Crítica: García Asensio, justo homenaje
Obras de Beethoven, Bruch y Mendelssohn. Orquesta de Cámara Andrés Segovia. Anabel García del Castillo, violín. Enrique García Asensio, director. Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial, 23 de agosto de 2025.
Enrique García Asensio dirigió con brío, a sus casi 90 años
Recién cumplidos los 88 años el maestro García Asensio sigue en forma como ha demostrado en este concierto organizado en su honor con la participación de una Orquesta con la que ha colaborado muchas veces, la de Cámara Andrés Segovia, fundada en 1989 por el emprendedor y estupendo violinista que es Víctor Ambroa. Estupenda entente entre conjunto y batuta; adminículo este que el director maneja desde hace mucho tiempo con soltura, claridad y didácticas evoluciones, de acuerdo con los presupuestos fijados hace mucho tiempopo por el que fuera su maestro: Sergiu Celibidache.
Precisamente en relación con el manejo de esa varita mágica, que los modernos directores emplean cada vez menos, escribió García Asensio un interesante tratado, en el que analizaba, siguiendo la estela del director rumano, sus movimientos y dibujos en busca del desentrañamiento de compases y su conexión con la traducción a sonidos de la materia plasmada en los pentagramas. En ese sentido, el director valenciano, hijo y hermano de también estupendos músicos, se las sabe todas.
El programa elegido para la ocasión era muy bello y taquillero. Tuvo dos fases de distinto carácter y resultados. Comenzó con la Obertura de Egmont de Beethoven. A la interpretación, pausada y explicativa, le faltó claridad y equilibrio, cierta blandura sonora y le sobró lo agreste de una tímbrica poco matizada. Se observó desde el principio una excesiva preponderancia de los vientos en perjuicio de las cuerdas. 15 de aquellos y 25 de estas, apoyadas en tan solo tres contrabajos. La sonoridad de los arcos quedaba disminuida y ello restaba claridad a la interpretación.
Desde estas premisas fue recreado el hermoso y ultrarromántico Concierto para violín nº 1 de Max Bruch, acompañado con calor y expresión por el maestro, que dejó tocar libremente a su hija Anabel García del Castillo, una violinista de raza, concertino de la Orquesta de Valencia. Frasea elegantemente, matiza, delinea y dibuja con sentido los pentagramas.
Es cierto que el sonido no es en sí de una belleza radiante y que en la zona alta resulta algo ácido, pero se apoya en la firma base de una cuarta cuerda de oscuros y bien empleados reflejos. Expuso con sentido y expresión adecuada el melódico y cautivador Adagio, si edulcorar más de lo conveniente sus dos temas básicos. Se defendió con el chisporroteante Finale, Allego energico.
De propina expuso una obra propia, homenaje a su padre, una suerte de variaciones sobre la conocida y festiva canción de cumpleaños, rematadas con gracejo muy español. Tras las flores y palabras, un largo descanso. Y después la tan vibrante, refrescante, melodiosa y centelleante Sinfonía Italiana de Mendelssohn, una especialidad de la casa. Por suerte aquí todo funcionó bastante bien. Se recuperaron los equilibrios, las trompas y trompetas sonaron menos agrestes y los arcos encontraron su camino, adquiriendo más presencia. Hubo especial temperatura en el ceremonioso y evocador Andante con moto. El Saltarello. Presto fue expuesto, como corresponde, a toda pastilla, pero por suerte con la necesaria transparencia.
Lógico éxito, con aplausos de un público que casi llenaba el Auditorio y que incluso comenzó a catar el Cumpleaños feliz. Y una propina hispana: la Danza del Fuego de El amor brujo de Falla, tocada con impulso, decisión y acierto. ¡Felicidades, Maestro!
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