección artística de Julio Bocca —figura clave en la danza argentina—, esta versión, audaz y cargada de simbolismo, trascendió la tragedia romántica original para convertirse en un manifiesto sobre la autonomía de la mujer.

Haydée, leyenda viviente del ballet y musa de Maurice Béjart, reinterpretó a la gitana no como un mero objeto de deseo, sino como una mujer dueña de su destino, que elige la libertad incluso ante la fatalidad. Las cartas —un recurso añadido por la coreógrafa, inspirado en la tradición flamenca de la “sabiduría gitana”— funcionaron como premoniciones, enfatizando su agencia en una sociedad opresiva del siglo XIX. Camila Bocca encarnó este espíritu con una mezcla de ferocidad y vulnerabilidad, mientras que Federico Fernández (Don José) plasmó la espiral obsesiva de su personaje con técnica impecable y profundidad dramática. Rocío Agüero (Micaela) aportó un contraste emotivo, y Juan Pablo Ledo (Escamillo) brindó carisma y virtuosismo, recordando a los toreros de la Carmen original de Prosper Mérimée (1845).

Si bien el cuerpo de baile aún trabaja para alcanzar una cohesión perfecta, los solistas destacaron por su entrega absoluta. La Orquesta Estable del Colón, dirigida por la griega Zoe Zeniodi, encontró su pulso tras un primer acto titubeante, realzando la partitura de Bizet (1875) con una pasión progresiva que evocó las interpretaciones de Herbert von Karajan en los años 60.
En escena, Pablo Núñez apostó por un minimalismo simbólico: telones rojos como sangre, jaulas que aludían a la opresión social y vestuarios que oscilaban entre lo tradicional y lo abstracto. La iluminación de Ricardo Castro, con claroscuros reminiscentes de Goya, acentuó los climas de tensión y erotismo. Un acierto adicional fue la charla previa con Natalia Pelayo y Valentín Batista, que reveló cómo Haydée trasladó a la danza su propia lucha por la emancipación artística en los años 70, cuando las mujeres rara vez dirigían compañías.

Esta Carmen confirma que el ballet clásico puede ser un vehículo para discursos urgentes. Haydée, a sus 87 años, nos interpela: la libertad tiene un precio, pero la sumisión también. El Teatro Colón, con este montaje, reafirma su legado vanguardista —desde los días de Nijinsky (1913) hasta las obras de Balanchine (1950)—, demostrando que la danza no solo se baila: se actúa con el cuerpo entero. Una noche donde el pasado y el presente se dieron la mano para celebrar el poder transformador del arte.

Una Carmen de contrastes y revelaciones
Por Martín Goyburu
La producción de Carmen del 11 de abril reafirmó la vigencia de la pieza como lienzo para reinterpretaciones audaces. La coreografía de Marcia Haydée, trascendió el virtuosismo dancístico para convertirse en un drama físico de crudeza contemporánea, donde la técnica clásica dialogó con un expresionismo cargado de simbolismo.

Protagonistas: química y riesgo
Bajo la dirección artística de Julio Bocca desde hace escasos meses, el Ballet Estable del Teatro Colón vuelve a inyectarse de energía.
Natalia Pelayo construyó una Carmen lejos de los clichés: su interpretación evitó la provocación fácil para mostrar una mujer dueña de ironía y vulnerabilidad. Humana, además de “animal”. Destacó en escenas como el duelo con Maricel De Mitri (dueña de la fábrica), donde la tensión escaló hasta resolverse con una violencia coreográfica que dejó al público sin aliento. Su manejo del espacio y la técnica —como los giros convertidos en actos de rebeldía— confirmaron su madurez artística. Un detalle magistral: la frialdad con que leyó las cartas premonitorias (recurso añadido por Haydée), anticipando su destino con una serenidad casi estoica.
Valentín Batista, en su debut como Don José, demostró por qué su incorporación —tras una carrera íntegramente en compañías norteamericanas— es un acierto para el Colón. Bailarín noble de técnica pulida, su mayor virtud fue el arco dramático: desde la rigidez militar inicial hasta la demencia final, transitó la obsesión con crudeza medida. Su pas de deux con Pelayo en el segundo acto fue electrizante, especialmente en los momentos donde el contacto físico rayó en lo violento, potenciado por la química natural entre ambos.

El elenco: luces y sombras
- Camila Bocca (Micaela) aportó delicadeza, aunque su timidez interpretativa restó fuerza al conflicto moral del personaje.
- Federico Fernández (Escamillo) combinó virtuosismo con sobriedad, dando al torero una presencia magnética pero contenida.
- Ayelén Sánchez y Jiva Velázquez (roles secundarios) brillaron por su energía, dotando de peso narrativo a los personajes menores en esta Carmen.
Crítica al conjunto: El corps de ballet cumplió, pero quedó relegado a un plano decorativo. Hubiese sido interesante ver a Haydée extender su protagonismo femenino colectivo (como en las escenas de la fábrica) para cohesionar mejor su discurso.

Música y escena: desajustes y aciertos
La Orquesta Estable, dirigida por Zoe Zeniodi, mostró irregularidades —especialmente en vientos. Pese a ello, la partitura de Bizet conservó su poder dramático, apoyando los clímax coreográficos.
En escena, la propuesta visual —con telones rojos y jaulas simbólicas— reforzó la opresión social que rodea a Carmen. Un acierto fue la iluminación de Ricardo Castro, cuyos claroscuros evocaron la pintura goyesca, subrayando la dualidad entre erotismo y violencia.

Próximas funciones y datos prácticos
- Miércoles 16/04 a las 20 hs
- Reprogramación: La función del 10/04 se trasladó al jueves 17/04 a las 20 hs.
Entradas: Disponibles en www.teatrocolon.org.ar o en boletería (Tucumán 1171, CABA), de lunes a sábado (9:00-20:00) y domingos (9:00-17:00).

Reflexión final
Esta Carmen confirmó que la obra es un espejo de luchas universales. Pelayo y Batista demostraron que, más allá de la técnica, es la verdad escénica la que convierte al ballet en arte vivo. Haydée, a sus 87 años, nos dejó una lección: la danza no se baila, se actúa con el cuerpo entero.