Akhnaten, de Philip Glass, en el Gran Teatro del Liceu
Akhnaten, de Philip Glass. Anthony Roth Costanzo, Rihab Chaleb, Katerina Estrada Tretyakova, Joan Martín-Royo, Toni Marsol, José Manuel Montero, Zachary James, Alba Valdivieso, Carmen Buendía, Mar Esteve, Carol García, Marina Pinchuk, Anna Tobella. Coro y Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Phelim McDermott, dirección de escena. Karen Kamensek, dirección musical. Gran Teatre del Liceu, 19 de octubre de 2025.

Llega a España Akhnaten de Philip Glass
¿Qué puede hacer protestar a un espectador al finalizar la representación de la ópera Akhnaten de Philip Glass en el Gran Teatro del Liceu? La respuesta no es simple, puesto que el nivel de la representación ha bordeado la excelencia a todos niveles y, por lo tanto, se podría suponer que no le haya gustado la obra de Glass, un motivo cuando menos plausible a pesar de que desconcertante, porque una obra estrenada en 1984, con grabaciones disponibles ya no puede ser desconocida para alguien mínimamente interesado en el género.
Ateniendo a la libertad de expresión se puede protestar un estreno mundial, pero una ópera del siglo pasado es tan absurdo como si a alguien se le ocurriera protestar al final de la representación de La merope de Tarradellas o Beatrice di Tienda de Bellini. Puedes estar en desacuerdo con la obra pero no comprando la entrada todo resuelto, ¿no os parece?
Pero conociendo la rocambolesca mentalidad de muchos operófilos de recio abolengo, podría ser que la protesta fuera contra la dirección artística del teatro por haberla programado, y quizás el operófilo de recio abolengo ya iba calentado después de la inauguración con La zorrita astuta y ahora se ha creído con el derecho de protestar la programación del estreno en el Estado Español de esta ópera de Glass, apenas bajado el telón y con la sala a oscuras cuando los aplausos eran firmes y unánimes. El resultado de su disconformidad, fuera la qué fuera, ha sido una avalancha de bravos que han eclipsado al disconforme y diría que lo han hundido al nivel de anécdota lamentable.
Ya dije en el apunte preparatorio que después de mi conversión a la obra de Glass, esta producción de Akhnaten me había gustado muchísimo cuando la vi en 2019 en el cine, desde el MET de Nueva York y ayer en el Liceu me gustó mucho más.
Nunca me oiréis decir que se trata de una obra maestra, pero es una más de la mayoría de las obras que rellenan las temporadas operísticas de todos los teatros, de hecho para mí la del Liceu este año reúne tres, que por la cantidad de títulos programados, es todo un récord y antes de que me lo preguntéis os diré que son: Tristan und Isolde, Le nozze di Figaro y Falstaff, el resto me gustarán más o menos, pero para mí no son obras maestras.
Akhnaten no será nunca (a pesar de que nunca, nunca se puede decir) una ópera que me escucharé en casa, a pesar de que la música no supone ningún esfuerzo como si sucede en muchas composiciones contemporáneas, pero la estructura repetitiva de las famosas células del minimalismo, por muy melódicas que sean las ligeras variaciones que se van produciendo durante las repetitivas secuencias, no me motivan mucha atención auditiva y es posible que me despiste o desconcentre con cualquier bagatela; ahora bien, si entendemos la ópera como un todo, nunca estaría mejor explicado que en esta propuesta del segundo título de la temporada liceísta.
Una partitura hipnótica, a pesar de caer con el adjetivo tan escuchado estos días parece redundante, pero sí, lo es y felizmente enmarcada en una propuesta escénica tanto o más hipnótica que la misma partitura, con un trabajo escénico tan exigente como el trabajo musical y que todo ello no puede dar otro resultado, gracias también al equipo vocal y escénico, que supera el reto con una prestación mayúscula, de éxito sin paliativos.
La directora Karen Kamensek, experta conocedora de la obra se ha puesto ante la orquesta del Liceu obteniendo un resultado notable. La partitura debe de ser de una complejidad enorme también para los músicos, ya que pareciendo sencilla, pronto te das cuenta que mantener la tensión y concentración no debe de ser una tarea fácil, ni para la dirección ni para los instrumentos y la orquesta ha hecho un trabajo magnífico que ha merecido fuertes aplausos del público, tanto al inicio del tercer acto como al final de la representación.

Imagen de la producción
Posiblemente, yo también habría deseado algo más de contraste dramático entre las diferentes escenas, sobre todo al primer acto, pero cuando entras y te dejas seducir por el mundo sonoro que te propone Glass y no al que estamos habituados con intensidades y dinámicas dramáticamente contrastadas, entonces valoras y vives con más intensidad el gran trabajo musical, tanto de la orquesta (sin violines) como del Coro, a quien también se le exige en las intervenciones en los tres actos, pero sobre todo en el tercero, de una intensidad sonora y expresiva, muy notable.
Los resultados han sido espléndidos para las dos formaciones de la casa, con sonoridades cálidas, equilibrio y buena proyección, sin desfallecer en esta partitura tan diferente a lo que están y estamos habituados, y sin ningún tipo de duda tan exigente a pesar de la aparente sencillez.
El equipo vocal tiene claramente dos grupos diferenciados, aquellos cantantes y actor, que tienen intervenciones solistas, y los que básicamente cantan en conjuntos, pero tienen que estar y demostrar.
El contratenor Anthony Roth Costanzo ya me gustó en el MET, pero aquí y por aquello que siempre decimos de las actuaciones en directo, sin la ayuda de ingenieros de sonido que faciliten las cosas, me ha parecido excelente porque creía que la voz era pequeña y, sin embargo, además de proyectar excelentemente, la voz tiene un cuerpo y una calidad ante el matiz, brillante.
Su parte es la más larga y comprometida y en todas sus intervenciones, en solitario por supuesto, pero también de conjunto, ha sobresalido a la vez que se unía perfectamente con los otros solistas, tanto en el bellísimo dúo con Nefertiti, como en el terceto con esta y la Reina Tye. También en el primer cuadro del tercer acto, en el concertante familiar, su voz era perfectamente audible, pero está claro, en el himno al sol que cierra el segundo acto y que ha cantado en catalán, la expresividad de su canto ha significado el punto álgido de la representación.
Excelente y de agradecer que haya hecho el esfuerzo de atender la exigencia del compositor de cantar esta aria en el idioma vernáculo del auditorio donde se cante. Ha hecho un esfuerzo notable en la dicción que con la ayuda del sobretitulado hemos entendido perfectamente. Bravo! Qué aprendan todos aquellos que quieren minimizar el catalán hasta la desaparición. ¡Gracias, señor Costanzo!
Nefertiti ha sido la mezzosoprano Rihab Chaieb. Magnífica proyección y calidez, sobre todo en el dúo con Akhnaten. No sé en otros repertorios, pero en este rol me ha parecido espléndida.
La Reina Tye ha ido a cargo de la soprano Katerina Estrada-Tretyakova, ya conocida en el Liceo por haber interpretado roles de soprano coloratura del repertorio. Ha brillado con seguridad y justeza, con una zona aguda sin mácula y potente. Excelente.
El segundo gran triunfador ha sido el actor Zachary James y diría que es justo este triunfo porque ha demostrado de manera espectacular como se proyecta una voz recitando, ahora que nuestros actores y actrices necesitan micrófonos para hacerse escuchar en teatros de dimensiones reducidas.
Oír una voz impostada que pronuncia clarísimamente y no perder palabra, ha sido un gozo que haría falta que toda la farándula local pasara por el Liceo para ver cómo se tiene que decir un texto sin necesidad de ayudas artificiales y sin parecer que enfatizas, exagerando hasta el grito. Este actor de Broadway que también canta cuando hace falta a pesar de que como Escriba y Amenhotep, Glass no se lo pida, ha hecho una clase magistral.
No me ha gustado nada el Amon del tenor José Manuel Montero en su intervención inicial del segundo acto, con una zona aguda muy mejorable en el sonido y la calidad de la emisión. Ha sido una lástima.
El general Horemhab de Joan Martín Royo ha sido un lujo, porque todos sabemos que el barítono barcelonés tiene unas calidades que superan en mucho la exigencia de un rol que tiene poco lucimiento en solitario, lo que no quiere decir que el rol no sea complejo y no necesite un cantante tan experimentado como él en el repertorio contemporáneo, pero preciosamente por eso nos hubiera gustado que Glass le hubiera dado algo más de protagonismo a uno de los “malísismos” de la historia.
Toni Marsol ha hecho frente al rol de Aye, el padre de Nefertiti. Un rol, también sin momentos de lucimiento en solitario, que ha defendido con su habitual y ajustada profesionalidad. Espléndidas las seis hijas del faraón en la primera escena del tercer acto: Alba Valdivieso (Beketaten), Carmen Buendía (Meretaten), Mar Esteve (Maketaten), Carol García (Ankhesenpaaten), Marina Pinchuk (Neferneferuaten) y Anna Tobella (Sotopenre).

El contratenor Anthony Roth Costanzo como Akhnaten
Hay que hacer mención de la compañía de malabares Gandini Juggling, porque su participación casi constante en la escena con una coreografía complicada y exigente en cuanto a los juegos malabares que tienen que hacer, es capital para crear los momentos de refinamiento estético que les pide la dirección escénica. Este recurso coreográfico malabar es uno de los muchos aciertos de esta fascinante producción. Bravo para todos ellos y ellas: Sean Gandini, Kati Ylä-Hokkala, Benjamin Beaujard, Doreen Grossmann, José Triguero, Caio Sorana, Enrique Navarro, Fernando Torres, Miquel Barrero y Nicolás Fonseca.
Y la producción de Phelim McDermott, sí, es la joya que hace que este Akhnaten sea una delicia visual que a su vez se confabule tan bien con la partitura. Ojalá todas las producciones operísticas tuvieran esta coherencia visual y dramática con el texto y la música. Es un maridaje perfecto y no sé cómo será otra producción de esta ópera, pero esta será para mí resulta indisociable con la obra.
El tratamiento del espacio escénico (Tom Pye), el diseño de luces (Bruno Poet), el fastuoso e imaginativo vestuario (Kevin Pollard), el maquillaje y la peluquería y está claro, el movimiento escénico (Sean Gandini), con esa coreografía pausada a cámara lenta que encaja perfectamente con las células repetitivas de las melodías obsesivas, hace un todo mágico que envuelve todos los diferentes espacios escénicos, con un misterio muy adecuado para recrear aquel Egipto faraónico y una hipnótica seducción que te mantiene atrapado sin que los párpados se cierren.
No hace falta decir que el momento climático del himno al sol es bellísimo, pero también el encuentro del Faraón y Nefertiti, ambos en trajes rojos o la impactante escena de la coronación, donde Constanzo va completamente desnudo hasta que le vistan en un ritual bellísimo, todas las capas de trajes que su figura requiere, ccosa que en el MET no sucedía, seguramente por la rigurosa moralidad norteamericana y más tratándose de una representación que se retransmitía para todo el mundo a través del cine y en una matinée donde acostumbra a ir público infantil, allá iba con unos escandalosos pañales.
Estupideces morales que después en temas mucho más serios y trascendentes, y no quiero entrar en política, se saltan de manera vergonzosa.
La propuesta escénica está rellena de detalles que se pueden disfrutar gracias a la pausada coreografía de toda la propuesta, pero con un visionado seguramente no hay bastante. Yo repetiré puesto que ayer no era mi día de abono, pero no os pediré que vayáis dos veces o tres, no, pero una sí que me parece imprescindible, porque estamos ante uno de los grandes momentos, seguro, de la temporada que apenas se acaba de iniciar con dos propuestas excelentes.
Será difícil, pero ojalá continúe con este nivel.
Éxito merecidísimo y mayoritario de un público que si bien no ha llenado el Liceu, poco le ha faltado.
Publicado en el blog In fernem land
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